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HistoriaPolíticaBiografía

Pacheco y Osorio, Rodrigo (1570-1640).

Administrador colonial español nacido en Ciudad Rodrigo (Salamanca) en 1570 y muerto en Bruselas en 1640. Fue virrey de Nueva España de 1624 a 1635.

Don Rodrigo Pacheco y Osorio, marqués de Cerralvo, fue gobernador y capitán general de Galicia antes de ser nombrado virrey de Nueva España. En contraste con su predecesor, el puritano y reformador marqués de Gelves, era un hombre mundano y amante de las fiestas que poseía el tacto necesario para afrontar los conflictos suscitados en el virreinato, tanto entre el poder civil y el eclesiástico como entre la institución virreinal y la audiencia de México, por el dramático derrocamiento de Gelves.

El 14 de septiembre de 1624, Cerralvo y su esposa, doña Francisca de la Cueva, hija del duque de Alburquerque, llegaron a Veracruz y emprendieron el largo viaje por tierra a la ciudad de México. La principal tarea que el Consejo de Indias le había encomendado a Cerralvo era que restaurase la paz y tranquilidad en el virreinato. Recibió dos instrucciones: una pública, fechada el 18 de junio de 1624, y una secreta, del 24 de junio. En ellas, se le ordenaba restablecer la autoridad virreinal con el fin de evitar nuevos enfrentamientos entre las distintas jurisdicciones y grupos de poder. Debía restituir provisionalmente en el puesto de virrey a Gelves para que de “esa suerte vuelva la estimación y respeto que debe tener el cargo de virrey”.

Así lo hizo Cerralvo. Con la promesa de que la temida purga de los enemigos de Gelves no tendría lugar, apaciguó a don Pedro de Vergara Gabiria y a sus allegados. El 31 de octubre de 1624, restableció simbólicamente a Gelves al frente del virreinato y al día siguiente, recibió formalmente de Gelves las riendas del gobierno.

Durante los primeros meses, Cerralvo se dedicó a reafirmar su posición al frente del virreinato. Aprovechó la ausencia del recién nombrado visitador general, don Martín de Carrillo y Alderete, para designar a sus criados a cargos vacantes en la administración y entablar amistad con los hombres más poderosos de la sociedad virreinal, entre ellos, el escribano mayor Fernando Carrillo, el regidor Pedro Díaz de la Barrera, y el rico y astuto mercader, don Antonio de Urrutía y Vergara.

El visitador general llegó a Nueva España en septiembre de 1625. En diciembre de 1627, lo hizo el nuevo arzobispo de México, don Francisco de Manso y Zuñiga, un hombre con larga experiencia en el Consejo de Indias y, como su predecesor en el cargo, don Juan Pérez de la Serna, decidido a reformar las doctrinas de indios y proteger los intereses de la sociedad criolla. Para ello, se alió con Vergara Gabiria, a quien defendió de las acusaciones del visitador y, el 20 de enero de 1628, concedió un indulto general a toda la ciudad de México por su participación en el tumulto de 1624.

Inicialmente, las relaciones entre Manso y Cerralvo fueron cordiales. Pero se deterioraron rápidamente, especialmente, tras el regreso de Carrillo a España en 1628, lo que teóricamente dejaba las manos libres al virrey para gobernar. El arzobispo, sin embargo, era un poderoso rival y estaba decidido a limitar el poder del virrey, al erigirse en portavoz y defensor de los intereses de la sociedad mexicana y de los criollos en particular. Por ejemplo, exigió al virrey que desmantelara la fuerza regular de infantería que había creado en la capital porque los criollos se oponían a ella.

El principal reto de Cerralvo era imponer en el virreinato la Unión de Armas, el proyecto ideado por el conde-duque de Olivares, que exigía de los distintos territorios de la monarquía su colaboración en una fuerza militar conjunta, capaz de afrontar los objetivos bélicos de la corona en Europa. Puesto que no se podía esperar que los virreinatos americanos contribuyeran a la Unión con hombres, se acordó que lo hicieran con dinero. Nueva España debía entregar a la corona 250 mil ducados por año durante 15 años. Pero, pese a no disponer de parlamentos, constituciones o fueros, el virreinato presentó una fuerte oposición a las exigencias reales por medio de sus cabildos. Las ciudades de México y Puebla exigieron a Cerralvo que convocara una asamblea de todas las ciudades y pueblos del virreinato para debatir el asunto, es decir, unas Cortes mexicanas. Pero el virrey rechazó esta propuesta y las demás peticiones presentadas por las ciudades que, una a una, fueron claudicando ante sus amenazas y presiones. En el caso de Puebla, Cerralvo ordenó a los alcaldes mayores de los distritos de la jurisdicción poblana que suspendieran el envío de trabajadores del repartimiento a haciendas cuyos dueños eran regidores de la ciudad.

La intransigencia de Cerralvo y su negativa a responder a las necesidades locales le enfrentaron, irremediablemente, con el arzobispo. En cartas al Consejo, Manso acusó al virrey de encabezar una amplia red de nepotismo y corrupción, y pidió que se limitaran sus poderes, en especial, la provisión de alcaldías mayores. A las acusaciones de Manso se sumaron las quejas de los criollos de la capital, quienes alegaban que el virrey no había hecho nada por protegerles de la terrible inundación de 1629, a pesar de que Cerralvo había restaurado la calzada de San Cristóbal y ordenado proseguir las obras del desagüe de México. La política eclesiástica también provocó un fuerte malestar. Cerralvo reafirmó la alternativa, el sistema mediante el cual los criollos y los peninsulares se alternaban los puestos principales de las órdenes religiosas, lo que no sentó nada bien a los criollos, que consideraban a la alternativa un sistema injusto que restringía su acceso a cargos a los cuales creían tener derecho.

El Consejo de Indias recibió muchas quejas contra el gobierno del virrey. Pero también llegaron a Madrid críticas contra Manso, a quien Cerralvo y sus allegados acusaban de destemplanza y ambición. En febrero de 1631, los ministros resolvieron reemplazar al virrey, pero mediante pretextos y excusas, Cerralvo logró posponer su vuelta hasta 1635. Los tres últimos años de su gobierno estuvieron marcados por la crisis económica, la recesión del comercio transatlántico, el declive del tráfico comercial en el Caribe y una epidemia de cocoliztli. En el plano político, el conflicto entre el arzobispo y el virrey se fue prolongando de forma estéril hasta principios de 1635, fecha en la que el arzobispo Manso finalmente embarcó hacia España, lo que dejó a Cerralvo como único amo del virreinato hasta la llegada, en julio de 1635, de su sucesor, el marqués de Cadereita.

Cerralvo dejó el poder el 16 de septiembre de 1635. Pero no regresó de inmediato a España. Don Juan de Palafox y Mendoza, obispo de Puebla y visitador general, le tomó la residencia y le acusó de 48 cargos de los cuales el Consejo luego le absolvió. Sólo fue condenado a pagar una suma insignificante a un platero por una vieja deuda que había dejado sin saldar. Cerralvo embarcó hacia la península a principios de 1643, tras lo cual ingresó en el servicio del cardenal infante de Bruselas.

Bibliografía

  • Israel, J: Raza, clases sociales y vida política en el México colonial, 1610-1670, Fondo de Cultura Económico, México 1980.

  • Hanke, L: Los virreyes españoles en América durante el gobierno de los Austria: México, Biblioteca de Autores Españoles, 273-277, Madrid, 1976-1978, "Rodrigo Pacheco y Osorio, marqués de Cerralvo", T. III, pp. 249-336.

  • Razonamiento que el excelentísimo señor marqués de Cerralvo, virrey desta Nueva España, hizo al cabildo de México sobre la Unión de Armas el 10 de octubre de 1628, 1628.

Cayetana Álvarez de Toledo
Universidad de Oxford

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  • 0106 CAT