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HistoriaBiografía

Juana Enríquez, Reina de Aragón (1425-1468).

Aristócrata castellana y reina de Aragón (1458-1468), nacida en Torrelobatón (Valladolid) en 1425 y fallecida en Tarragona el 13 de febrero de 1468. Fue la segunda esposa de Juan II de Aragón, con quien contrajo matrimonio en 1447. Su principal hito es el de haber sido madre del sucesor de Juan II en el trono aragonés, Fernando II, el Rey Católico.

Contexto del matrimonio

Juana fue la hija primogénita de Fadrique Enríquez, vigesimosexto almirante de Castilla y segundo de su linaje, heredando a su padre, Alonso Enríquez, fallecido en 1429. Para entonces, don Fadrique ya había contraído su primer matrimonio, con María de Toledo, hija del mariscal Diego Fernández de Córdoba, señor de Baena, en la cual engendraría precisamente a su hija Juana, primogénita y única de este enlace. Con posterioridad, el almirante Fadrique volvería a casarse, con Teresa de Quiñones, y tuvo a otros hijos, entre ellos Alonso Enríquez, su sucesor, y Enrique Enríquez, que habría de ser estrecho colaborador de su futuro sobrino, el Rey Católico.

Nada se sabe de la infancia y juventud de la dama, que debió de acontecer en los dominios señoriales de su padre, seguramente en la villa de Medina de Rioseco, feudo tradicional del linaje Enríquez. Como una de las familias más importantes de la política castellana, durante todo el siglo XV se aliaron con los infantes de Aragón en contra de la política personal que el privado de Juan II de Castilla, el condestable Álvaro de Luna, llevaba a cabo en el reino, al que gobernaba de forma personal por delegación de Juan II. En este contexto de luchas entre los infantes de Aragón y Álvaro de Luna es donde se inserta el matrimonio entre la hija del almirante y el entonces rey Juan I de Navarra, pactado como una alianza política mutua para defender sus intereses en la política castellana. Juan I estaba viudo desde la muerte en 1441 de su primera esposa, Blanca de Evreux, gracias a la cual había conseguido ser rey de Navarra. En ese mismo año, la firma de la llamada Sentencia de Medina del Campo estableció el compromiso formal de esponsales entre Juana Enríquez y el monarca navarro, que establecía que Juana permanecería después del enlace al lado de su padre como rehén del cumplimiento del pacto político por el futuro esposo. Este inusual pacto de esponsales ha servido para fomentar la imagen de Juana como una bellísima mujer, cuyo atractivo físico cautivó de forma inmediata al veterano rey Juan I, como asevera el historiador Vicens Vives (Juan II..., p. 131):

Joven mujer, llamada a ser piedra de escándalo en Navarra y Cataluña. Posiblemente bella, escasamente inteligente, excesivamente sentimental e impetuosa. Destinada, de un lado, a suscitar amplias oleadas pasionales en el corazón del maduro esposo, y, de otro, enconadas animadversiones entre sus futuros súbditos.

De Olmedo al nacimiento de Fernando II (1441-1452)

Fue necesaria dispensa pontificia para celebrar el matrimonio, pues los contrayentes, pese a la diferencia de edad (27 años era mayor él que ella), eran primos en cuarto grado. Aunque el pontífice concedió enseguida el permiso, se dio la circunstancia de que, durante los enfrentamientos entre Álvaro de Luna y Juan I de Navarra, en 1443 estas bulas fueron robadas y destruidas, en un intento de frenar los planes de boda. Por esta razón, la ceremonia nupcial, aunque pactada en 1441, sufrió varios retrasos, primero por el robo de las bulas y más tarde porque los acontecimientos políticos lo obligaron, verbigracia, la batalla de Olmedo (1445), en la que el padre y el futuro esposo de Juana Enríquez pelearon contra Álvaro de Luna, que fue a la postre el vencedor del conflicto. Finalmente, el enlace se celebró en Calatayud, entre julio y agosto de 1447, como describe Zurita (Anales de Aragón, lib. XV, cap. L):

Después, a 7 del mes de julio, salió el rey de Navarra de Zaragoza para Calatayud, porque el almirante de Castilla le enviaba a la reina doña Juana su hija para que celebrase su matrimonio; y fueron con él para proveer en las cosas necesarias a la defensa de las fronteras el gobernador y justicia de Aragón y algunos caballeros principales del reino. Y las fiestas se continuaron en aquella ciudad, con más ruido de guerra que de otros regocijos, hasta el 3 del mes de agosto.

Como ya se ha mencionado, Juana Enríquez quedó en posesión de su padre como garante del cumplimiento de lo pactado; al menos hasta 1448 no convivió con el rey navarro, más preocupado de sus intereses en Castilla que de otra cosa. Pero a partir de entonces, Juana se convirtió en el prototipo de esposa, amante y confidente, muy cercano a ese "papel de Mefistófeles representado junto a Juan II" que definiese la más autorizada biógrafa de la reina Enríquez, N. Coll Juliá (op. cit., I, p. 41). El rey, prendado de su belleza y su juventud, se dirigía a ella en sus misivas desprovisto de cualquier formulismo: "mi niña", era como se refería a su esposa, y no sólo en esos primeros momentos, en los que Juana Enríquez no podía titularse reina, pues aunque Juan I sí lo era de Navarra, era simplemente consorte, quedando los derechos de Navarra en el hijo primogénito de Juan I, Carlos, Príncipe de Viana. Resulta complejo saber cómo fueron las relaciones entre Juana Enríquez y los hijos de su esposo, aunque es de suponer que no fue demasiado fluida ni tampoco muy intensa, pese a que es seguro que durante el año 1450, al menos, doña Juana vivió en tierras navarras. El formidable palacio real de Sangüesa fue su lugar preferente de habitación, y seguramente fue allí donde el futuro Rey Católico fue engendrado en el verano de 1451. Sí se sabe con total seguridad que allí residía Juana Enríquez en 1452, cuando ante un recrudecimiento del conflicto que enfrentaba a Carlos de Viana con Juan I, la guerra civil en Navarra, tuvo que salir a todo galope de Sangüesa para buscar refugio en Aragón. Allí, el 10 de mayo de 1452, en la pequeña aldea de Sos, alumbró al que habría de convertirse en Fernando II de Aragón, aunque lo cierto es que nada parecía augurar tal cosa.

El conflicto con el Príncipe de Viana (1452-1461)

Como es lógico pensar, desde la perspectiva de Juana Enríquez, el conflicto entre su esposo y el príncipe de Viana cambiaba por completo con el nacimiento de un nuevo varón. Todos los implicados sabían que la vía del joven Fernando podría entorpecer todavía más el conflicto. Por ello, es ciertamente normal que Juana Enríquez procurase favorecer desde ese momento a su hijo, aprovechándose de la rebeldía del príncipe de Viana contra Juan I. Por de pronto, entre 1453 y 1454 la reina y su joven hijo vivieron en Aragón, hasta que en 1455 hicieron una solemne entrada en Barcelona, ciudad en la que permanecería hasta 1457, en que de nuevo se trasladó hasta Navarra con objeto de firmar una tregua en el conflicto entre agramonteses y beamonteses. Pero el momento culminante se produjo el 27 de junio de 1458, cuando, una vez que se supo la noticia del fallecimiento de Alfonso V el Magnánimo, sin hijos legítimos que heredasen el trono, Juan I de Navarra quedaba convertido en Juan II de Aragón y, por ende, Juana Enríquez ceñía a su vez la corona aragonesa. Y desde este mismo momento, comenzó su actividad política, centrada sobre todo en lograr que su esposo y su hijastro firmasen la paz. Gracias a sus súplicas, Carlos de Viana pudo regresar a España desde su exilio italiano y entrevistarse con su padre, en presencia de Juana Enríquez, que logró arrancar una concordia firmada en Barcelona el 28 de marzo de 1460, en la que el propio príncipe agradeció las gestiones de su madrastra mediante un casto ósculo. Sin embargo, el 2 de diciembre de ese mismo años, en el transcurso de las Cortes de Lleida, Juan II volvió a encarcelar a su hijo, acusándolo de rebeldía.

En el plano popular, todas las culpas de esta nueva prisión recayeron en Juana Enríquez, pese a que Vicens Vives ha demostrado con fehaciente escrupulosidad que hasta ese mismo momento fue la persona que más se preocupó porque Carlos de Viana hiciese las paces con su padre, presentándose ella misma como mediadora entre las partes. Nuria Coll Juliá aduce que el cambio de signo pudo estar en cierta misiva recibida por Juan II de parte del almirante Fadrique Enríquez, en que se le informaba que los planes del príncipe de Viana, de común acuerdo con Enrique IV de Castilla y su privado, Juan Pacheco, marqués de Villena, planeaba casarse con la infanta Isabel de Castilla, para unir Navarra a Castilla y atacar juntos a Aragón. Aunque Juan II sabía de los planes de boda entre Carlos e Isabel, él tendría que dar el visto bueno y no pensaba que su hijo se atrevería a dar el paso sin contar con su beneplácito, de forma que no prestó demasiada atención a la noticia. Ante esto, Juana Enríquez defendió la honestidad y fidelidad de su padre, rogando al rey que le hiciese caso, presentándose ante su esposo "llorando y maldiciendo su fortuna porque el rey no quería dar crédito al Almirante" (Coll Juliá, op. cit., I, p. 89). ¿Cayó Juana Enríquez en el señuelo de una noticia peligrosa pero amplificada, o por el contrario fue ella quien organizó todo el revuelo? Paradójicamente, se da la curiosa circunstancia de que Juana Enríquez estaba impidiendo el matrimonio de quien finalmente se hubiera convertido en su nuera (si la reina hubiera vivido para verlo), Isabel de Castilla, aunque es prácticamente imposible que albergase en su seno alguna idea favorable al matrimonio que más tarde se produciría. En cualquier caso, y a pesar de que aquélla es la única noticia que rompe la norma de preocupación y cuidado que Juana Enríquez mantuvo en las relaciones con su hijastro, fue suficiente, al menos desde la perspectiva popular, para hacerla culpable del triste desenlace posterior.

Juana Enríquez, lugarteniente de Cataluña (1461-1468)

La Generalitat de Cataluña obligó por la fuerza de las armas a Juana II a libertar al príncipe Carlos, que fue recibido en loor de multitud. En 1461, al firmar Juan II la capitulación de Vilafranca y prometer alejarse de Aragón, la lugartenencia del reino quedó en manos de Carlos de Viana y de Juana Enríquez, encargada de negociar con la Generalitat lo que Juan II, esclerotizado por sus antiguos enfrentamientos con el partido de la Busca, había sido imposible de lograr. Pero el 23 de septiembre de 1461 falleció Carlos de Viana, afectado de tuberculosis, aunque en Cataluña todos culparon de la muerte a Juana Enríquez, acusándola de haber envenenado a Carlos para favorecer la herencia de su hijo, el infante Fernando. A partir de ese momento, con el recrudecimiento del conflicto entre agramonteses y beamonteses en Navarra, Cataluña vivió una auténtica guerra civil en contra de Juan II, con la participación de otros reinos europeos, como Castilla y Francia, que hicieron al conflicto extenderse durante mucho tiempo.

Pero si hay algo que no se le puede negar a la reina son arrestos: a pesar del clima totalmente contrario a su persona, y para preservar los derechos de su hijo Fernando, ahora sí convertido en heredero de Aragón, viajó hacia Barcelona para hacerse cargo de la lugartenencia de Cataluña, a pesar de que las acusaciones y las miradas despectivas, los corrillos alabando al llamado Sant Karles de Catalunya en contra de la traidora castellana, fueron la moneda de cambio frecuente en su corte. Lejos de amilanarse, Juana Enríquez intentó actuar en el problema de los payeses de remensa, principal punto de fricción entre los partidos políticos catalanes, la Busca y la Biga. En líneas generales, Juana Enríquez actuó como otras reinas lugartenientes (María de Luna o María de Castilla, por ejemplo), castigando a los remensas que protagonizaban asaltos contra las propiedades nobiliarias (objetivo principal de la Biga), pero eximiéndolos de cumplir los llamados Malos Usos (objetivo principal de la Busca). Pero sin apoyos posibles y con todo el clima popular en contra, el frágil equilibrio político propuesto por Juana Enríquez se quebró en 1462, cuando tuvo que proteger a su hijo de la rebelión barcelonesa y escapó hacia Girona, donde fue cercada por las tropas del conde de Pallars. El príncipe Fernando, con apenas 10 años de edad, luchó por vez primera para proteger a su madre, con lo que a ésta le quedó el consuelo de ver cómo su pequeño parecía disponer de unos arrestos similares a los que ella había mostrado haciéndose cargo de la política catalana para proteger los intereses de su hijo. Desde la huida a Girona, Juana Enríquez dirigió personalmente las campañas del Ampurdán, pactando con Luis XI de Francia su intervención en el conflicto. En 1464 defendió Lleida de los ataques del condestable Pedro de Portugal. Las buenas gestiones se vieron recompensada en 1465 cuando su marido, Juan II, la nombró lugarteniente general de la Corona de Aragón, interviniendo activamente en la lucha contra René de Anjou, el nuevo candidato de los catalanes a oponerse a Juan II, que planteó una dura batalla entre 1466 y 1467. Pero el 13 de febrero de 1468, exhausta ante tanta actividad, la reina Juana Enríquez falleció en Tarragona. Atrás quedaba una vida dedicada en exclusiva a proteger de cualquier forma posible a su marido y a su hijo.

Valoración historiográfica

Una de las últimas publicaciones biográficas sobre Juana Enríquez, la efectuada por Mª J. Fuente, se abre con unos curiosos versitos atribuidos a Joaquín Ignacio Mencos, aristócrata navarro, que supuestamente pone en boca del príncipe Carlos de Viana esta frase:

La fembra que de Castilla nos vino,
Fasta quitarme la vida
Non habrá el sueño tranquilo
.
(Fuente, op. cit., p. 365).

Menos mal que Joan Berenguer de Masdovelles, el conocido poeta catalán coetáneo a Juana Enríquez, se encarga de equilibrar la balanza en este elegante poema:

Vostros grans fets, senyora virtuosa,
se mostren clar per les obras que n’ixen,
no contrestant molts malvats se desixen
de reons vils, en forma cautelosa,
per afflequir la virtut demunt dita,
e creure ffer al poble dissulut
l’acustumat com sia corrumput,
leuger creent un malvestat abita.
(Cançoner dels Masdovelles, ed. cit., p. 239).

Como puede observarse, la leyenda negra de Juana Enríquez se lleva transmitiendo desde el siglo XV de forma impenitente, alentada por sentimientos ideológicos como el nacionalismo, sentimientos por lo tanto que resulta difícil y complejo rebatir de forma científica, pese a la inexistencia de pruebas formales que puedan relacionar a Juana Enríquez con la muerte de Carlos de Viana. El máximo biógrafo del príncipe, el francés Desdevises du Dezert, rebatió con argumentos objetivos los juicios absolutamente negativos efectuados por los principales panegiristas del príncipe de Viana, como Dávalos de la Piscina, Yanguas o el Padre Queralt, incidiendo en la culpabilidad de Juan II al respecto de las desdichas de su hijo:

Juana Enríquez era en realidad una mujer de gran coraje, de extraordinaria finura y decisión, de invencible tenacidad, y todas estas cualidades, que habían de convertirla en un diplomático de primer orden, no perjudicaron para nada en ella las gracias femeninas. Sus adversarios más reacios estaban encantados por su ánimo, quedaban ganados por su sencillez y su modestia, y todos admiraban la claridad de sus respuestas, su buen juicio, su paciencia a toda prueba en las circunstancias más difíciles. Fue para su marido la auxiliar más preciosa y devota; y si su reputación ha sufrido algún daño, la culpa es sobre todo de Juan II, hombre cruel y colérico a cuyos designios sirvió demasiado como para no parecer su cómplice.
(Desdevises du Dezert, op. cit., p. 240).

Dejando de lado la evidente acidez del historiador francés contra Juan II, lo cierto es que es digno de mencionarse el hecho de que gran parte de las características que ensalza de Juana Enríquez son las mismas que luego todos sus contemporáneos alabarían a su hijo, Fernando el Católico. Podría pensarse que Desdevises du Dezert se aprovechó de ello para hacer recaer en Juana las virtudes de su hijo, guiado por su más que evidente persecución contra Juan II. Pero lo cierto es que carácter nunca le falto a la reina Juana para enfrentarse a todos los complicados sucesos que le tocó vivir, de forma que pudiera ser ciertamente factible que de ella los hubiera heredado Fernando II, a quien ésta se dedicó en cuerpo y alma desde su nacimiento en 1452. Buena prueba de esta dedicación es la casi nula presencia en las fuentes de su relación con su otra hija, Juana, que acabaría siendo reina de Nápoles al casarse con Ferrante II. De otras dos hijas que murieron siendo pequeñas, Marina y Leonor, tampoco se sabe apenas nada, pues, de hecho, uno de los principales problemas del estudio de Juana Enríquez, aun siendo reina, es la escasez de fuentes para conocer su vida privada, al contrario que otras reinas de quien se sabe mucho más.

Pese a estos problemas documentales, ya en el siglo XX los estudios de J. Vicens Vives y N. Coll Juliá demostraron que, al contrario de lo que se pensaba, fue Juana Enríquez la persona que más trabajó para que la concordia entre Juan II y el príncipe de Viana llegase a buen puerto, convenciendo al marido para que fuese benévolo con su hijo e incluso ofreciéndose voluntaria para llevar las negociaciones. Igualmente, parece imposible que por razones geográficas la reina hubiese podido tener algo que ver con un supuesto envenenamiento, toda vez que su itinerario es muy distinto al del príncipe. Todas estas demostraciones son objetivas y disponen de pruebas documentales; pero la historiografía, aun con toda su carga de veracidad racional, resulta bastante pobre para oponer a sentimientos que tienen siglos de existencia. Se escoja el baremo que se escoja para calibrar a Juana Enríquez, al menos sería aconsejable que se la observase como una mujer de tremenda importancia en su tiempo, por encima de que el devenir de los tiempos posteriores derive en uno o en otro camino. Al menos así, el paso de los tiempos estará haciendo justicia a una mujer de valor y arrojo excepcional.

Bibliografía

  • Cançoner dels Masdovelles, ed. R. Aramón i Serra, Barcelona, IEC, 1938.

  • COLL JULIÁ, N., Juana Enríquez, lugarteniente real de Cataluña (1461-1468), pról. J. Vicens Vives, Madrid, CSIC, 1953, 2 vols.

  • DESDEVISES DU DEZERT, G. Don Carlos de Aragón, Príncipe de Viana. Estudio sobre la España del Norte en el siglo XV, ed. y trad. P. Tamburri Bariain, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999 [org. 1889].

  • FUENTE, Mª J., Reinas medievales en los reinos hispánicos, Madrid, La Esfera de los Libros, 2003.

  • MORET, J. DE, Anales del Reino de Navarra, ed. S. Herreros Lopetegui, pról. A. J. Martín Duque, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1988-1990, 5 vols.

  • MUÑOZ-ROCATALLADA, C., Juana Enríquez, madre del Rey Católico, Madrid, Editora Nacional, 1945.

  • SOBREQUÉS VIDAL, S., y SOBREQUÉS CALLICÓ, J., La guerra civil catalana del segle XV, Barcelona, Edicions 62, 1973, 2 vols.

  • SUÁREZ FERNÁNDEZ, L., et al. Los Trastámaras de Castilla y Aragón en el siglo XV, Madrid, Espasa-Calpe, 1968. Vol. XV de Enciclopedia de Historia de España, dir. R. Menéndez Pidal.

  • VICENS VIVES, J., Juan II de Aragón (1398-1479). Monarquía y revolución en la España del siglo XV, Barcelona, Teide, 1953.

  • ZURITA, J., Anales del Reino de Aragón, ed. A. Cañellas, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1989-1996, 9 vols.

Autor

  • Sagrario Arenas DoradoÓscar Perea Rodríguez