A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z
ReligiónBiografía

Martín de Porres, San (1579-1639).

Este santo mulato limeño nació en el año de 1579, probablemente a fines de noviembre o inicios de diciembre. Fueron sus padres Juan de Porres, hidalgo pobre originario de Burgos, y Ana Velásquez, una negra liberta, natural de Panamá. Su padre, debido a su pobreza, no podía casarse con una mujer de su condición, lo que no impidió su amancebamiento con la susodicha Ana Velásquez. Aunque nunca tuvo la intención de formalizar su relación, ésta tuvo duración en el tiempo. Fruto de ella nació también Juana, dos años menor que Martín.

Martín nació en el barrio de San Sebastián, al poniente de la capital limeña, en la orilla izquierda del río Rímac. Fue bautizado el miércoles 9 de diciembre de 1579. El documento bautismal revela que su padre no lo reconoció, pues por ser caballero laico y soltero de una Orden Militar estaba obligado a guardar la continencia de estado. La población que habitaba la ciudad de los Reyes era vasta, variada y compleja. En Lima residían, según el censo de 1613 llevado a cabo durante el gobierno del virrey Marqués de Montesclaros, 25.454 personas. La ciudad será el escenario donde la santidad florecerá, y en ella aparecerán igualmente figuras como Santa Rosa de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo, San Francisco Solano y fray Juan Masías.

Hacia 1586, el padre de Martín decide llevarse a sus dos hijos a Guayaquil con sus parientes. Sin embargo éstos sólo aceptan a Juana, y nuestro personaje debe regresar a Lima, donde será puesto bajo el cuidado de doña Isabel García Michel en el arrabal de Malambo, en la parte baja del barrio de San Lázaro, habitado por negros y otros grupos raciales. En 1591 recibe el sacramento de la Confirmación de manos del arzobispo Santo Toribio de Mogrovejo, mientras su madre observaba confundida en medio del público. Tempranamente inició Martín su aprendizaje de boticario en la casa de Mateo Pastor, quien se casaría con la hija de su tutora. Esta experiencia sería clave para Martín, conocido luego como gran herbolario y curador de enfermos. Los boticarios hacían curaciones menores y administraban remedios para los casos comunes, vieja tradición limeña. Martín prosiguió su aprendizaje como barbero, oficio que conllevaba conocimientos de cirugía menor. Los barberos de la época podían desempeñar tres funciones: las estéticas, las curativas y las profilácticas. Las dos últimas, que contribuían a la lucha contra las enfermedades, darían un perfil propio a la personalidad de Martín.

Desde muy temprano, la proximidad del convento dominico de Nuestra Señora del Rosario y su claustro conventual ejercieron una atracción sobre él. Sin embargo, entrar allí no cambiaría su situación social y el trato que recibiría por ser mulato y bastardo. No podía ser fraile de misa e incluso le prohibieron ser hermano lego. Desde el principio fue realista y decidió entrar como simple hermano donado. De esta manera entró Martín al convento en 1594 en calidad de aspirante a conventual sin opción al sacerdocio. Dentro del convento cumplió celosamente las funciones más sencillas. Fue campanero de maitines (a la medianoche) y al alba (4.30 a.m.). Su puntualidad y disciplina en la oración fueron ejemplares. Más aún, dormía muy poco, entre tres a cuatro horas, y cuentan que para no olvidarse de sus funciones por el cansancio un gato de tres colores entraba a la enfermería y empezaba a rasguñarlo avisándole de su deber. El campanario era una obligación y una devoción.

Sus hagiógrafos cuentan que tenía varias devociones, pero sobre todo creía en el Santísimo Sacramento y en la Virgen María, en especial la Virgen del Rosario, Patrona de la Orden dominica y protectora de los mulatos. Martín fue seguidor de los modelos de santidad de Santo Domingo de Guzmán, San José, Santa Catalina de Siena y San Vicente Ferrer. Sin embargo, a pesar de su encendido fervor y devoción, no desarrolló una línea de misticismo propia. La vida cotidiana del futuro santo era frugal en extremo. Era muy sobrio en el comer y sencillo en el vestir (usó un simple hábito blanco toda su vida). Cuentan que cuando murió no hubo ropa con que amortajarlo, así que lo enterraron con su propio hábito ya roído.

Martín también ejerció como barbero, ropero, sangrador y sacamuelas. Su celda quedaba en el claustro de la enfermería. Todo el aprendizaje como herbolario en la botica y como barbero hicieron de Martín un curador de enfermos, sobre todo de los más pobres y necesitados, a quienes no dudaba en regalar la ropa de los enfermos. Su fama se hizo muy notoria y acudía gente muy necesitada en grandes cantidades. Su labor era amplia: tomaba el pulso, palpaba, vendaba, entablillaba, sacaba muelas, extirpaba lobanillos, suturaba, succionaba heridas sangrantes e imponía las manos con destreza. En Martín confluyeron las tradiciones medicinales española, andina y africana; solía sembrar en un huerto una variedad de plantas que luego combinaba en remedios para los pobres y enfermos. Debió de empezar su labor como enfermero entre 1604 y 1610.

La vida en el convento estaba regida por la obediencia a sus superiores, pero en el caso de Martin la condición racial también era determinante. Su humildad era puesta a prueba en muchas ocasiones y San Martín daba muestras de ello. Parecía tener una concepción muy pobre de sí mismo y hasta como miserable, y por lo tanto digno de malos tratos. Todas estas dificultades no impidieron que Martín fuera un fraile alegre. Sus contemporáneos señalan su semblante alegre y risueño.

Otra de las facultades de este santo mulato fue la videncia que llegaba hasta la cognición, precognición y postcognición; no solo conoció el presente oculto, sino también el futuro lejano y el pasado dormido. Se cuenta por ejemplo de cierta ocasión en que su hermana Rosa había sustraído una suma de dinero a su esposo, y se encontró con su hermano. Este inmediatamente le llamó la atención por lo que había hecho. Su hermana no salía de su asombro, nadie sabía del hurto. También tuvo facultades para predecir la vida propia y ajena, incluido el momento de la muerte.

En línea con la espiritualidad de la época, San Martín y su coetánea Santa Rosa de Lima practicaron una mortificación muy grande del cuerpo. Rosa de Santa María, por su condición de mujer, podía aspirar a la santidad mortificando el cuerpo, ya que no participaba de la posibilidad de experiencia mística e intelectual. Martín se daba tres disciplinas cada día: en las pantorillas, en las posaderas y en las espaldas, siguiendo un riguroso horario y evitando mermar su salud para el cumplimiento de otras obligaciones.

Su preocupación por los pobres fue evidente. Se sabe que los desvalidos lo esperaban en la portería para que los curase de sus enfermedades o les diera de comer. Martín trataba de no exhibirse y hacerlo en la mayor privacidad. Tuvo algunos compañeros disciplinantes, el primero Fray Juan Masías, lego dominico, y un lego franciscano, de nombre desconocido. Martín llevaba dos cilicios que lo mortificaban internamente: una túnica interna de lana entretejida con cerdas de caballo y una cadena ceñida, posiblemente de hierro. Lógicamente, en época de vísperas la cantidad de cilicios aumentaba.

Como se dice de otros santos de la época, Martín también sufrió las apariciones y tentaciones del demonio. Se cuenta que en cierta ocasión bajaba por las escaleras de la enfermería dispuesto a auxiliar a uno de sus hermanos cuando se encontró con el demonio debajo de la escalera. Martín tuvo que sacar el cinto que llevaba y comenzó a azotar al demonio para que se fuera del convento. En otras ocasiones las apariciones se mezclaban con sus problemas de sueño. Otros rasgos señalan que este santo moreno poseyó el don de lenguas, el don de agilidad y el don de volar. Sus compañeros, que lo vigilaban continuamente, veían cómo su cuerpo se iluminaba. También se contó de él que podía estar en dos lugares a la vez y penetrar en los cuerpos sin mayor resistencia (don de la sutilidad).

La caridad de Martín no se circunscribía a las personas sino que también se proyectaba a los animales, sobre todo cuando los veía heridos o faltos de alimentos. Tenía separada en la casa de su hermana un lugar donde albergaba a gatos y perros sarnosos, llagados y enfermos. Parece que los animales le obedecían por particular privilegio de Dios. Uno de los episodios más conocidos de su vida es que hizo comer del mismo plato a un perro, un perico y un gato.

Rasgo fundamental de su vida es su relación con la población negra. Se sabe que frecuentaba a la gente de color y a castas, aunque nunca planteó reivindicaciones sociales ni políticas; se dedicó únicamente a practicar la caridad, que hizo extensiva a otros grupos étnicos.

Fray Martín gozó de buena salud hasta que cumplió los cuarenta años. Fue por 1619 cuando empezaron sus achaques y comenzó a sufrir de cuartanas, fiebres muy elevadas que se presentaban cada cuatro días; este mal se le fue agudizando, aunque continuó cumpliendo con sus obligaciones.

Con el correr del tiempo, Martín fue ganando no solo fama sino que empezó a ser temido. La imaginería popular se desconcertaba ante las acciones que hacía fuera de la naturaleza, algunas de ellas no presenciadas pero conocidas de oídas. Por ejemplo, cierto ensamblador llegó a asustarse porque se aparecía sin ser visto y con mucha frecuencia. Comenzaron a correr rumores de que deambulaba por el claustro por las noches, rodeado de luces y resplandores. También causaban miedo sus apariciones inesperadas y sus desapariciones inexplicables. Por fin, en octubre de 1639, Martín de Porres cayó enfermo de tabardillo pestilencial. Esta enfermedad, que tenía fama de incurable, quitaba la vida en diez o doce días. Martín supo así de antemano la naturaleza de su mal y el fin de su vida, que acabó el jueves 3 de noviembre de ese año. Hubo gran conmoción entre la gente, doblaron las campanas en su nombre y la devoción popular se mostró tan excesiva que obligó a hacer un rápido entierro.

A pesar de la vida ejemplar del mulato Martín de Porres, convertido en devoción fundamental de las castas y gentes de color, la sociedad colonial no lo llevaría a los altares. Su proceso de beatificación culminó solo en 1962, bajo el papado de Pablo VI.

Bibliografía

  • Fray Bernardo Medina, Vida de Fray Martín de Porres, Lima, 1663.

  • Rubén Vargas Ugarte, El beato Martín de Porres, Lima, 1961.

  • José Antonio Del Busto, San Martín de Porres, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1992.

Autor

  • Carlos Oswaldo Aburto Cotrina