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LiteraturaBiografía

Mena, Juan de (1411-1456).

Poeta castellano, nacido en Córdoba en 1411 y fallecido en Torrelaguna (Madrid) en 1456. Sus versos, cargados de erudición clásica, perfectamente metrificados y con un extraordinario gusto humanista, representan una de las más altas cumbres de la poesía castellana medieval. Juan de Mena, como acertadamente consideró María Rosa Lida de Malkiel, fue el prototipo de humanista en ese prerrenacimiento español que se formó alrededor de la corte del rey de Castilla, Juan II, tal vez el monarca Trastámara con más finos gustos literarios.

Vida

Pese a tratarse de uno de los más grandes autores literarios hispánicos de todos los tiempos, lo cierto es que la documentación sobre su semblante biográfico no es, ni mucho menos, tan amplia como cabría esperar. De hecho, la principal información sobre su vida procede del prólogo que el primer editor del Laberinto de Fortuna, Hernán Núñez, hizo en la edición de 1499. Allí se informa de su nacimiento, acontecido en Córdoba (1411), su muerte, en Torrelaguna (1456), así como el puesto de prestigio que ocupó en la corte de Juan II y su amistad con Álvaro de Luna o el marqués de Santillana, entre otros destacados protagonistas del ambiente literario castellano del siglo XV. El primero de ellos fue siempre su mejor espejo político y como tal aparece retratado, en el momento cumbre de su inmenso poder, en el Laberinto de Fortuna. Esta amistad también se destila del hecho de que fuese el propio Juan de Mena quien prologó la única obra literaria del condestable: el Libro de las claras y virtuosas mujeres. A pesar de la tradicional enemistad entre aquel y el marqués de Santillana, no fueron menos los elogios que el poeta cordobés escribió sobre don Íñigo, al que dedicó en 1438 una de sus mejores obras: la Coronación. Otros poetas del ambiente cordobés, como Antón de Montoro o Juan Agraz, también cruzaron versos y correspondencia epistolar con el cronista oficial de Juan II.

Estudios posteriores, sobre todo de María Rosa Lida de Malkiel y de Vicente Beltrán, han arrojado más luz sobre su vida. En primer lugar, y dejando de lado la problemática de su más que probable origen converso, se sabe que nuestro poeta fue nieto de Ruy Fernández de Peñalosa, señor de Almenara, silenciándose la figura paterna (de ahí que Lida de Malkiel, además de otras razones, sospeche su raíz hebraizante) de modo que se deja el camino abonado para las hipótesis de su origen (Lida de Malkiel, op. cit., p. 94). También se sabe que Juan de Mena estudió en su Córdoba natal, pese a quedar huérfano en edad temprana, y alrededor del año 1434 se trasladó a la universidad de Salamanca para, con posterioridad, entrar a formar parte del séquito que el cardenal Torquemada tenía en la corte pontificia (entonces en Florencia, como bien ha demostrado Vicente Beltrán). Su estancia en tierras italianas se ha podido datar entre 1441 y 1443, fecha esta última en la que regresó a Castilla y fue nombrado secretario de cartas latinas de Juan II y Veinticuatro, es decir, regidor de Córdoba.

Como colofón a esta carrera, en 1444 fue nombrado por Juan II cronista oficial del reino, estando divididos los estudios que abogan por hacerle autor material de la Crónica de Juan II (como Narciso Alonso Cortés) o los que niegan este hecho (Lida de Malkiel o Vasvari). También parece ser factible, siguiendo con los datos aportados por sus editores, que Juan de Mena casara con una hermana de García de Vaca, de ilustre familia cordobesa, matrimonio que no tuvo descendencia. Existe otra hipótesis factible acerca de que Juan de Mena estuvo casado en segundas nupcias con Marina de Sotomayor, aunque los estudios tampoco se ponen de acuerdo sobre si tuvo dos matrimonios o uno de ellos procedente de fuentes espurias. Pese a que su cargo estaba protegido por una alta renta procedente de las arcas reales, lo cierto es que tradicionalmente se ha atribuido a su buen amigo el marqués de Santillana el pago de los costes derivados de su defunción. Ello puede indicar que o bien la renta era bastante más corta de lo habitualmente pensado o bien, como ha manejado hábilmente Louise Vasvari, que Juan de Mena trabajase también en la biblioteca del citado marqués y que éste se hiciese cargo de los costes por la amistad que les unía. No parece, en cualquier caso, que el excelente poeta cordobés hubiera hecho demasiada fortuna económica en el fin de sus días. Por suerte, no puede decirse lo mismo de su fortuna literaria.

Poesía

Laberinto de Fortuna (Las Trescientas)

El opus magnum de nuestro poeta fue más conocido por su público como Las trescientas de Juan de Mena, aunque en realidad esté constituido por 297 coplas de arte mayor. La tradición manuscrita adjunta otras tres estrofas que merecieron tratamiento especial por parte del Brocense, quien recogió también las veinticuatro espurias que circulaban por esos años, claro fruto de un imitador. Aunque son varios los puntos de encuentro entre el Laberinto y La Coronación, el primero se revela mucho más ambicioso desde su mismo aspecto exterior: no sólo cuenta con unas cuantas estrofas adicionales sino que éstas, además, son unas altisonantes coplas de arte mayor. El Laberinto de Fortuna representa la quintaesencia en el uso de esa forma poética, que determina el ritmo pero también la sintaxis y hasta el léxico, como demostró Fernando Lázaro Carreter en un magistral trabajo. El estilo del Laberinto atiende a imperativos del ritmo, pero refleja un ideal lingüístico que no falta tampoco en su prosa y que cabe sintetizar en la siguiente afirmación: los clásicos latinos no sólo le brindaban patrones literarios; de ellos, Mena extraía también los fundamentos para su forma de escribir la lengua castellana.

El poema supone la exaltación de la política castellana y de su hegemonía peninsular, que habrá de consumarse con la recuperación de las tierras ocupadas por los moros. Las trescientas están imbuidas de un espíritu mesiánico presente en otras composiciones heroicas de finales del siglo XV; de hecho, unas décadas después, la copla de arte mayor volverá a adquirir tintes épicos, próximo ya el final de la Reconquista: es ése el metro en que se ha redactado la Consolatoria de Castilla de Juan Barba, un poema de exaltación patriótica y tono mesiánico que vio la luz en torno a 1488, sólo un año después de la victoria de los Reyes Católicos en Málaga. De seguro, este ingrediente del poema hubo de ser uno de los más atractivos para sus lectores, como se percibe en la magna labor de Hernán Núñez (también llamado Pinciano o el Comendador Griego, en sus ediciones de 1499 y de 1505). Ahora bien, aunque en ese aspecto se revele la primera de las dimensiones del Laberinto, este poema deslumbró a los lectores de época, y aún hoy a nosotros, por su corte erudito en la misma línea de Dante.

El Laberinto, y son palabras de Hernán Núñez y del Brocense, había pagado un alto precio por sus enorme complejidad: copistas e impresores lo habían maltratado; en el siglo XVI, eran cada vez más numerosas las voces que lo tildaban de oscuro e impenetrable. A salirles al paso venía el Comendador Griego; no otra, como se lee en el prólogo, era la intención de Sánchez de las Brozas al retomar la edición del primero, entresacar tácitamente algunas de sus mejores glosas y superar (y es la principal aportación de su trabajo) determinados escollos textuales. Hernán Núñez se mostró artero como pocos. Por su estilo, por sus materiales y su mensaje, el Laberinto venía pintiparado en el momento en que lo dio a la estampa: la copla de arte mayor seguía vigente y el retoricismo arrastraba aún a escritores y lectores, en verso como en prosa; entre los nuevos y cada vez más numerosos lectores, los había atraídos por las obras de signo erudito y enciclopédico (por esos años la imprenta recupera enciclopedias menores, como el Liber de proprietatibus rerum de Bartolomé el Inglés, o un texto de la magnitud del Speculum maius de Vincent de Beauvais) y gozosos al enfrentarse a una lectura erudita con las ayudas necesarias; en fin, el mensaje nacionalista de Las trescientas no podía encajar mejor en otro momento que en la España pujante de los Reyes Católicos, que animaron una ambiciosa empresa cultural a la altura de las circunstancias.

El Laberinto ofrecía mucho más al contemporáneo de Mena o al lector finisecular que pudo ver la edición de Hernán Núñez. En su interior caben temas y motivos tan gratos en el Cuatrocientos como esa Fortuna que aparece desde el título mismo, cuya figura se apoderará del ocaso del Medievo tanto en la literatura como en las artes plásticas. Mena sabía también de la atracción que suscitan materias como las ciencias ocultas en el lector de ayer como en el de hoy; de ahí la inclusión de uno de los episodios más afamados de Las trescientas: el de la maga de Valladolid, con su predicción sobre el Condestable don Álvaro de Luna. Las coplas a ella dedicadas resultarían ociosas si sólo se tratase de pronosticar el más prometedor de los futuros para el valido castellano, burlados los terribles presagios iniciales; de hecho, la poesía de todos los tiempos dispone de otras vías para llegar a ese mismo punto. No basta con la justificación histórica de la anécdota, al modo de Hernán Núñez, como tampoco con una lectura a posteriori, conocido el desastrado fin que esperaba al Condestable: el largo pasaje de la maga de Valladolid satisfacía el gusto por lo truculento que anida en cualquier lector, y ello, en apariencia, sin necesidad de alejarse de la verdad del caso si damos crédito a Hernán Núñez y a otros antiguos comentaristas. En realidad, se trata de una actualización de otro pasaje del libro vi de la Farsalia de Lucano, como tampoco olvidan esos exégetas. En nuestros días, muchos críticos ven en ese cuadro "la parte más bella de todo el Laberinto", en palabras de José Manuel Blecua.

La multitud de patrones y fuentes que confluyen en el poema son el más claro testimonio de su riqueza y complejidad; en ellos radica uno de los principales retos para el lector o el crítico, a pesar de la impagable ayuda de la edición del Comendador y de la suma de los esfuerzos de los restantes editores. Por ese lado se entienden las discusiones en torno al origen de determinados recursos del poeta, que a menudo cuentan con raíces tan diversas como difíciles de precisar. Por ejemplo, el motivo seminal de la peregrinatio no sólo aparece en la Commedia dantesca sino que se muestra en otros textos europeos durante el Medievo; sin embargo, la suma de peregrinatio guiada y en compañía de una vissio, tan común en el siglo XV, queda en deuda con el florentino por mucho que nos empeñemos en distanciar su viaje del de Mena y en seguir la pista a otras composiciones alegóricas que le eran igualmente familiares. Los clásicos, sobre todo Virgilio, Lucano y en menor medida Estacio, ayudan a redactar el desfile de figuras por las distintas órdenes del Laberinto; ya que la mitología se le hace imprescindible, Mena cuenta con el apoyo adicional de Ovidio y las Metamorfosis y Boccaccio con De genealogia deorum. La información histórica dispone de una sólida base en los Chronici canones de Eusebio de Cesárea y en otras crónicas nacionales (en particular, el Liber regum, como ya demostrara L. Felipe Lindley Cintra) y universales; por lo que respecta a la abundante materia geográfica con que tropezamos a lo largo del poema, ésta no tiene su fuente primera en el Speculum naturale de Vincent de Beauvais, aunque Mena lo conoce muy bien, sino en la Imago mundi comúnmente atribuida a Honorio de Autum y a San Anselmo, como ya notaron los antiguos comentaristas. Por lo demás, en el Laberinto se detectan dosis, a veces elevadas, de materiales propios de los escritores más gustados en el siglo XV, los mismos que percibimos en otros escritos de Mena: el enciclopedismo cristiano de San Agustín, la moral de Boecio y Séneca o las anécdotas de un Valerio Máximo, al lado de tantos otros autores que la sagacidad de Hernán Núñez no tardó en sacar a la luz; en el Laberinto tampoco faltan aquellos autores medievales que gozaron de mayor nombradía, como los ya citados o el Walter Burley del De vita et moribus philosophorum.

Como Dante de la mano de Virgilio, el poeta es paseado por Providencia en el palacio de Fortuna, desde donde puede observar el orbe (imago mundi) y ver los hechos de los hombres, dispuestos en tres ruedas: la del presente, la del pasado y la invisible del futuro. Cada rueda tiene siete círculos, cada uno de los cuales es gobernado por un planeta: los de Diana o la Luna (que acoge a los castos y cazadores, como la diosa), Mercurio (de prudentes, honestos y mesurados, y de sus contrarios), Venus (los castos se contraponen a los se han dejado arrastrar por la concupiscencia), Febo (propia de los sabios, filósofos o poetas y, en el fondón, cuantos se han entregado a las artes y saberes ilícitos; el paso de unos a otros se hace por medio de don Enrique de Villena, al que Mena dedica un elogio), Marte (los guerreros del pasado con los del presente, envueltos en guerras justas o injustas; se une el relato de varias muertes heroicas, entre ellas la del Conde de Niebla), Júpiter (orden de los reyes, emperadores y guardianes de la cosa pública, con una invocación a Juan II para que guarde a Castilla de cualquier mal) y Saturno (que no es sino una laus al Condestable don Alvaro de Luna).

Los hombres y mujeres virtuosos encuentran en el Laberinto de Mena a sus contrarios, como en la Commedia de Dante y en su juvenil Coronación. La obra, así configurada, se nos revela como un ambicioso experimento en la línea del vate florentino, con un temperamento enciclopédico y moral que no oculta sus pretensiones épicas. Como se ha dicho, una materia tan elevada precisaba de la compañía de un verso y una lengua en consonancia, que Mena logró encontrar en la pauta rítmica de la copla de arte mayor (con dos sílabas átonas entre otras dos marcadas: / - - /) y en sus gustos latinizantes, en léxico y sintaxis, que tan bien se adecuaban a ese patrón métrico. Como demostró Lázaro Carreter de manera irrefutable, la tiranía del ritmo de esta estrofa es tan poderosa que se impone sobre la escansión y la prosodia como también sobre la selección de los vocablos o el orden que éstos guardan dentro de la frase; de ese modo, la sintaxis de Mena, de por sí compleja y con una marcada tendencia al hipérbaton incluso en sus escritos en prosa, halló el mejor de los medios en sus versos.

La Coronación (Las Cincuenta)

El primer gran proyecto poético de Mena es La Coronación, un texto acabado en torno a 1438 y cuyo subtítulo es Calamicleos por razones que se explican en el preámbulo primero de su comentario en prosa: "[...] assí que Calamicleos quiere dezir 'tractado de miseria y gloria'. Y aqueste nombre da a entender que en el presente tractado la voluntad del tractante fue escrevir de aquestos dos fines, es a saber de la miseria de los malos y de la gloria de los buenos". Con todo, a lo largo de los siglos XV y XVI, el título más común del poema, esta vez otorgado por su público y por sus editores, fue Las cincuenta de Juan de Mena, pues consta de cincuenta y una coplas reales, con sus diez octosílabos característicos. Éste es un poema panegírico escrito para exaltar la figura de don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana, por su victoria en Huelma frente al infiel; en él, Mena recurre a una de las modalidades más gustadas en ese momento: la visión. En su ascenso por el monte Parnaso, donde el Marqués recibe una corona "de ramas de valentía / de robres ramificada", el poeta ha dejado atrás los valles de Tesalia y a los pecadores del mundo antiguo; las altas cimas del Parnaso ofrecen morada a sabios, filósofos y poetas, que pueblan la segunda parte de la obra. En el preámbulo segundo de su comentario en prosa, Mena señala que la sátira es el género que "reprehende los vicios de los malos y glorifica la gloria de los buenos"; de este modo, el autor hace que coincidan la definición del género con el subtítulo del poema y adscribe La Coronación a dicha modalidad de escritura.

Coplas contras los pecados mortales

Por el número de sus versos como por su difusión posterior, las Coplas de los siete pecados mortales (tituladas por otros Coplas contra los pecados mortales o bien Debate de la Razón contra la Voluntad) ocupan una plaza entre el Laberinto y La Coronación, a la que, incompleta como quedó, dobla en el número de estrofas. Esta composición inconclusa pertenece a la última época de nuestro poeta, muerto en 1456, lo que explica en buena medida su contenido moralizante. A este respecto, cabe recordar que los escritores de todos los tiempos, llegados a la senectud, oscilan del erotismo a la moralidad y observan ese decoro que, en el Medievo, se convierte en un verdadero lugar común con un fundamento fisiológico inobjetable. Aunque quepa el recuerdo de un sinfín de autores, basta el testimonio de un amigo del poeta, el Marqués de Santillana, ya que, además de apuntar en el Prohemio e carta al Condestable don Pedro de Portugal que hay escritos adecuados a cada edad, en su última etapa artística se dedicó a componer poemas de asunto religioso.

El ascetismo que transpiran las Coplas justifica el recurso a autoridades cristianas, como San Jerónimo, o al mundo clásico cristianizado, concretamente ese Séneca conocido por todos a lo largo del siglo XV, tanto en sus Tratados como en sus Epístolas a Lucilio. El mensaje moral de las Coplas encuentra un magnífico compañero de viaje en la forma del debate, a la vez que agradece el abandono de la complicada poética del Laberinto y apuesta decididamente por un estilo poco recargado, ajeno a esa latinización a ultranza que descubrimos en el verso y en la prosa de los años previos: nada, pues, dificulta la comprensión del mensaje, de una claridad meridiana, ni siquiera la simple alusión erudita del comienzo; para su propósito, resulta adecuada la copla de arte menor. Mena no llegó a acabar las Coplas (tal vez porque la muerte le llegó antes, en opinión de numerosos escritores desde el propio siglo XV), lo que animó a continuarlas a Gómez Manrique, fray Jerónimo de Olivares y Pedro Guillén de Segovia, autores con poéticas mucho más cercanas a las Coplas que al Laberinto.

Poesía menor

Esta denominación general para las canciones y decires de extensión breve se mantiene desde que la empleara por vez primera Alberto Varvaro en sus Premesse ad un'edizione critica delle poesia minori di Juan de Mena (Nápoles: Liguori, 1964). Para una relación del conjunto de los testigos textuales, acúdase a las fuentes de información arriba señaladas (particularmente, el vademécum de Dutton siempre complementado por beta/boost), a las que hay que añadir las ediciones de la Obra lírica de Mena por Miguel Ángel Pérez Priego (1979) y Carla de Nigris (1988). Hay varios poemas colectivos que obligan a tender la vista hacia otras tradiciones de poesía cancioneril, como la del Marqués de Santillana, a la que tanto tiempo han dedicado hasta la fecha Maxim. P. A. M. Kerkhof, Miguel Ángel Pérez Priego, Régula Rohland o Ángel Gómez Moreno.

Arte de poesía castellana en coplas

Para este escrito, contamos con el único testimonio del asiento del catálogo de Hernando Colón en que se describe un pliego suelto así títulado y adjudicado a Juan de Mena. La noticia aducida por Antonio Rodríguez Moñino en su Diccionario bibliográfico de pliegos sueltos poéticos (siglo XVI) es la siguiente:

354. Arte poética castellana en coplas fecha por Joan de Mena. prologº / cuenta e escriue. aars. / . copla se pone. D. de mj claridad. Item coplas sobre el ecce homo. 2 col. / .ecce homo como viste. D. de dañados pesamjientos. costo 4. mrs. en M.ª del Campo por Julio de 1514. es en qr.º Colón, Regestrum, núm. 3973.

No conocemos este tratadito ni aparece mencionado por el Conde de Viñaza en su Biblioteca Histórica de la filología. Tampoco coinciden su principio y fin con los del Arte de Juan del Encina o los pocos que se conservan anteriores a 1540.

Prosa

Omero romançado o Ilias latina

Con su traducción de la Ilias latina (obra en verso escrita con toda probabilidad en el siglo I de nuestra era), que presenta los títulos de Omero romançado, Ylíada en romance y Sumas de la Ilíada de Omero, Mena retorna a una de las dos leyendas clásicas más gratas durante todo el Medievo, la troyana (la otra es la de Alejandro Magno). Sin embargo, frente a la creencia de nuestro autor, su tarea no se basó en la Ilíada homérica, recuperada por esos mismos años para Europa por Leonardo Bruni y Pier Candido Decembrio: partía, sin saberlo, de una vulgata de la leyenda, que fue leída, comentada, resumida y utilizada por doquier. La obra, que Mena dedica a Juan II, alcanzó un sonado éxito por su misma materia, pues nada más grato había para el lector del siglo XV que aquellas historias antiguas que abundaban en episodios bélicos. Estos son, precisamente, los dos aspectos sobre los que pone más énfasis el prólogo al monarca castellano, idénticos en ese punto a los valores que el Marqués de Santillana destacaba en la Ilíada de Homero -ahora sí- al encargarle un romanceamiento de la versión latina de Bruni y Decembrio a su hijo Pedro González de Mendoza. En el texto del Omero romançado, destaca el prólogo, en el que Mena saca a relucir una prosa artística elaboradísima que desesperó a Menéndez Pelayo y a sus discípulos pero que hoy hemos de revisar, como en los textos previos, con enfoque muy distinto, libre de prejuicios.

Tratado sobre el título del duque

Este opúsculo fue escrito hacia 1445 para ensalzar a Juan de Guzmán al recibir el Ducado de Medina Sidonia de manos de Juan II. El contenido laudatorio o encomiástico se une a una de las materias predilectas para el hombre de la corte medieval: el tratado teórico caballeresco, denominación bajo la que se integran los escritos sobre genealogía y heráldica, dignidades y protocolo, a los que atiende esta obra en su conjunto; en su interior, caben también noticias relativas a otros aspectos de la caballería, que merecieron obras exentas por aquellos mismos años, como son los retos y desafíos y su particular ceremonial.

Memorias de algunos linages antiguos

La fecha que figura en el prólogo de estas Memorias, dirigidas a Juan II a instancias de don Alvaro de Luna, es la de 1448; por ello, todo invita a pensar que estos apuntes sueltos (pues no parecen otra cosa) constituyen la última muestra conocida de la prosa de Juan de Mena. El asunto tratado en su interior es de la misma naturaleza que el abordado en el Tratado sobre el título del duque.

Proemio al Libro de las virtuosas e claras mugeres de Álvaro de Luna

Por su parte, el prólogo al Libro de las virtuosas e claras mugeres de don Alvaro de Luna fue escrito ca. 1446, pues de dicho año data con exactitud la obra del Condestable; en él, Mena alaba a su autor por haber quebrado una lanza en defensa de las mujeres, vilipendiadas por tantos escritos. El prólogo se enmarca, así, entre las obras de ese siglo que tratan a la mujer desde una óptica favorable y se enfrentan a los discursos misóginos que proliferaban en prosa y verso animados por el sermón o la moda literaria.

Tratado de amor

El Tratado de amor, aceptado por tantos como una obra indubitada de Juan de Mena, cae dentro de las más atrevidas y compartidas especulaciones filológicas; de hecho, no hay un solo argumento de peso que invite a mantener esa postura a ultranza. Este tratadito se conoce también como De los remedios de amor y razones hay para ello pues, a la manera de Ovidio, al ars amatoria primera (en una clave académica e idealizante ajena a cualquier manifestación de carnalidad o lujuria) le siguen unos remedia amoris en los que el anónimo autor arremete contra los enamorados locos. Lo único que hoy cabe afirmar es que este texto, quien quiera que lo haya escrito, responde a un interés teórico por la materia (característico de un medio universitario) que desbordó el ámbito tratado y alcanzó de lleno a la literatura, como Pedro Cátedra ha recordado en fecha reciente.

Bibliografía

Ediciones

Obra completa

PÉREZ PRIEGO, Miguel Ángel (ed.). (Barcelona: Planeta, 1989).
GÓMEZ MORENO, Ángel y JIMÉNEZ CALVENTE, Teresa (eds.). (Madrid: Turner-Biblioteca Castro, 1994).

Laberinto de Fortuna

FOULCHÉ-DELBOSC, R. (ed.). Mâcon, 1904; texto incorporado en su Cancionero castellano del siglo XV, tomo I (Madrid: Bailly-Baillière [NBAE, 19], 1912).
BLECUA, José Manuel (ed.). (Madrid: Espasa-Calpe [Clásicos Castellanos], 1943).
AZACÉTA, José María (ed.). Cancionero de Juan Fernández de Íxar. (Madrid: CSIC, 1956); (Barcelona: Plaza & Janés, 1986).
CUMMINS, John G. (ed.). (Salamanca: Anaya, 1968); (Madrid: Cátedra, 1979).
PÉREZ PRIEGO, Miguel Ángel (ed.). (Madrid: Alianza Editorial, 1976); (Madrid: Espasa-Calpe [Austral], 1989).
VASVARI, Louise (ed.). (Madrid: Alhambra, 1976).
NIGRIS, Carla de (ed.). (Barcelona: Crítica, 1994).
KERKHOF, Maxim. P. A. M. (ed.). (Madrid: Castalia [editio maior] 1995).
......................(Madrid: Castalia [editio minor], 1997).

La Coronación

DELGADO LEÓN, Feliciano (ed.). (Córdoba: Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba, 1978).
CORRAL CHECA, María Antonia (ed.). (Córdoba: Universidad de Córdoba, s. a. [pero 1994]).

Coplas contra los pecados mortales

RIVERA, Gladys M. (ed.). (Potomac [Maryland]: Studia Humanitatis, 1982).

Poesía menor

PÉREZ PRIEGO, Miguel Ángel (ed.). (Madrid: Editora Nacional, 1976).
NIGRIS, Carla de (ed.). (Nápoles: Liguori Editore, 1988).

Ilias latina

GONZÁLEZ ROLÁN, Tomás y BARRIO, Felisa del. "Juan de Mena y su versión de la Ilias latina", en Cuadernos de Filología Clásica, 19 (1985), [págs. 47-84].

Tratado sobre el título del duque

VASVARI, Louise (ed.). (Londres: Támesis, 1976).

Tratado de amor

GUTIÉRREZ ARAUS, María de la Luz (ed.). (Madrid: Ediciones Alcalá, 1975).

Estudios

La obra de referencia principal para el estudio de Mena (única revisión del conjunto de su obra llevada a cabo con cierta exhaustividad) es la descrita a continuación:

LIDA DE MALKIEL, María Rosa. Juan de Mena, poeta del prerrenacimiento español. (México: El Colegio de México, 1950).

Aparte, para aspectos concretos, conviene revisar la bibliografía que se ofrece en las ediciones más recientes entre las arriba citadas

AGM / OPR

Autor

  • MCV.