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HistoriaBiografía

María de Aragón. Reina de Castilla (ca. 1403-1445)

Reina de Castilla, nacida hacia 1403 y muerta en Villacastín en 1445. Ocupó el trono castellano como consorte del rey Juan II entre 1420 y 1445 y fue madre del rey Enrique IV.

Era hija de Fernando de Antequera (Fernando I de Aragón) y de su esposa, doña Leonor de Alburquerque. Pertenecía, pues, a la rama aragonesa de los Trastámara, desde que su padre se convirtiera en rey de la Corona de Aragón en 1412. María, sin embargo, era castellana, al igual que su padre y sus hermanos, los infantes de Aragón. Éstos (Alfonso, Juan y Enrique) intervinieron de forma esencial en la política de Castilla durante el reinado de Juan II. El monarca castellano ascendió al trono en 1406, cuando apenas contaba un año de edad. Durante su larga minoridad ocuparon la regencia su madre, Catalina de Lancaster, y su tío, Fernando de Antequera. Durante el gobierno de este último, los infantes de Aragón instalaron sus bases de poder en Castilla, convirtiéndose en los principales árbitros de la política del reino y en cabezas de la nobleza. Fueron ellos quienes (junto al arzobispo de Toledo, Sancho de Rojas) acordaron el matrimonio de su hermana María con Juan II, a la sazón su primo carnal. Los desposorios tuvieron lugar el 20 de octubre de 1418, pero la boda no se efectuó hasta dos años después, al ser proclamado Juan II mayor de edad. El monarca castellano tenía quince años; María, unos diecisiete. De este matrimonio nacerían tres hijas (Catalina, Leonor y María), que murieron a edad temprana, y un hijo, el futuro Enrique IV, nacido en 1425.

La reina llevó una vida alejada de las intrigas políticas de la corte castellana, en la que se enfrentaban los poderes de los infantes de Aragón y del condestable don Álvaro de Luna, favorito del rey, a quien María profesaba una invencible animadversión, pues controlaba en todo el comportamiento de su marido. Aunque sus intervenciones en la vida política fueron, en efecto, muy escasas, estuvieron siempre dirigidas a minar el poder del condestable y a asegurar el de los infantes de Aragón, especialmente desde que el rey entregara a aquél el señorío de Montalbán, que pertenecía a la reina por herencia materna. La pugna entre el partido aragonés y don Álvaro tuvo uno de sus principales jalones en 1429, cuando las tropas de Alfonso V el Magnánimo de Aragón, hermano mayor de María, entraron en Castilla, dispuestas a derrocar a don Álvaro y a enfrentarse a Juan II. Sin embargo, comprendiendo la gravedad de la situación y el escaso apoyo con que contaban los aragoneses, María se interpuso entre los dos ejércitos para evitar la continuación de la guerra; se estableció una nueva tregua entre Castilla y Aragón.

La paz benefició a don Álvaro y significó una creciente pérdida de influencia de los aragoneses. Aproximadamente desde 1440 la reina María hizo cuanto estuvo en su mano por derrocar al condestable, con el apoyo del gran partido nobiliario que se había erigido en contra de don Álvaro, y con el de su hijo, el Príncipe de Asturias, Enrique IV. En 1436, María había sido la principal artífice del compromiso matrimonial entre Enrique y Blanca de Navarra, hija de su hermano el infante don Juan (luego rey de Navarra y de Aragón). Con esta unión la reina pretendió sellar la reconciliación entre las dos ramas -aragonesa y castellana- de la dinastía trastamarista. Con el estallido de la rebelión nobiliaria contra don Álvaro de Luna en 1441, la reina se manifestó a favor de la caída del valido, cuyo poder era poco menos que omnímodo en Castilla, frente a un Juan II de carácter débil y pusilánime. Finalmente, los representantes del partido nobiliario, acompañados por la reina y por el príncipe heredero, lograron imponer al rey el destierro inmediato del condestable.

La reina no vivió para presenciar el triunfo ulterior de don Álvaro en la batalla de Olmedo, pues murió antes de ésta, en 1445, al poco tiempo de rebasar la cuarentena. Por voluntad propia fue sepultada en el monasterio de Guadalupe. A menudo se ha dicho, sin fundamento, que pudo ser envenenada por orden del condestable.

Autor

  • Victoria Horrillo Ledesma