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LiteraturaFilologíaBiografía

Manuzio, Aldo. El Viejo (1449-1515).

Impresor y humanista italiano nacido en Bassiano (cerca de Velletri) en 1449 y fallecido en Venecia en 1515. Aunque su verdadero nombre era el de Tebaldo, se le conoció en su tiempo por la abreviatura de Aldo, a la que más tarde hubo que añadir el apelativo de "el Viejo" para distinguirlo de su sucesor Aldo Manuzio "el Joven", también humanista e impresor, e hijo de Paolo Manuzio -quien se había hecho cargo de la empresa familiar en 1533-. Fue también conocido como "Bassiano" -en referencia a su lugar de origen- y citado por algunos eruditos como "Manucio". Ha pasado a la historia de las Letras universales como uno de los impresores más importantes del Renacimiento, al que aportó algunas novedades tan relevantes como la elegancia de sus tipos de imprenta, la invención de la letra itálica o cursiva, y la edición de los clásicos en formato manejable (es decir, en lo que hoy llamaríamos "libros de bolsillo", en su época conocidos como "de faltriquera"). En el ámbito estrictamente filológico, tuvo el inmenso mérito de editar y difundir por toda Europa el patrimonio cultural clásico, con más de ciento treinta ediciones diferentes de autores griegos, latinos y contemporáneos.

Hombre de vastas inquietudes humanísticas, Aldo Manuzio cursó estudios de Letras en Roma y, posteriormente, en Ferrara, para dedicarse a continuación durante algún tiempo a la docencia -entre sus discípulos directos figuran algunos humanistas de la talla del filósofo Giovanni Pico della Mirandola y el príncipe Alberto Pio di Carpi-. Marchó luego a Venecia, donde, deslumbrado por la todavía reciente invención de la imprenta, alimentó el proyecto de publicar el mayor número posible de libros, y tratar de alcanzar la mayor calidad en cada una de sus ediciones. Estudió, entonces, tipografía y fundó -con la ayuda económica del recién mencionado príncipe di Carpi- una imprenta en dicha ciudad, de cuyas prensas salió, como primera edición aldina, la Gramática griega (1494) del humanista bizantino Constantinus Lascaris, que fue la primera obra de su género lanzada por una imprenta en caracteres helénicos.

El éxito obtenido por sus excelentes tipos griegos le animó a seguir adelante con su monumental proyecto editorial, al que sumó un nuevo logro en 1495, con la publicación de un primer volumen con textos de Aristóteles. Ya lanzado de lleno a las labores de impresión, en el transcurso de los tres años siguientes (es decir, entre 1496 y 1498, ambos incluidos), salieron de sus máquinas más de cuarenta títulos, entre los que figuraban las principales obras de los poetas Teócrito y Hesíodo, y del dramaturgo Aristófanes. Pero su definitiva consagración como el impresor más destacado del momento tuvo lugar en 1499, con la edición de la Hypnerotomachia Poliphili (más conocida como El sueño de Polifilo) de Franscesco Colonna, unánimemente considerada como la primera obra de arte de la tipografía.

En el año 1500, Aldo Manuzio contrajo nupcias con una hija de Andrea Torresani d'Asola (Andrea Asolani), otro célebre maestro impresor con el que se asoció el de Bassiano, convencido de la necesidad de ampliar sus talleres para hacer realidad su ambicioso sueño editorial. Lejos de trabajar aislado del resto de sus colegas, se rodeó de los mejores tipógrafos y correctores de su tiempo, entre los que resulta obligado destacar algunos nombres tan relevantes en la vasta difusión de la cultura clásica durante el Renacimiento como los de Escipión Forteguerri, célebre erudito italiano (más conocido como Carteromaco) natural de Pistoia, quien, tras dedicar varios años de su vida al estudio y la enseñanza de la lengua griega, acudió a Venecia para realizar labores de corrección en las ediciones de los clásicos helenos; Alcionio, un veneciano especializado también en la corrección de textos griegos, y más tarde profesor de esta lengua en Florencia; Arsenius Apostolius, experto también en la edición de obras en griego, tanto en su calidad de copista como por sus labores de ayudante del propio Manuzio; y, entre otros, Giorgio Merula, famoso por sus abundantes descubrimientos de códices clásicos latinos, y colaborador de Aldo Manuzio en condición de corrector de imprenta.

En el mismo año en el que se casó con la hija de Andrea Torresani y amplió así su negocio, Aldo Manuzio inventó el denominado carácter aldino, más tarde conocido como letra itálica o cursiva, que presentaba la notable novedad de estrechar mucho los rasgos de cada letra e inclinarlos hacia la derecha, con la intención de aprovechar mejor el espacio de cada página (la "mancha" tipográfica) y conseguir, con ello, su anhelado objetivo de reducir el tamaño de los ejemplares. A partir de entonces comenzaron a circular por Europa sus famosos "octavos", libros de faltriquera así llamados por estar confeccionados en dicho formato, lo que era una auténtica innovación en los volúmenes que contenían obras clásicas o sesudos tratados destinados al estudio de los humanistas (hasta entonces, sólo se destinaba el formato reducido a los libros de horas). Esta innovación de Manuzio constituyó una auténtica revolución no sólo tipográfica, sino también cultural, ya que, a partir de la producción masiva de "octavos", el legado de los clásicos -y de los grandes humanistas contemporáneos- quedaba al alcance de una gran masa de lectores. El impresor de Bassiano, consciente de esta radical ruptura con la tradición cultural anterior -y sabedor, asimismo, de que sus libros estaban destinados realmente a la lectura y consulta, más que a adornar polvorientos anaqueles de selectas e inaccesibles bibliotecas-, intentó abaratar aún más sus ediciones sustituyendo los lujosos materiales empleados en la encuadernación de los códices medievales por cubiertas elaboradas con pasta de papel o cartón; consiguió, así, unos ejemplares menos costosos, lo que facilitaba su distribución (aunque, por desgracia, la peor calidad de dichos materiales provocó que, con el paso del tiempo, apenas se hayan conservado encuadernaciones de aquella época).

Las innovaciones de Aldo Manuzio marcaron un punto de inflexión en la todavía incipiente historia del libro impreso, hasta el extremo de que la filología posterior reservó el nombre de incunables -derivado de la expresión latina prima typographicae incunabula, acuñada por Bernard de Mallinckorodt, deán de la catedral de Münster, en su obra De ortu et progressu artis typographicae (1639)- para referirse a cualquier volumen impreso desde la invención de la imprenta por parte de Gutenberg hasta el año 1500. Se aludía con ello a que estos primeros impresos estaban todavía en la cuna o infancia de las artes tipográficas, y que, a partir de la creación de los caracteres aldinos o itálicos, las técnicas de impresión habían alcanzado ya su etapa de madurez. Se habló, también, de edición aldina para aludir a todos aquellos ejemplares salidos de los talleres venecianos regentados por Manuzio y sus descendientes, en los que figura, como "escudo del impresor" (es decir, lo que hoy sería el logotipo de la empresa) un delfín enroscado a un áncora.

Entre los trabajos más relevantes de Manuzio -al margen de los ya citados en parágrafos anteriores-, cabe recordar su edición de las principales obras de Platón y Aristóteles, del teatro de Eurípides y los ensayos de Plutarco. Fue, además, autor de una Gramática latina (1501) y una Gramática griega (1510) -escrita en colaboración con el gran helenista Marco Masuro, maestro, entre otros muchos discípulos, de Andrea Navagiero-, así como de los prefecios a sus ediciones de las obras de Lucrecio, Lucano y Dante.

En 1505, Aldo Manuzio fue arrestado por las tropas del duque de Mantua y reducido a prisión, en la que pasó casi un año. Recobrada la libertad, volvió con renovados bríos a sus labores de impresión, que fueron nuevamente interrumpidas en 1510, a causa de las guerras intestinas que asolaban la península Itálica.

En su infatigable labor intelectual, Aldo Manuzio "el Viejo" no se conformó con imprimir y difundir el legado de los clásicos, sino que congregó en torno a sus talleres a lo más selecto de la erudición europea de finales del siglo XV y comienzos de la siguiente centuria. Fundó, en Venecia, la Academia de Expertos en Literatura Griega o Nueva Academia, más conocida como Academia Aldina o de la Fama, de la que formaron parte algunos de sus colaboradores citados más arriba -como el benemérito Escipión Forteguerri- y otras grandes figuras del pensamiento europeo contemporáneo, entre ellas el escritor y cardenal veneciano Pietro Bembo -responsable de la edición y difusión masiva de los versos de Petrarca-, el médico y humanista inglés Thomas Linacre -que había acudido a Italia impulsado por la necesidad de perfeccionar sus conocimientos de las lenguas clásicas-, y el filólogo, humanista y teólogo holandés Erasmo de Rotterdam.

La relación de amistad entre Aldo Manuzio y Erasmo de Rotterdam fue una de las más fructíferas de los albores del siglo XVI. En 1507, el impresor veneciano dirigió una epístola al humanista holandés -que se hallaba a la sazón en Turín, en calidad de preceptor de los hijos de Giovanni Battista Boerio, médico de Enrique VII de Inglaterra-, rogándole que acudiera a Venecia para hacerse cargo de uno de sus magnos proyectos editoriales: la reedición de las traducciones de los dramas de Eurípides. En opinión de Manuzio, la célebre edición de Badius, ya agotada, contenía demasiadas imperfecciones, por lo que se hacía necesaria una minuciosa revisión del texto traducido. Ya por aquel entonces, Erasmo estaba fascinado por la auténtica revolución cultural propalada por los innovadores formatos de Manuzio, así como por "esas maravillosas letras pequeñas, sobre todo las más pequeñas"; convencido de las virtudes de una edición barata, legible y de fácil manejo, ofreció su colaboración al impresor veneciano con la condición de que sacara de sus talleres un pequeño volumen con su revisión de las traducciones de Eurípides, volumen que habría de ser, además, lo más barato posible (las numerosas dificultades económicas por las que atravesó el humanista holandés a lo largo de toda su vida le impulsaban a tener siempre presentes las necesidades de los menos favorecidos). Manuzio "el Viejo" recibió con agrado las condiciones impuestas por alguien que pensaba como él, y, fruto de sus conversaciones, surgieron otros proyectos mucho más ambiciosos que la mera reedición de las traducciones de los dramas de Eurípides. Erasmo suspendió un viaje a Roma que ya tenía preparado y se dirigió a Venecia no sólo para revisar estos textos teatrales, sino con la intención de dirigir la impresión de otras muchas obras de la Antigüedad y, sobre todo, de preparar una edición completa de sus famosos Adagia, que constituían una de las lecturas predilectas del propio Manuzio. De la amistad y colaboración entre ambas figuras cimeras del humanismo, así como del cuidadoso trabajo realizado por ambos y del amor que profesaban a los libros, da cuenta este espléndido pasaje redactado por uno de los más autorizados biógrafos de Erasmo:

"Cuando éste [Erasmo] acudió a la imprenta, inmediatamente después de llegar a Venecia, debió de esperar largo tiempo antes de ser recibido por el impresor. Aldo estaba corrigiendo pruebas y creía que era uno de los curiosos que constantemente venían a importunarlo. Cuando se enteró de que se trataba de Erasmo, corrió a saludarlo con suma cordialidad y le aseguró comida y alojamiento en casa de su suegro, Andrea Asolani. Erasmo vivió durante más de ocho meses en un ambiente que llegó a convertirse en su verdadero medio: el taller de prensas, con la fiebre del trabajo rápido, del cual se quejaría más de una vez, pero que de verdad armonizaba admirablemente con su espíritu. El libro ampliado de los Adagia no había sido redactado definitivamente en Bolonia. «Con gran temeridad por mi parte -atestigua en propio Erasmo- nos pusimos, simultáneamente, yo a escribir y Aldo a imprimir». Mientras tanto, los amigos literarios de la Nueva Academia, a los que había conocido en Venecia -Juan Lascaris, Baptista Egnatius, Marcus Musurus y el joven Jerónimo Alejandro, con quien compartía en la casa de Asolani la misma habitación y la misma cama-, le traían nuevos autores griegos, todavía no impresos, que podían contribuir al enriquecimiento de los Adagia. Y no eran autores de poca importancia: Platón en original, las Vidas Paralelas de Plutarco, así como sus Moralia; Píndaro, Pausanias y muchos otros más. Incluso aficionados desconocidos facilitaban materiales inéditos. En medio del ruido de la imprenta, Erasmo, sentado, escribía, para sorpresa de su editor, la mayoría de las veces de memoria, y tan absorto que no tenía tiempo -según dijo muy expresivamente- ni para rascarse las orejas. Era dueño y señor de la imprenta. Se puso un corrector particular a su disposición; hasta en la última prueba hizo correcciones en el texto. Aldo también revisó las pruebas. «¿Por qué?», preguntó Erasmo. «Porque así me instruyo», respondió Aldo [...]. Cuando, en septiembre de 1508, se acabaron de imprimir los Adagia, Aldo quería retener a Erasmo a fin de que emprendiera nuevos trabajos para él. Erasmo siguió trabajando allí hasta diciembre en las ediciones de Platón, Terencio y de las tragedias de Séneca. En su espíritu surgían grandiosas visiones de trabajo en común para la edición de todo lo que la Antigüedad clásica ocultaba todavía como un verdadero tesoro desconocido, incluidos también los textos hebraicos y caldeos" (John Huizinga: Erasmo [Barcelona: Salvat Editores, 1987], vol. I, págs. 127-130).

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.