Almanzor (939-1002).
Visir de al-Andalus llamado Muhammad ibn Abu Amhir, nacido en el año 939 y fallecido en el año 1002. Conocido por los cristianos como Almanzor, transliteración de su apodo al-Mansur ("el victorioso"), fue uno de los más grandes guerreros de la Edad Media, cuya valía militar y su inquebrantable ansia de poder provocó la primera crisis en el poder califal, al imponer la dinastía formada a su alrededor, el linaje de los amiridas, en el gobierno de Córdoba.
Los inicios de Almanzor y las primeras razzias
Existen diferentes teorías acerca de su lugar origen, puesto que se especula, incluso hoy día, acerca de si fue almohade o eslavo. La principal fuente para el conocimiento de su vida se halla en las noticias dispersas que el cronista musulmán Ibn Idhari ofrece sobre sus campañas militares. Precisamente, la primera vez que su nombre aparece en las crónicas es hacia el año 960, cuando se encontraba en Córdoba estudiando derecho, teología y filosofía, donde se mostró como un hombre erudito y versado en el estudio del Corán. Aproximadamente durante esa época fue adoptado bajo el patronazgo de Galib Abu Temman al-Nasir, un eslavo europeo cuya valía militar le había deparado una singular posición durante el reinado de Al-Hakam II. El día 16 de agosto del año 977 Almanzor contrajo matrimonio con Ismá, la hija de Galib, con lo que la unión entre la familia de Galib y el caudillo amirida se fortaleció aún más. Bajo la dirección de su suegro, Almanzor veló sus primeras armas y aprendió a combatir y a dirigir los ejércitos cordobeses.
Las crónicas castellanas establecen la fecha del 977 como la primera vez que una incursión de Almanzor llegó hasta el Duero, concretamente a Baños de Ledesma. Al año siguiente, otra nueva expedición llegó hasta Cuéllar. Las primeras intervenciones de Almanzor estaban dirigidas a conservar el importante enclave de Gormaz, fortaleza estratégica situada en las cercanías del Duero que había sido conquistada por Galib al conde Fernán González en el año 960 y que había sido reedificada por los cordobeses hacia el año 965. Sin embargo, Gormaz volvió a ser reconquistada por el conde de Castilla Garci Fernández en el año 978. La reacción cordobesa no se hizo esperar, puesto que en el 979 Almanzor atacó y saqueó Sepúlveda y Ledesma, donde infligió graves daños a la población cristiana pese a que el objetivo último, recuperar Gormaz, no se pudo cumplir.
La ascensión al poder de Córdoba
En esa misma época tuvo Almanzor que regresar a Córdoba, puesto que la muerte del califa Al-Hakam II (977) había dejado al reino desprovisto de dirección. Tras el nombramiento de nuevo califa, Hisham II, todas las facciones de consejeros cordobeses pasaron a disputar, agria y sordamente, una lucha violenta por hacerse con el poder durante la minoridad del nuevo califa. Una de las facciones estaba encabezada por Galib, el suegro de Almanzor, partido en el que ambos militaron. Sin embargo, Almanzor comenzó a aprovechar la extraordinaria popularidad que sus victorias contra los cristianos le habían deparado para ir eliminando, uno por uno e incluyendo a su propio suegro, a todos los rivales en el poder. Para llevar a cabo tal política, Almanzor contó con el beneplácito e, incluso, con la ayuda, de la sultana Aurora, madre del nuevo califa, lo que ha llevado a gran parte de los historiadores a sospechar que ambos mantuvieran una relación sentimental. Ambos fueron los responsables directos del gobierno califal, mientras que el propio Hisham II fue encerrado en el fabuloso palacio de Madinat al-Zahira (Medina Azahara) y entretenido con los más concupiscentes y esplendorosos placeres.
Tras ello, Almanzor fue nombrado emir de al-Andalus, cargo que equivalía en la práctica a ser gobernador general, nombramiento que no fue bien visto no por su suegro, Galib, ni por el otro militar más poderoso de la época: Abd al-Rahman ibn Matiyo, el gobernador de Toledo. El clima de conspiración que se respiraba en todas las esferas de la política cordobesa llevó a Almanzor a rodearse de su propia gente: nombró a su hijo, Abd al-Malik, gobernador de la frontera superior del Duero y formó su guardia personal mediante militares beréberes, eslavos e, incluso, esclavos nubios africanos de raza negra, desconfiando de todos los árabes que encontraba a su paso. La política que emprendió fue, empero, del agrado de pueblo cordobés, que vio cómo el poder militar daba paso a un menor cobro de impuestos debido a los ingresos procedentes de los botines de guerra. La situación de Almanzor continuó siendo privilegiada en los años siguientes, especialmente cuando en el 981 pudo, por fin, recuperar la fortaleza de Gormaz, acción militar que tenía un doble objetivo: contener a los cristianos del norte y vigilar a sus propios enemigos, como eran ibn Mutarif de Toledo y Galib, refugiado en su señorío de Madinat-Salim (actual Medinaceli).
Las victoriosas campañas contra el infiel
Cuando Galib falleció a finales del año 981, Almanzor decidió castigar a los pueblos cristianos, que habían apoyado a ibn Mutarif y a este último en sus pretensiones contra el amirida. Así pues, entre los años 981 y 997, Almanzor se convirtió en la pesadilla más terrible de los pobladores del norte peninsular, puesto que las campañas, efectuadas mediante rápidas y mortíferas incursiones a caballo, se saldaron con unas resonantes victorias cordobesas. Meses antes de su muerte, Galib había intentado, con la ayuda del conde de Castilla Garci Fernández y de tropas navarras (según las crónicas musulmanas), recuperar Gormaz, pero la guarnición de soldados fieles a Almanzor había resistido el envite. La colérica reacción de este no se hizo esperar: se hizo con el control de Medinaceli tras la muerte de Galib, y desde allí comenzó sus razzias victoriosas. Tras vencer al conde Garci Fernández en la batalla de Tarancueña (981), en el año 982 tomó Zaragoza, llevándose más de nueve mil prisioneros, además de atacar, un año más tarde, Simancas y Roa. Las huestes cristianas de Ramiro III de León y Garci Fernández fueron, de nuevo, vencidas en la batalla que presentaron ante esta última ciudad. En el 984 arrasó Zamora y Astorga, mientras que sólo la inusitada fuerza de una brutal tormenta salvó a la ciudad de León de caer en manos del amirida. Dos años después penetró hasta Sepúlveda y en el 987 destruyó Coimbra, ciudad que reedificó él mismo siete años después, colonizándola con pobladores mozárabes. Finalmente, en el 989 tomó Atienza, Osma y Montemayor. Con todo, una de las más afamadas victorias, si no la que más, del militar cordobés tuvo lugar en el año 997, cuando saqueó la ciudad de Santiago de Compostela e hizo más de cuarenta mil prisioneros, a los que obligó a transportar a hombros, desde Galicia hasta Córdoba, las campanas de la catedral del Apóstol. Tras el saqueo del mayor centro de peregrinación de la cristiandad, tras Roma, el mismo Almanzor compuso estos versos:
"Jamás cosa por grande o terrible pudo amedentrarme. Yo mismo me he buscado los peligros, y en arrostrarlos he alcanzado generosidad y nobleza.
Y no he tenido otro compañero ni auxiliar que mi buen ánimo, las lanzas alljaties y las espadas destructoras.
He sojuzgado a las gentes de todos los señorios y he combatido por la gloria hasta no hallar con quien combatir.
Mis obras han terminado con mayor grandeza y esplendor el edificio de gloria que empezaron Abd al-Malik y Amir.
Yo, en fin, he ensalzado más y más con nuevos blasones los antiguos de mi estirpe que de padres a hijos me han venido en herencia desde Maafir".
Las conspiraciones de Córdoba y de Castilla
Almanzor regresó a Córdoba en el año 989, y lo hizo en loor de multitudes. Tras sus victorias en el norte, había adoptado el título de al-Mansur bi`Allah ("el victorioso de Alá"), incrementando notablemente su poder. En palabras de Ibn Idhari: "con este título hizo que se le nombrara, acabando así de arrogarse todos los atributos de la realeza". La situación en el norte había quedado estabilizada, puesto que el caudillo, en una muestra más de su inteligencia política, alentó diferentes conspiraciones en los reinos cristianos, como la que destronó a Ramiro III y puso en el trono leonés a su primo Bermudo II. Pese a que una calma relativa se instaló en Córdoba en los años dorados de su gobierno (llamado por la historiografía como "dictadura amirida"), lo cierto es que una conspiración estuvo a punto de apartarle del poder. Hisham II, ya mayor de edad, sentía una profunda repugnancia por la posición que ocupaba el amante de su madre, lo que le llevó a tramar una conjura ayudado por otros opositores a la dictadura, entre los que volvía a encontrarse el toledano ibn Mutarif. Para llevar a buen puerto su trama, Hisham II convenció al hijo menor de Almanzor, Abdallah ibn Amir (apodado Piedraseca por su carácter hosco y huraño), visiblemente molesto por el favoritismo que su padre prestaba a su hermano mayor, Abd al-Malik, convertido en comandante en jefe de los ejércitos de Almanzor. Cuando, camino de la famosa expedición a Santiago, la sospecha del padre sobre la acción del hijo se vio confirmada, Almanzor regresó de nuevo a Córdoba, donde halló a conspirador ibn Mutarif en negociación con Hixem. Tras ello, ibn Mutarif fue depuesto y la vigilancia de Madinat al-Zahira fue redoblada, convirtiéndose en una prisión dorada para el encarcelado califa. Su hijo Abdallah se refugió en Medinaceli bajo la anuencia de Garci Fernández, pero una espectacular razzia de Almanzor obligó al conde a entregar al fugitivo vástago en manos de su progenitor, quien, haciendo caso omiso de su promesa, apenas tuvo en sus manos al conspirador terminó por ejecutarlo. Pese a ello, su situación en Córdoba comenzaba a decaer, en especial cuando la sultana Aurora, hábil fémina en el gobierno califal, intuyó que el poder de Almanzor amenazaba con sustituir su privilegiada posición. Para ello, tomó un nuevo favorito en la persona de Ziri ibn Atiya, gobernador beréber del Magreb, incrementando la oposición al cada vez más discutido emir.
Almanzor halló consuelo en otra trama, esta vez llevada a cabo en el condado de Castilla. Al parecer, la esposa del conde Garci Fernández, una princesa de origen franco llamada Ava, había entablado negociaciones con Almanzor para sustituir, al frente del gobierno condal, a su marido por su hijo, Sancho García. Pese a que los datos de dicha trama están preferentemente basados en textos literarios (como la Leyenda de los Siete Infantes de Lara o el Romance de la Condesa Traidora), lo cierto es que existen indicios de que al menos los condados de Lantarón y Cerezo, así como parte de la comarca de la Bureba, no apoyaron al conde Garci Fernández en su última batalla contra Almanzor, acontecida en el año 995 y en la que el conde encontró la muerte. Así pues, existe cierta duda acerca de una posible intervención de Almanzor en la subida al trono condal de Sancho García, puesto que su política con respecto a los reinos del norte siempre estuvo basada en alentar las disensiones internas.
El declive del guerrero: Calatañazor
Los últimos años de Almanzor fueron presa de graves problemas, tanto internos como externos. Hacia el final del primer milenio quiso transmitir a su hijo Abd al-Malik todos los títulos y cargos que él detentaba, pero sufrió la negativa respuesta tanto de Hisham II como de la sultana Aurora, que basaba su desprecio del militar en la fuerza bélica de lo beréberes de Ziri ibn Atiya. Tras el despecho sufrido, Almanzor decidió regresar a sus campañas del norte, esperando que unas nuevas victorias le devolviesen el prestigio perdido tras los años de oscuras conspiraciones. Sin embargo, la reorganización de los ejércitos cristianos había sido espectacular: ya en el año 1000 habían estado a punto de asestarle un golpe definitivo en las cercanías de la ciudad burgalesa de Cervera. El conde de Castilla, Sancho García, había olvidado las tramas que le habían llevado al poder y optó por aliarse con el rey de Navarra, Sancho Garcés, con el objeto de formar un gran ejército para acabar con el militar cordobés. Las tropas de unos y otros rivales acabaron por encontrarse en las cercanías de la ciudad soriana de Calatañazor, donde, tras una corta pero intensa batalla, las heridas recibidas en combate provocaron el fallecimiento del poderoso caudillo amirida, el día 6 de agosto del año 1002. Debido a ello, no fue testigo de las luchas que su hijo Abd al-Malik tuvo que mantener en Córdoba para mantener el poder amírida, y tampoco presenció el inicio del declive del poder califal, que había tenido en su figura, en la del impresionante victorioso de Allah, uno de los hitos culminantes del dominio islámico de la península.
(Véase Batalla de Calatañazor).
Bibliografía
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-PÉREZ DE URBEL, J.- Historia del condado de Castilla. III vols. Madrid, 1969.
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-SÁNCHEZ ALBORNOZ, C.- Orígenes de la nación española. El reino de Asturias. Madrid, SARPE (ed. breve), 1982.