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HistoriaPolíticaBiografía

Velasco, Luis de, "El viejo" (1511-1564).

Administrador colonial español nacido en Carrión de los Condes en 1511 y muerto en México en 1564. En 1547 fue virrey de Navarra y posteriormente, en 1550, de Nueva España; fue además caballero de la Orden de Santiago y Tutor y padre de la patria de México.

Llamado El Viejo, para diferenciarlo de su hijo, también virrey de Nueva España, nació en Carrión de los Condes (Palencia) en 1511 y desde muy joven estuvo al servicio de la corona y del emperador Carlos V en los ejércitos reales. Demostró sus dotes de gobernante y administrador al hacerse cargo del virreinato de Navarra, en momentos de tensión y dificultades fronterizas, por lo que se ganó el reconocimiento y la atención del monarca, que decidió nombrarle sucesor de don Antonio de Mendoza, primer virrey de Nueva España.

Carlos V firmó su nombramiento en Bruselas el 4 de julio de 1549, expidiéndose las correspondientes instrucciones en Valladolid el 16 de abril de 1550, firmadas por el regente Maximiliano y la reina, segunda que se redactaban con destino a un gobernante de América. Se le nombró virrey y gobernador de la Nueva España y sus provincias y presidente de la Audiencia Real de México. El primer punto de esas instrucciones contiene una declaración específica: “[…] por cuanto en reconocimiento de tan gran merced como Dios Nuestro Señor nos ha hecho en hacernos rey y señor de tantas y tan grandes provincias como son las de nuestras Indias, nos tenemos siempre por obligado a daros orden cómo los naturales de dichas provincias le conozcan y sirvan y dejen la infidelidad y el error […] para que su santo nombre sea en todo el mundo conocido y ensalzado […]”.

Las tareas por cumplir se enumeraban con todo detalle, tanto en el aspecto religioso como en los tocantes al gobierno y administración de aquellos reinos. Se le encomendaba el cuidado de los indios, su liberación de cualquier tipo de encomienda o esclavitud, la salvaguardia de todos sus derechos y que se velase por la prosperidad del territorio. Deseoso el emperador de que se aplicaran las Leyes Nuevas así lo recomendaba, disponiendo la visita regular de los oidores a los pueblos de indios y sus congregaciones. Tampoco olvidaba recomendar el cultivo de la caña de azúcar, la industria de la seda y el desarrollo de la ganadería, la recta administración de la economía y el fomento de la real hacienda.

El cuidado y la meticulosidad que desde la corte se ponía en las instrucciones impartidas se confirma en el párrafo final, que decía: “Y porque por experiencia ha parecido […] os mando que no entendais en armadas ni descubrimientos, ni tengais granjerías de ninguna suerte de ganados mayores ni menores ni estancias ni labranzas ni minas, ni tengais trato de mercaderías ni otras negociaciones, por vos ni en compañía ni por interpósitas personas directa ni indirectamente; ni os sirvais de los indios […] porque teniendo estas consideraciones mandamos dar salario competente con vuestro cargo”.

Las que se referían a la hacienda real estaban cuidadosamente detalladas: sobre el funcionamiento de la caja de las tres llaves; las ventas en las almonedas en presencia de un oidor; la apertura de la caja todos los sábados de cada semana, por los oficiales de la caja; quintar la plata y el oro todos los lunes y jueves de cada semana; el asentamiento de todas las cédulas y provisiones en un libro que se guardaría en el arca de las tres llaves; el cobro de los derechos de almojarifazgo sobre las mercancías llegadas a la Nueva España, etc.

Antes de partir para su destino, hizo testamento en Palencia el 25 de febrero de 1550 y el 7 de mayo se encontraba en el Alcázar de Sevilla preparando su viaje. Salió de Sanlúcar de Barrameda el día 29 y después de una travesía de tres meses desembarcó en San Juan de Ulúa el 23 de agosto de 1550. Su primera ocupación fue conocer el estado de salud del virrey Antonio de Mendoza, ya que llevaba instrucciones de seguir hasta Lima, en caso de que Mendoza no pudiera trasladarse a su destino. La duda se resolvió a finales de septiembre, cuando Mendoza consideró que debía cumplir los deseos del emperador. El 25 de noviembre unidos ambos gobernantes, hicieron su entrada solemne en la capital, siendo don Luis de Velasco recibido con todos los honores. Mendoza, por su parte, embarcó en enero rumbo a Perú.

El virrrey Velasco gobernó Nueva España durante 14 años, casi tantos como su antecesor y en este largo periodo demostró que “era hombre prudente, por demás generoso y humanitario, de elevados sentimientos y de recto justísimo criterio”, según las crónicas de la época. Desde el primer momento se aplicó en el cumplimento más exacto de las instrucciones que había recibido, por lo que de conformidad con las nuevas leyes, ordenó poner en libertad a todos los indios esclavos, medida que había sido rechazada hasta ese momento por los encomenderos. Frente a sus súplicas y amenazas respondió declarando que más importaba la libertad de los indios que las minas de todo el mundo y que las rentas percibidas por la corona no eran de tal naturaleza que por ellas se hubieran de atropellar las leyes divinas y humanas.

Con el apoyo del visitador Diego Ramírez, que impidió cualquier tentación de entorpecimiento por parte de la Audiencia, en la que se habían refugiado los intereses de sus opositores, el virrey extendió la aplicación de las leyes nuevas, logrando el respeto y la admiración de las comunidades indígenas y de gran parte de la población española y criolla. Se prohibió a las órdenes religiosas que conocieran en negocios de matrimonio, encargándoseles cuidar del trabajo de los indios, para evitar que se hicieran perezosos y aumentar la producción de los mantenimientos.

Una de sus mayores preocupaciones consistió en ampliar y extender las fronteras del norte, inmensas llanuras llamadas de Guadiana (actuales Durango y Chihuahua) a las que envió varias expediciones, la primera en 1552 a cargo de Ginés Vázquez Coronado, que fracasó en el intento. El año siguiente se registraron varias catástrofes: el hundimiento de la flota que navegaba hacia España, a causa de un huracán en el paso de las Bahamas y sobre todo la inundación del valle y la ciudad de México, como consecuencia de las lluvias torrenciales de 1553. Para hacer frente a los salteadores de caminos y siguiendo el ejemplo de la península, instituyó el tribunal de la Santa Hermandad, que presidieron los alcaldes de la mesta.

Prosiguió la excelente obra urbanizadora del virrey Mendoza y, siguiendo las instrucciones reales en la fundación de nuevos pueblos, se señaló “sitio y lugar para la casa real de consejo y cabildo, aduana y atarazana, templo y puerto, así como un hospital para pobres y enfermos no contagiosos junto al templo y por claustro de él, construyendo en lugar levantado y lejos de los demás otro hospital para contagiosos”. De estas disposiciones se beneficiaron los pueblos de indios, a los que se aplicaron nuevas disposiciones con el fin de evitar que fuesen vejados por los jueces, asegurar su adoctrinamiento en la fe y eliminar el cobro de tributos excesivos.

A mediados de 1554 los levantamientos de indios del norte, llamados generalmente chichimecas, se hicieron más frecuentes llegando a impedir las comunicaciones con el gran centro minero de Zacatecas, por lo que el virrey designó al oidor Francisco de Herrera para que los persiguiera y redujese, lo que sólo se consiguió a medias. Para asegurar la tranquilidad de esta zona, se dispuso la construcción de dos presidios, San Felipe y San Miguel (en la actualidad San Miguel Allende), como puestos de avanzada y reductos protectores. Dos años más tarde, el alcalde mayor de Zacatecas armó una nueva expedición que atravesó el territorio de Durango, para establecer numerosos reales de minas en el norte del país.

En 1557 se supo en México que el emperador había renunciado al trono y cedido la corona varios meses antes a su hijo Felipe II. La ceremonia de solemne jura en acatamiento del nuevo rey se celebró el 6 de junio y estuvo rodeada de gran solemnidad. Se supo que las primeras disposiciones del rey se referían a “la observancia de la justicia, el buen tratamiento de los indios, los adelantos de la colonia en todos los ramos y su ampliación a tierras de la Florida, empresa en la que no se había conseguido ningún éxito anterior”.

Asegurada, gracias a las expediciones de don Francisco Ibarra, la expansión y el dominio de la zona de Durango, donde se estableció la ciudad de este nombre, el virrey Velasco decidió que había llegado el momento de iniciar la conquista de la Florida. Encargó la dirección a su amigo don Tristán de Luna y Arellano que, al frente de 13 navíos, 500 soldados y mil colonos y criados, salió de San Juan de Ulúa el 11 de junio de 1559, para desembarcar el 17 de julio en la bahía de Miruelo (actual de Tampa) e iniciar la exploración de aquellos territorios. Un fuerte huracán destruyó, un mes más tarde, casi todos los navíos y la mayoría de los pertrechos, ocasionando la muerte de más de un centenar de caballos.

En la Florida, a lo largo de más de un año se multiplicaron las desgracias, fracasaron las exploraciones enviadas al interior, enfermó gravemente don Tristán y desde la corte, adonde había llegado una primera información optimista, se ordenó extender la presencia española hasta las costas orientales de la península. Desalentado por las últimas noticias llegadas de parte de don Tristán, que se trasladó a España en 1561, el virrey lo sustituyó por don Angel de Villafane, cuyos navíos volvieron a sufrir nuevos temporales y tuvieron que refugiarse en Santo Domingo. Abandonada esta empresa por el virrey, se hizo cargo de continuar la conquista Pedro Menéndez de Avilés, capitán general de la Armada Trasatlántica, que acababa de ser nombrado gobernador de Cuba y Florida por el rey.

En las fronteras del norte, el virrey Velasco nombró a Francisco de Ibarra, hijo de un yerno suyo, para que fundara poblaciones y avanzara hacia el interior, partiendo de Zacatecas, con un fuerte contingente de tropas y pertrechos. Pudo llegar hasta el río Conchos y estableció algunos presidios, entre ellos el de Chihuahua en la provincia de los tarahumaras. En sus expediciones llegó a Sinaloa, donde fundó la villa de San Juan Bautista, a orillas del río Zuaqui, para continuar hasta Sonora, “haciendo grandes e importantes descubrimientos”. Estas conquistas, sin embargo, fueron disputadas por el gobernador Vázquez Coronado, que alegaba haber sido el descubridor de la zona, aunque la había abandonado sin dejar guarnición alguna. Ibarra, por su parte, las pobló con numerosos misioneros.

Los últimos años de virreinato no estuvieron exentos de dificultades. Algunos consejeros de Felipe II consiguieron que el rey, considerando su estado de salud, ordenó a Velasco que consultara todos los asuntos con los oidores de la Audiencia, lo que disgustó a los amigos del virrey, quienes enviaron una delegación a la corte para exponer sus quejas. Rechazadas por Felipe II estas alegaciones, nombró visitador de Nueva España al licenciado Valderrama, que llegó a México en 1563 provisto de instrucciones sobre la jurisdicción de los oidores, el quintado de oro en polvo y barras, la posible sustitución del virrey por la Audiencia en caso de muerte por enfermedad, la enseñanza del castellano en todos los pueblos y la continuación de las exploraciones y conquistas. También nombró gobernador de Yucatán directamente, sustituyendo su dependencia del virreinato de Guatemala. Ernesto de la Torre opina del visitador que era “ejemplo funesto de funcionarios obcecados, más papistas que el papa, formalista y despótico, quien perturbó la situación reinante sin que mejorara la de los indígenas”.

En el campo de la educación y la cultura, el virrey Velasco apoyó la fundación de la Universidad, inaugurada con su presencia el 25 de enero de 1553 y promovió los estudios y la publicación de obras importantes, entre otras Doctrina Cristiana en lengua mexicana de fray Pedro de Gante; los trabajos de fray Alonso de la Veracruz, primer filósofo de Nueva España y autor de numerosos libros escritos en latín; Diálogos latinos del humanista Cervantes de Salazar; Vocabulario en lengua castellana y mexicana, de fray Alonso de Molina, mientras fomentaba la creación de nuevas imprentas en la ciudad de México.

Al cabo de varios años de enfermedad falleció el 31 de julio de 1564 y fue sepultado en la iglesia de Santo Domingo. La gobernación del virreinato quedó en manos del presidente de la Audiencia, cuyo interinato se prolongó dos años, en cumplimiento de las instrucción de Felipe II. Para Rubio Mañé “el afán de resolver el estado de servidumbre en que los indios se hallaban, su nerviosidad ante todo lo que parecía injusto y su carácter de tomar las cosas muy a pecho, le amargaron los años de administración, lo enfermaron y le causaron la muerte”.

Bibliografía

  • OROZCO Y BERRA, M. Historia de la dominación española. México, 1938.

  • RUBIO MAÑÉ, I. Introducción al estudio de los virreyes de Nueva España. México: Ediciones Selectas y UNAM, 1959 y 1961.

  • BARONESA DE WILSON. México y sus gobernantes. Barcelona, 1910.

  • DE LA TORRE VILLAR, E. Instrucciones y memorias de los virreyes novohispanos. México: Editorial Porrúa, 1991.

Manuel Ortuño

Autor

  • 0111 Manuel Ortuño