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PeriodismoLiteraturaBiografía

Whitman, Walt (1819-1892).

Poeta estadounidense, nacido en West Hills (Long Island, en el estado de Nueva York) en 1819, y fallecido en Camden (Nueva Jersey) en 1892. Considerado, junto a Emily Dickinson y Henry David Thoreau, uno de los máximos exponentes del denominado "misticismo de la Naturaleza", dejó un extenso y fecundo legado poético que, recogido en un solo volumen (Hojas de hierba), le convirtió en el mayor renovador temático y estilístico de la lírica norteamericana del siglo XIX. La difusión mundial de su producción poética -impregnada de un intenso y gozoso vitalismo que, en su audaz exploración del cuerpo humano, el amor carnal y los violentos contrastes entre la vida y la muerte, se adentra con hondura y belleza inigualables en un trascendentalismo simbólico de alcance universal- dejó un notable poso de influencias en las composiciones de una copiosa multitud de escritores de todas las literaturas occidentales, con especial incidencia en la obra de su compatriota Allen Ginsberg y en el resto de los poetas estadounidenses de la llamada beat generation.

Vida

Nacido en el seno de una modesta familia de artesanos americanos con antecedentes holandeses -su padre era un humilde carpintero-, pronto se vio obligado a abandonar los estudios para contribuir con su trabajo al sostenimiento del hogar familiar. Así, con tan sólo once años de edad ingresó en una imprenta en calidad de aprendiz de tipógrafo, oficio que le permitió acceder a numerosos textos de la más diversa índole y procurarse, al tiempo que desempeñaba su trabajo, una esmerada formación autodidacta. Merced a este voluntarioso aprendizaje, el joven Walt Whitman dejó la imprenta en 1838 para dedicarse al ejercicio de la docencia cuando aún no había alcanzado los veinte años de edad.

No obstante, su innata vocación literaria -generosamente alimentada por las abundantes lecturas que venía asimilando desde su entrada en la imprenta- le impulsó a abandonar pronto las aulas para dedicarse a otro oficio en el que pudiera cultivar asiduamente la práctica de la escritura. Se estrenó, pues, como periodista en 1841, al tiempo que daba a conocer sus primeros poemas a través de los foros literarios y las publicaciones culturales que frecuentaba en compañía de otros jóvenes escritores, artistas, cantantes y demás componentes de la bohemia neoyorquina de mediados del siglo XIX. Pronto ganó, por vía de estos escritos, un cierto prestigio literario que le ayudó a medrar en su carrera periodística, y al cabo de muy poco tiempo fue nombrado director del rotativo de Brooklyn Daily Eagle, al frente del cual se mantuvo durante buena parte de la década de los años cuarenta.

Desde las páginas de la publicación que dirigía, el joven Walt Whitman hizo gala en todo momento de un ideario progresista que defendía los valores liberales y democráticos de la sociedad norteamericana de la época, al tiempo que censuraba el reaccionarismo político y moral difundido y practicado en los Estados Unidos por los herederos de la peor tradición puritana procedente de Inglaterra. Asido a esta ideología liberal, en 1848 se significó por su airada exposición de unos postulados antiesclavistas que, en su acendrada defensa de la democracia igualitaria, molestaron incluso a los propietarios del Daily Eagle, lo que obligó al impulsivo poeta a abandonar el periódico y regresar a la carpintería paterna. Allí, en contacto de nuevo con los paisajes naturales de su infancia, comenzó a experimentar un trascendentalismo místico que le impulsó a llenar varios cuadernos con poéticas anotaciones que, a mediados de los años cincuenta, cobraron forma definitiva en el poemario titulado Leaves of grass (Hojas de hierba, 1855). Durante el resto de su vida, Walt Whitman continuó escribiendo numerosas composiciones líricas que, lejos de agruparse en diferentes colecciones de versos, fueron tomando acomodo en sucesivas ediciones de este magno poemario; y, a la postre, esta emotiva y deslumbrante recopilación de todas las experiencias de una larga vida acabó reflejando la concepción global que el poeta de Long Island tenía acerca de su corpus poético, concepción acorde con ese panteísmo místico que le permitía vislumbrar una misma energía que sumía en un único ritmo vital a todos los elementos integrantes de la naturaleza.

En el momento de su aparición, ni los lectores estadounidenses ni la crítica especializada supieron apreciar las radicales innovaciones temáticas y estilísticas aportadas por Hojas de hierba. Puede afirmarse que, salvo en muy contadas excepciones (como la protagonizada por el poeta, filósofo y ensayista Ralph Waldo Emerson, considerado el fundador del trascendentalismo), los escritores, artistas e intelectuales de la época no prestaron la menor atención a esta primera versión del poemario de Walt Whitman, quien, lejos de desanimarse, continuó desplegando una intensa actividad creativa que le permitió ampliar su cancionero en otras nueve ediciones, la última de las cuales -testimonio explícito de la inspiración que acompañó al poeta hasta el mismo momento de su muerte- vio la luz pocos días antes de la desaparición de su autor.

Consagrado, pues, a esta febril actividad creativa, Walt Whitman continuó entregado a su disfrute de la naturaleza hasta que, en 1862, el curso de su vida experimentó un brusco viraje que le condujo por nuevos derroteros. En efecto, la fuerte impresión que le causó una visita realizada a su hermano George, que había resultado herido de gravedad en el transcurso de la Guerra de Secesión (1860-1865), le impulsó a dedicarse durante tres años, en calidad de voluntario, a la atención y el cuidado de los enfermos que se hacinaban en los precarios hospitales de campaña. Fruto de esta cruda experiencia -en la que los investigadores de la literatura han querido cifrar, más allá de las sinceras preocupaciones humanitarias del poeta, un cauce para la sublimación de sus tendencias homosexuales- fue la aparición en su producción poética de nuevos enfoques temáticos que, como las reflexiones acerca de la vida y la muerte, enriquecieron considerablemente los contenidos de las ediciones posteriores de su cancionero.

Precisamente, la audacia de estos contenidos en materias tan escandalosas en su tiempo como las referidas a las prácticas sexuales comenzó a causar serios problemas a Walt Whitman, quien en 1865 se vio forzado a abandonar el puesto de funcionario que, por aquel entonces, ocupaba en el departamento de interior del gobierno norteamericano. El atrevimiento de sus metáforas eróticas ofendía la moral puritana de sus superiores, quienes, pese a todo, no consiguieron apartar por completo al poeta de la administración pública. En efecto, Whitman se trasladó a Washington para seguir desempeñando diferentes cargos oficiales hasta que, en 1873, un preocupante deterioro de su salud -que llegó a provocarle una leve parálisis- le aconsejó retirarse definitivamente de la carrera pública para adoptar, nuevamente, una forma de vida mucho más sosegada. No abandonó, empero, su feraz dedicación al cultivo de la creación literaria, plasmada por aquellos años no sólo en la continuación de su monumental proyecto poético, sino también en la redacción de diferentes textos en prosa, entre los que resulta obligado destacar la compilación de sus recuerdos sobre el citado conflicto bélico que había dividido al país, publicada bajo el título de Specimen days (Días escogidos, 1882).

Ya consagrado como una de las figuras señeras de las Letras norteamericanas del siglo XIX (la inicial incomprensión de su poesía había dado paso a un auténtico fervor de la crítica y los lectores estadounidenses por el conjunto de su corpus lírico, al tiempo que su nombre y su obra cruzaban velozmente el océano Atlántico para causar furor en Europa), Walt Whitman continuó añadiendo composiciones poéticas a sus Hojas de hierba hasta que la muerte le sorprendió en Nueva Jersey, a los setenta y tres años de edad, convertido en el gran patriarca de la poesía americana de la época.

Obra

La primera edición de Leaves of grass (Hojas de hierba, 1855) -en cuya composición tipográfica intervino con sus propias manos el poeta de Long Island- ha sido considerada, desde la perspectiva crítica actual, como el punto de arranque de la moderna poesía estadounidense. Sin embargo -y como ya se ha apuntado más arriba-, pasó prácticamente inadvertida para los lectores y estudiosos de su tiempo, incapaces de calibrar en aquellos instantes la importancia de las numerosas aportaciones que traían consigo los versos de Walt Whitman. Incluso el citado Emerson, que supo descubrir estos valores y experimentó la satisfacción de haber hallado una exquisita formulación poética de sus ideas filosóficas trascendentalistas, se sintió ofendido cuando Whitman difundió, para ensalzar sus versos, la epístola elogiosa que con motivo de su publicación le había dirigido el pensador de Boston.

Pero muy pronto la voz pura, sincera y universal de Whitman (el gran poeta del yo y, al mismo tiempo, de la colectividad; el excelso cantor de la justicia, la igualdad y la solidaridad democráticas; el paradigma estético y moral de esa América decimonónica, vitalista y esperanzada) comenzó a conmover a sus compatriotas, que escucharon sus ecos con el orgullo y la devoción de quien se siente representado e identificado en los acordes unánimes de un canto coral, de un himno colectivo acompasado a un mismo sentir. A la segunda edición de Hojas de hierba, aparecida cuando sólo había transcurrido un año desde su primera salida de la imprenta, le siguió, en 1860, una tercera versión ampliada en la que brillaban con singular vigor poético y renovado aliento espiritual nuevas composiciones como "Children of Adam" ("Hijos de Adán") y, muy especialmente, "Calamus", con su emotiva conversión en material poético de primer orden de figuras, situaciones y motivos tan "prosaicos" -según los gustos literarios de la época- como los obreros y cocheros que pululan por la ciudad en una noche invernal.

El dramático estallido de la contienda fratricida no podía pasar inadvertido dentro del corpus poético de quien ya era considerado como el "bardo nacional" por excelencia. Y así, en 1867, dentro de la cuarta edición de Hojas de hierba, aparecieron sus dolorosas experiencias de guerra -"Drums taps" ("Toques de tambor")-, que, junto a la también novedosa elegía por la muerte de Abraham Lincoln, contribuyeron decisivamente a consolidar la dimensión patriótica de la figura y la obra de Whitman. En esta línea ininterrumpida de trabajo, Whitman continuó añadiendo nuevas composiciones a su ambicioso y cada vez más deslumbrante poemario, hasta alcanzar en 1892 la décima edición, conocida como la "del lecho de muerte".

La introducción -casi siempre, en los versos que centran su mirada en el yo poético- de una profunda complejidad psicológica verdaderamente inusual en el quehacer lírico de la época, se sumaba a la intensidad de la pulsión sexual explícita (sobre todo, en sus inclinaciones homosexuales) y al fervor democrático y progresista de Whitman para configurar un poemario tan novedoso y radical que, de inmediato, se convirtió en uno de los hitos más señalados de la historia literaria estadounidense. Estas originales aportaciones, unidas al impresionante dominio del lenguaje poético de que hacía gala (fue el creador, de hecho, de las nuevas formas de expresión que utilizó la lírica de su país a partir de entonces), contribuyeron a subrayar la poderosa individualidad del poeta de Long Island, imposible de encasillar plenamente en ninguna tendencia poética concreta. Pero, paradójicamente, esta fecunda individualidad se pone en todo momento al servicio de los intereses comunes y las preocupaciones compartidas con sus conciudadanos, como queda bien patente en "Song of Myself" ("Canto a mí mismo"), uno de los poemas principales de Hojas de hierba, donde Whitman apunta que la energía original y la comunión expresa con todos los elementos de la naturaleza conforman el vitalismo de su nación, y llega a afirmar que el mayor poema jamás escrito son los propios Estados Unidos de América.

Más que como un alarde chauvinista de fervor patriótico, esta aseveración debe interpretarse como una plasmación de esa concepción global de la poesía que anima todo el pensamiento de Walt Whitman. En efecto, en sus versos pretende reflejar un aliento creador -el impulso poético- que, según el autor de Long Island, es capaz de abarcarlo todo: el género humano, los paisajes naturales, las relaciones sociopolíticas (con su encendida defensa de la democracia), la vasta configuración de la pasión amorosa (contemplada tanto en su dimensión platónica como en su manifiesta realidad carnal) y la inmensidad del supremo creador; de ahí que, en otra de sus celebérrimas composiciones, titulada "So Long!" ("¡Adiós!"), Whitman llegue a identificar plenamente su propia condición humana con la expresión material del libro en el que ha pretendido reflejarla ("Quien toca esto [el volumen impreso que el lector sostiene en sus manos] toca a un hombre").

En realidad, lo que el ya venerable patriarca denominó en su corpus poético "energía vital" puede equipararse a la fuerza que anima a un colectivo joven (el pueblo americano) que, ante las gozosas expectativas de futuro que tiene ante sus ojos (simbolizadas, en la obra de Whitman, por la imagen potente y vigorosa de los adelantos ferroviarios), es capaz de exprimir hasta la última gota de vitalidad almacenada en cualquier "hoja de hierba". Pero este vitalismo alegre y progresista chocó frontalmente con otro sector del pueblo americano, el de los puritanos representados -en el discurso literario de la época- por autores tan tradicionalistas y reaccionarios como el narrador Nathaniel Hawthorne, un furibundo moralista acongojado por la naturaleza del pecado y, entre otras consideraciones totalmente ajenas al pensamiento de Whitman, la paradoja implícita en las virtudes regenerativas del pecado (que redimen al pecador arrepentido) y en la recompensa -para él, injusta- que supone el no recibir el castigo merecido. Y, aunque las diferentes capas de la sociedad americana de la época comenzaban a mostrar ya una densa complejidad, conviene advertir que el grupo constituido por estos moralistas como Hawthorne no era precisamente minoritario; de ahí que Whitman, saludado en un principio con alborozo por parte de sus colegas trascendentalistas (como los mencionados Emerson, Dickinson y Thoreau), pronto se viera discretamente abandonado por estos compañeros de andadura ideológica y acosado por la saña feroz de los puritanos, a quienes escandalizaba sobremanera, más que sus opiniones políticas liberales, su explícito tratamiento de las relaciones amorosas entre personas de un mismo sexo. De hecho, hasta que el nombre de Whitman no recibió el respaldo unánime de los lectores del resto del mundo, el autor de Long Island atravesó por serias dificultades a la hora de dar a la imprenta, en su propio país, algunas ediciones de Hojas de hierba.

Ecos e influencias

La fascinación causada en todas las literaturas occidentales por el nuevo lenguaje poético y la novedosa concepción de la propia poesía que puso en boga Walt Whitman no sólo influyó decisivamente en sus contemporáneos (los poetas norteamericanos de la segunda mitad del siglo XIX), sino que se prolongó, asombrosamente multiplicada, durante toda la centuria siguiente. Ya se ha aludido oportunamente, al comienzo de esta breve semblanza biográfica, al peso del legado literario, ideológico e intelectual de Whitman manifiesto en casi todos los escritos de los autores de la "beat generation", desde los poetas Lawrence Ferlinghetti, Allen Ginsberg y Gregory Corso, hasta los novelistas William S. Burroughs y Jack Kerouac; pero, ya al margen de este grupo generacional de la segunda mitad del siglo XX, conviene recordar también la acusada huella de su talante y su poesía en las obras de otros autores norteamericanos tan diferentes entre sí como Edward Estlin Cummings, Vachel Lindsay, Hart Crane, Kenneth Fearing o Archie Randolph Ammons.

Además, los ecos de esta brillante ruptura con los moldes formales y los núcleos temáticos de la tradición poética anterior rebasaron las fronteras estadounidenses para llegar a un sinfín de escritores de todas las culturas, lenguas y países. Una somera relación de algunos de estos autores tributarios del legado de Walt Whitman (y confesos admiradores de sus versos) basta para dar una idea del alcance universal de su obra, rastreable en escritos del irlandés Bram Stoker, del mexicano Salvador Díaz Mirón, del cubano Regino Eladio Boti, del chileno Pablo de Rokha o del argentino Jorge Luis Borges.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.