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LiteraturaHistoriaBiografía

Salazar Palacios, Catalina de (1565-1626)

Dama española, esposa del escritor Miguel de Cervantes, nacida en Esquivias (Toledo) en noviembre de 1565 y fallecida en Madrid en 1626. Era hija de Hernando de Salazar Vozmediano y Catalina de Palacios, matrimonio del que nacieron, además, otros dos hijos: Francisco y Fernando.

Su encuentro con el futuro autor del Quijote tuvo lugar en 1584, cuando Miguel de Cervantes llegó a Esquivias con la intención de recuperar y editar los manuscritos de su amigo el poeta Pedro Laínez, cuya viuda era natural de dicho enclave manchego. Al parecer, Juana Gaitán, que estaba en posesión de los escritos poéticos autógrafos de su desaparecido esposo, se había retirado a vivir a su lugar de origen, en donde poco después de la muerte del poeta había contraído nuevas nupcias con el joven Diego de Hondaro. Sin oponerse a la edición de dichos versos -última voluntad de Laínez-, Juana Gaitán había hecho acudir a Cervantes hasta Esquivias, en donde el escritor alcalaíno pasó un par de meses estudiando los manuscritos de su difunto amigo.

Por aquel tiempo, Hernando de Salazar acababa de fallecer, con lo que su esposa Catalina y sus tres hijos quedaban en una penosa situación económica, debido a las numerosas deudas acumuladas por el finado. Juan de Palacios, hermano de la viuda y párroco de Esquivias, se había hecho cargo de la tutela de sus dos sobrinos varones (que luego habrían de seguir también la carrera eclesiástica); pero la joven Catalina, a sus diecinueve años de edad, permanecía soltera al lado de su madre. Miguel de Cervantes, que superaba su edad en dieciocho años, hubo de conocerla nada más llegar a Esquivias, puesto que era vecina de la despreocupada viuda de Pedro Laínez; y, antes de que hubieran transcurrido tres meses desde su primer encuentro (concretamente, el día 12 de diciembre de 1584), los casaba en la parroquia de Santa María de la Asunción el ya citado tío de la novia. El ex-cautivo de Argel contaba, a la sazón, treinta y siete años; Catalina, como ya se ha indicado más arriba, aún no había alcanzado la veintena.

No deja de ser curioso el hecho de que Cervantes, tan puntilloso en toda su obra a la hora de describir la belleza femenina, no dejara ningún testimonio escrito del aspecto físico de su joven esposa, de la que tampoco ofreció otras informaciones relevantes en una mujer de su tiempo (como, por ejemplo, que sabía leer y escribir, tal vez merced a los desvelos de su tío el párroco). Ante esta escasez de testimonios de primera mano, la crítica especializada ha reconstruido la figura de Catalina y la relación conyugal que compartió con Cervantes por medio de conjeturas derivadas de la biografía del "Manco de Lepanto": "Miguel y Catalina eran dos personas muy desiguales: la mujer del pueblo y el hombre del mundo, la mujer inculta casada con un pensador, bibliófilo y autor. Las teorizaciones y lucubraciones de Miguel sobre el matrimonio -un estado sacramental, que combina dos cuerpos en uno y permite la satisfacción sexual del varón al mismo tiempo que garantiza el bienestar económico de la mujer y progenie- le habrán interesado poco o nada. Tampoco su concepción, claramente expresada en sus obras, de que la mujer debería obedecer al marido, siempre más sabio. Para colmo, se conocieron sólo dos meses antes de casarse para toda la vida. No me parece exagerado calificar todo esto como la receta para un desastre" (vid., supra, "Eisenberg, Daniel", en "Bibliografía").

Ciertamente, el matrimonio estaba condenado al fracaso desde el mismo instante de su concertación. Instalado en Esquivias, Miguel de Cervantes (que había conocido ya la ciudades más populosas y cosmopolitas del mundo, como Roma, Nápoles o Argel) a duras penas se adaptó a la vida en un apacible poblacho manchego, por lo que buena parte de sus biógrafos interpreta sus inmediatas ocupaciones laborales, que le exigieron viajar constantemente, como un buscado pretexto para el abandono del apartamiento en el campo y la huida del tedio conyugal.

Con todo, Catalina de Salazar y Palacios compartió hogar en su pueblo natal con su esposo desde comienzos de 1585, después de que Miguel se hubiera obligado a aportar a las cuentas comunes del nuevo matrimonio la cantidad de cien ducados. Pero, desde los primeros días de su estancia en Esquivias, el escritor comenzó a realizar frecuentes viajes a Madrid, que pronto se extendieron en otras direcciones (Toledo, Sevilla, etc.); viajes justificados, en ocasiones, por sus actividades profesionales y literarias (como el que le llevó a Madrid, en marzo de 1585, para firmar un contrato con Gaspar de Porres, por el que se obligaba a entregarle dos comedias para su representación), pero también planeados en otros momentos como vías de escape de esa vida marital que le aburrió desde un principio.

En los documentos cervantinos, Catalina de Salazar reaparece el 9 de agosto de 1586, cuando Miguel recibió de la familia de su esposa la dote prometida, a la vez que él mismo hacía entrega de los cien ducados que se había obligado a aportar al matrimonio. Unos meses antes (en la Navidad del año anterior), los cónyuges se habían reunido también con motivo de la boda de un sobrino de Catalina, Gonzalo de Guzmán Salazar. Pero el hastío de la vida conyugal pronto se hizo insoportable al futuro autor del Quijote, quien el 28 de abril de 1587, por medio de un poder otorgado en Toledo, autorizó a su esposa Catalina a cobrar y pagar cualquier deuda en nombre de su marido; a vender bienes muebles o raíces, tanto los de ella como los de él, "a las personas y los precios que quisiéredes"; y, entre otras disposiciones, a tomar las decisiones que le parecieran más convenientes en cualquier pleito que afectara al matrimonio o a cada uno de los cónyuges por separado. Por medio de este poder, Miguel intentaba dejar en la mejor situación posible a su mujer antes de partir para Sevilla, en donde iba a aceptar el cargo de Comisario de Abastos de la Armada. Se consumaba así, de facto, la disolución de este desigual enlace, aunque legalmente los cónyuges continuaran casados.

Tras un largo período de separación, con Catalina instalada en el domicilio "oficial" del hogar conyugal en Esquivias, y Miguel en continuos desplazamientos por Andalucía, los esposos se reunieron en Madrid en el verano de 1594, aunque el escritor pronto volvió a abandonar a su mujer para trasladarse de nuevo al sur de la Península, donde le ofrecieron responsabilizarse de la recaudación de dos millones y medio de maravedíes recaudados como tributo fiscal en la provincia de Granada. Previamente, para avalar su honradez, Cervantes hubo de depositar una fuerte suma de dinero procedente de su propio patrimonio y de los bienes de Catalina.

En mayo de 1595, la muerte de Juan de Palacios, el párroco de Esquivias, vino a poner de manifiesto el disgusto de la familia de Catalina con su extraño matrimonio, en el que la ausencia constante del marido debía de haberse convertido en una incesante fuente de habladurías entre los pobladores del lugar. En efecto, el difunto párroco sólo dejó a su sobrina una exigua porción de su herencia, en señal del enojo que le había causado su peregrina vida conyugal. Poco después, el matrimonio volvió a reunirse en una celebración familiar, el día 18 de mayo de 1595 en la ciudad de Toledo, esta vez con motivo de la ordenación sacerdotal de Francisco de Salazar y Palacios, uno de los hermanos de Catalina.

El 19 de agosto del año 1600, el otro cuñado de Cervantes, Fernando de Salazar y Palacios, tomó el hábito franciscano bajo el nombre de Juan de Salazar, después de haber repartido sus bienes entre su hermana y su hermano mayor, y haber nombrado ejecutor de estas disposiciones al propio autor alcalaíno. El 27 de enero de 1602, Catalina y Miguel volvieron a mostrarse juntos en Esquivias, en donde asistieron -el escritor, en calidad de padrino- al bautizo de la hija de un matrimonio amigo; al parecer, por aquel entonces Cervantes vivía a caballo entre Madrid, Toledo y el pueblo de su mujer, aunque tal vez ya con la decisión tomada de trasladarse cuanto antes a Valladolid, la nueva capital del reino.

Se instaló, en efecto, en la capital castellana en compañía de su mujer, su hermana Andrea, su sobrina Constanza (hija de la anterior), su otra hermana Magdalena y la supuesta hija de ésta -aunque, en verdad, hija ilegítima del propio escritor- Isabel, todos ellos atendidos por la criada María de Ceballos. Curiosamente, en otros pisos de esta misma vivienda vallisoletana se afincaron varias familias procedentes de Esquivias y Toledo (entre ellas, la de Juana Gaitán, la viuda de Pedro Laínez que había contribuido, indirectamente, a que Catalina y Miguel se conocieran).

De nuevo en Madrid, el matrimonio se mostró ahora mucho más unido, como queda patente en el testamento dictado por Catalina el día 16 de julio de 1610, en el que, además de dejar a Miguel casi todos los bienes que poseía (salvo los que todavía estaban destinados a saldar las viejas deudas contraídas por su padre), hacía referencia explícita al "mucho amor" y a la "buena compañía" que se habían profesado ambos cónyuges. En dichas disposiciones testamentarias, Catalina de Salazar manifestaba su voluntad de ser enterrada en el coro de la iglesia de Esquivias, "junto a la grada del altar mayor", al lado del lugar en donde yacían también los restos mortales de su progenitor.

Durante el año de 1611, el matrimonio pasó un gran período de tiempo en Esquivias, tal vez en busca de un sustento económico en las posesiones Catalina. Un año después, ya de nuevo en Madrid, la esposa de Cervantes hubo de otorgar una nueva dotación en favor de su hermano Francisco, quien seguía afrontando la liquidación de la enorme deuda contraída por la familia Salazar.

A la muerte del escritor, sobrevenida en 1616, el manuscrito de su obra póstuma Los trabajos de Persiles y Sigismunda quedó en manos de Catalina, quien a su vez encargó al librero Villarroel que se ocupase de su publicación. Previamente, todavía en vida de su esposo, había profesado en la Orden Tercera de San Francisco, donde también habían buscado consuelo espiritual sus cuñadas, y donde, pocos días antes de morir, profesó el propio Cervantes. Antes del fin de sus días, acaecido en Madrid en 1626, Catalina de Salazar y Palacios mudó su testamento y dejó expresa su voluntad de ser enterrada en el mismo convento de los trinitarios que albergaba los restos mortales de su esposo.

Bibliografía

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  • ZARAGOZA, Cristóbal: Cervantes. Vida y semblanza (Madrid: Mondadori, 1991).

Autor

  • José Ramón Fernández de Cano