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LiteraturaBiografía

Gide, André Paul Guillaume (1869-1951).

Narrador, dramaturgo, ensayista y crítico literario francés, nacido en París el 22 de noviembre de 1869 y fallecido en su ciudad natal el 19 de febrero de 1951. Autor de una extensa y deslumbrante producción literaria que, alentada por un constante afán renovador y un vigoroso impulso ético, parte de la reflexión y el autoanálisis para arremeter contra la hipocresía de la sociedad cristiano-burguesa y, en general, contra cualquier manifestación del pensamiento autoritario, está considerado como una de las voces cimeras de las Letras francesas del siglo XX. Su talante audaz, inconformista e innovador ejerció una poderosa influencia tanto en la literatura como en la filosofía europeas de su tiempo, ya en el plano estético -fue uno de los maestros indiscutibles de las generaciones surrealistas y existencialistas-, ya en el plano conceptual, al que aportó algunas de las reflexiones más lúcidas y polémicas derivadas de la ética protestante. En 1947, la Academia Sueca le distinguió con el Premio Nobel de Literatura "por su extensa y artísticamente significativa obra literaria, en la que los problemas y la condición humanos se presentan con un audaz amor a la verdad y una aguda penetración psicológica".

Vida y obra

Nacido en el seno de una familia acomodada heredera de dos legados espirituales bien distintos -su padre, Paul Gide, era un profesor de jurisprudencia descendiente de una familia de hugonotes oriunda de Cévennes, mientras que su madre, Juliette Rondeaux, procedía de una estirpe católica normanda-, vivió desde niño sujeto a la tensión derivada de esta doble influencia, acrecentada por su condición de hijo único. La constante lucha entre el catolicismo riguroso y puritano de su madre y el protestantismo no menos rígido de su progenitor forjó en el pequeño André un talante antagónico que, andando el tiempo, habría de ser decisivo a la hora de inclinarle hacia la creación literaria, único campo en el que esa lucha perpetua consigo mismo podía arrojar algún fruto positivo. Pero no sólo convivió, durante su temprana infancia, con dos creencias religiosas antagónicas: en general, las concepciones del mundo de Paul Gide y Juliette Rondeaux estaban permanentemente enfrentadas en todos los terrenos, empezando por sus respectivas lenguas vernáculas (las lenguas de Oc y de Oil) y continuando por otras muchas diferencias culturales que generaron en su hijo lo que el propio Gide calificó, años después, como un constante état de dialogue ('estado de debate'). En su autobiografía titulada Si le grain ne meurt (Si la semilla no muere, 1920-1924), el escritor parisino reconoció que "nada podía ser más diferente que estas dos familias [...]; nada más diferente que las dos provincias de Francia que combinan sus influencias contradictorias en mí".

Los primeros pasos de su formación le llevaron hasta la École Alsacienne de París, en donde pronto exhibió una conducta "irregular" y "desordenada" -según el testimonio de sus tutores- que le acarreó varias sanciones, entre ellas una expulsión por culpa de sus "malos hábitos". A los once años de edad quedó huérfano de padre, por lo que, a partir de entonces, fue educado en la estricta observancia de la moral puritana que profesaba su madre, reforzada por la severidad de Anna Schackleton, institutriz que también se había ocupado de la formación de Juliette Rondeaux. Convertido en el único foco de atención de ambas mujeres, el joven André intentaba escapar de esta presión fingiéndose víctima de agudas crisis nerviosas que aconsejaron a su madre el traslado a su Normandía natal, con la esperanza de que el muchacho se apaciguase en la tranquilidad y el sosiego de la vida rural. Esta estancia en el campo, decisiva en la forja de su "educación sentimental", le deparó el encuentro con su prima Madeleine Rondeaux, una joven de lánguida belleza de la que creyó enamorarse, empujado por una extraña obsesión que tenía más de fervor religioso que de pasión amorosa. Influido por la rígida educación puritana que hasta entonces había recibido, el joven André se juró a sí mismo consagrar el resto de sus días a aquella joven de belleza pre-rafaelista, con el firme propósito de protegerla siempre "contra el temor, contra el mal y contra la vida"; y, en prueba de su casto amor, durante algún tiempo se sometió a unas duras reglas ascéticas que incluían prácticas tan disciplinadas como dormir sobre una tabla rasa, bañarse al amanecer en agua helada y pasar buena parte de la noche entregado a fervorosas oraciones.

A su regreso a París, André Gide volvió a matricularse en la École Alsacienne, donde a duras penas concluyó su formación académica, siempre irregular y fragmentaria. Ya había, empero, determinado orientarse por el sendero de la creación literaria, deslumbrado por aquellos años de su adolescencia por la poesía de los simbolistas, en pleno apogeo en todos los foros y cenáculos culturales del París de finales del siglo XIX. El joven Gide comenzó a frecuentar dichos mentideros literarios y pronto trabó amistad con algunas figuras señeras de las Letras francesas del momento, como el poeta, prosista y helenista Pierre Louÿs (1870-1925), quien se convirtió en uno de los autores más influyentes en los primeros compases de su carrera literaria. Integrado, pues, en el grupo de los simbolistas, con tan sólo dieciocho años de edad escribió su primera obra, que apareció de forma anónima al cabo de cuatro años bajo el título de Les cahiers d'André Walter (Los cuadernos de André Walter, 1891). Concebida como una especie de diario íntimo -género en el que luego habría de alcanzar un magisterio universalmente reconocido-, esta opera prima de Gide pasó ciertamente inadvertida para los lectores franceses de finales del siglo XIX, aunque concitó el interés de algunos escritores tan relevantes como los franceses Remy de Gourmont (1858-1915), Maurice Barrès (1862-1923) y Marcel Schwob (1867-1905), y el gran poeta y dramaturgo belga -futuro Premio Nobel de Literatura- Maurice Maeterlinck (1862-1949), quien, ignorante de la responsabilidad autorial de Gide en Les cahiers..., llegó a afirmar en cierta ocasión que su escritor predilecto era André Walter, a quien daba por muerto.

Poco después de la aparición de Les cahiers d'André Walter, André Gide comenzó a enfrentarse seriamente con un fantasma interior que le venía angustiando desde su adolescencia: su condición de homosexual, en dura y enconada pugna con los valores morales que le habían inculcado desde su infancia. Agitado por esta angustia psíquica y amenazado, al mismo tiempo, por los primeros síntomas de una grave dolencia física (la tuberculosis), decidió cambiar de aires en busca de un clima más beneficioso para su salud y de un espacio nuevo y desconocido en el que pudiera ir definitivamente hacia el encuentro de sí mismo. Marchó, pues, en 1893 al norte de África en compañía de su amigo Paul Albert Laurens, y cayó gravemente enfermo en la ciudad argelina de Biskra; allí, durante un larga y penosa convalecencia en medio de los rigores climáticos del desierto africano, Gide asumió plenamente su "anormalidad" -según el punto de vista de los moralistas que le habían educado-, más tarde explícitamente reconocida en una epístola que le envió a su gran amigo el poeta y dramaturgo Paul Claudel (1868-1955): "Nunca he experimentado deseo delante de la mujer".

A pesar de esta asunción de sus preferencia sexuales -que siguieron siendo campo abonado para la agitación de su espíritu antagónico, como queda bien patente en este fragmento de su ya mencionada autobiografía: "¿En nombre de qué Dios, de qué idea, me impedís vivir según mi naturaleza? Y esta naturaleza ¿hasta dónde me arrastraría si yo simplemente la siguiera?"-, Gide contrajo matrimonio el 8 de octubre de 1895 con su idolatrada prima Madeleine ("ella era el cielo que mi insaciable infierno desposó"). Había regresado precipitadamente a Francia a comienzos de aquel mismo año, alertado por las noticias que recibía acerca de la mala salud de su madre, a la que halló moribunda a su retorno. El óbito de Juliette Rondeaux, sobrevenido antes de la boda de su hijo, convirtió a André Gide en heredero de una considerable fortuna, que incluía entre otros muchos bienes y posesiones un castillo en La Rocque-Baignard; merced a este cuantioso legado material de su progenitora, Gide pudo consagrarse de lleno al cultivo de la creación literaria, al tiempo que se alejaba de los ambientes cansinos y sofocantes de los salones artísticos e intelectuales franceses (que, a ojos de Gide, habían perdido todo su encanto después de su descubrimiento de nuevas razas, costumbres y culturas en el norte de África). A pesar de que aún habría de publicar un volumen de reflexiones y prosas poéticas claramente deudor de la estética y la ideología simbolistas -Les nourritures terrestres (Los alimentos terrestres, 1897)-, lo cierto es que, desde aquel año decisivo de 1895, se había comenzado a distanciar del Simbolismo por medio de su obra Paludes (1895), una especie de farsa en la que se servía del sarcasmo para arremeter duramente contra "la pasividad que nos mantiene en los senderos de la virtud".

Otro episodio de singular importancia en la vida de André Gide, acaecido también en 1895, fue el protagonizado por Oscar Wilde a raíz del proceso judicial que acabó dando con sus huesos en la cárcel, tras haberse probado el delito de sodomía que le imputaba el marqués de Queensberry, padre del joven amante del autor británico, lord Alfred Douglas. Gide, que había conocido a Wilde en sus viajes por África e Italia, tomó partido en favor del escritor defenestrado por la moral puritana de la época, en parte solidarizándose con la libre manifestación de su orientación sexual, y en parte criticando la cínica actitud de Douglas durante todo el proceso (quien sólo se preocupó por salir bien librado de las, por aquel entonces, graves acusaciones). Años después, tras la muerte de Wilde, Gide volvió a arremeter en su autobiografía contra lord Alfred Douglas, y calificó de "infame" el libro que, bajo el título de Oscar Wilde y yo, había dado a la imprenta el hijo del marqués de Queensberry.

Desde 1889, André Gide venía redactando su luego celebérrimo Journal (Diario), en el que fue tomando nota de sus vivencias personales, sus conflictos interiores, sus relaciones con otros artistas e intelectuales y sus reflexiones acerca de las más diversas materias, hasta conformar una de las obras fundamentales para el conocimiento de las Letras y el pensamiento de la Europa contemporánea. Pero la auténtica importancia de Gide y la enorme influencia de su obra en la cultura occidental no pudo ser calibrada en su justa dimensión hasta mediados del siglo XX, cuando la publicación conjunta de estos diarios (que abarcaban cinco largos períodos de su vida: 1889-1912; 1913-1922; 1923-19131; 1932-1939; y 1931-1942) ofreció una visión global de su pensamiento que, sumada a su extensa producción literaria ya impresa, le situaba a la cabeza de la intelectualidad europea contemporánea. Entretanto, Gide había empezado a convertirse en guía y mentor de su propia generación y de otras promociones literarias posteriores desde la publicación, a finales del siglo XIX, de Les nourritures terrestres (Los alimentos terrestres, 1897), obra que, a medio camino entre el ensayo y el poema en prosa, se presentó como una exaltación gozosa del hedonismo, un tajante rechazo a todo lo que viene impuesto por la moral puritana y, en suma, un canto de alabanza al placer derivado de los sentidos (que, en opinión de Gide, no es incompatible con el fervor espiritual).

Al tiempo que se liberaba con esta obra -como ya se ha apuntado más arriba- de la influencia de los simbolistas -y, particularmente, de la notable huella que habían dejado Mallarmé (1842-1898) y Valéry (1871-1945) en sus escritos primerizos-, André Gide esbozaba en Los alimentos terrestres las principales señas de identidad que habrían de caracterizar el grueso de su futura producción literaria, entre las que cabe señalar su audacia a la hora de abordar aspectos sociales y morales proclives al escándalo, y su acusado sentido del compromiso ético ("¿Por qué he escrito este libro?" -declaró tras la aparición de su autobiografía-. "Porque he creído que debía hacerlo [...]. Tal vez la causa esté en mi educación protestante [...]. Siento horror por la mentira"). Alentado por este compromiso de sinceridad consigo mismo, a comienzos del siglo XX el autor parisino dio a la imprenta su primera novela, L'immoraliste (El inmoralista, 1902), una obra plagada de abundantes referencias autobiográficas debido a que plantea, en su desarrollo argumental, un caso de conciencia idéntico al que el propio Gide resolvió durante su estancia en el norte de África (es decir: la necesidad de ir cuanto antes en busca de la identidad individual y, una vez hallada, el análisis de los problemas y peligros que plantea este radical ejercicio de autoafirmación). Michel, el joven nietzscheano protagonista de esta narración, lleva hasta extremos insospechados sus exigencias de autorrealización, para acabar descubriendo -después de haber provocado la muerte de su esposa- que esa desesperada búsqueda de su propia individualidad sólo conduce a los abismos del mal.

A pesar de la impecable factura estilística de esta novela y del arduo problema de conciencia que plantea, El inmoralista pasó absolutamente inadvertida ante los lectores franceses de comienzos del nuevo siglo, fracaso que sumió a Gide en una honda depresión y le llevó, incluso, a tomar la determinación de abandonar la creación literaria. Por fortuna, una crítica entusiasta del narrador y dramaturgo de Trévières Octave Mirbeau (1850-1917) devolvió a Gide su ilusión por la escritura creativa y le alentó a seguir publicando otras narraciones como Le retour de l'enfant prodigue (El retorno del hijo pródigo, 1907) y La porte étroite (La puerta estrecha, 1909), obra -esta última- que plantea el mismo caso de conciencia reflejado en El inmoralista, aunque ahora encarnado en un personaje totalmente opuesto al nietzscheano Michel. En efecto, Alissa, la protagonista de La puerta estrecha, corre también en busca de su propia individualidad, aunque para ello recorra el áspero sendero de la renuncia y el ascetismo espiritual, que la conduce igualmente hasta la destrucción. Coherente con ese espíritu antagónico que había quedado bien patente desde su temprana infancia, André Gide presentaba así las dos vertientes de un mismo fracaso, ambas estrechamente relacionadas con el tortuoso conflicto interior en el que seguía debatiéndose el escritor parisino: por un lado, la búsqueda radical de la propia identidad, con desprecio absoluto de todos los valores y códigos morales, arrastra al individualista a los dominios del mal y provoca la aniquilación de cuantos le rodean (El inmoralista); pero, por el camino opuesto, el exceso de virtud y el rechazo frontal del hedonismo conducen a la misma esterilidad (La puerta estrecha).

Entre la aparición de El retorno del hijo pródigo (1907) y La puerta estrecha (1909), Gide, ya plenamente integrado en los círculos literarios parisinos, fundó, junto a otros artistas e intelectuales de la talla del actor y director teatral Jacques Copeau (1879-1949), el dramaturgo Henri Ghéon (1875-1944) y el escritor y crítico literario Jean Schlumberger (1877-1968), la revista cultural Nouvelle revue française (1908), que pronto se convirtió en la publicación literaria más prestigiosa de Europa. Los principales movimientos vanguardistas que florecieron en el período de entreguerras hallaron un amplio eco en las páginas de esta revista.

Tras la publicación de una novela menor (Isabelle), Gide alcanzó su primer gran éxito literario con la narración extensa titulada Les caves du Vatican (Los sótanos del Vaticano, 1914), una de las historias más lúcidas e inquietantes de la literatura francesa contemporánea. En esta obra maestra, el autor parisino retomó el mismo conflicto planteado por los argumentos de El inmoralista y La puerta estrecha, pero enfocado ahora desde una óptica irónica que supuso una novedad radical respecto a la perspectiva adoptada por el propio autor en las dos citadas novelas anteriores. Aparecida en medio de la aguda crisis de valores que agitaba a Occidente en vísperas de la Primera Guerra Mundial, esta novela introdujo en el corpus narrativo de André Gide una virulenta sátira anticlerical, explícitamente dirigida contra la Iglesia católica -lo que le acarreó, entre otras polémicas, la ruptura de relaciones con su amigo Claudel- y voluntariamente portadora de ese afán transgresor que caracteriza la práctica totalidad de su obra. Pero tal vez el valor más destacable dentro de Los sótanos del Vaticano sea la excelente plasmación de uno de los temas favoritos de Gide, "el acto gratuito", directamente heredado de la prosa de Dostoievsky (1821-1881) y encarnado aquí en la peripecia de un personaje fascinante, el anarquista Lafcadio, quien arroja por la ventanilla de un tren a Amédée Fleurissoire, un ingenuo católico que se dirigía a Roma para investigar una fingida suplantación del papa León XIII (1810-1903).

La turbadora y desconcertante historia narrada en Los sótanos del Vaticano situó a Gide en la cúspide de la fama literaria, tanto por los logros alcanzados en su intento de renovación de los aspectos formales de la narrativa tradicional -logros bien patentes en dicha novela-, como por su audacia y honradez intelectual en el tratamiento de numerosas cuestiones políticas, morales y culturales ciertamente polémicas. Al término de la contienda bélica internacional, consolidó definitivamente su posición de maestro de varias generaciones de literatos y pensadores con la publicación de otra novela espléndida, La symphonie pastoral (La sinfonía pastoral, 1919), una desasosegante trama amorosa que, complicada con los conflictos espirituales propios de todos sus personajes y sumida en una enrarecida atmósfera que pone de manifiesto la hipocresía de la moral cristiana (tanto en católicos como en protestantes), acaba nuevamente de manera trágica. Todavía en vida del autor, esta novela fue llevada a la gran pantalla y convertida en un notable éxito cinematográfico que mereció el Gran Premio del Festival de Cannes de 1946.

La aparición, durante el primer lustro de la década de los años veinte, de la autobiografía Si le grain ne meurt (Si la semilla no muere, 1920-1924), supuso un escándalo de proporciones mayúsculas no sólo en Francia, sino también en otros países europeos en los que ya era muy apreciada la producción literaria de Gide. Desde Inglaterra, el escritor y crítico literario Sir Edmund Gosse (1849-1928), que había sido uno de los primeros en publicar -en lengua inglesa- un estudio sobre la obra del autor parisino (1909), se dirigió por vía epistolar a Gide para recriminarle que hubiera escrito esas memorias de su infancia y juventud, cuya lectura le había dejado "profundamente consternado". Pero Gide, firmemente decidido a combatir la hipocresía humana en todas sus vertientes (moral, política, social, cultural, etc.), no se detuvo ante la crítica implacable de quien se había mostrado anteriormente como uno de los mejores conocedores de su obra -Gosse llegó a alabar, en su estudio de 1909, "el penetrante análisis de la debilidad y la estrechez moral del protestantismo" plasmado en La puerta estrecha- y siguió adelante con afán transgresor, al tiempo que se centraba en otras modalidades literarias ajenas a la prosa de ficción, como la escritura dramática y el ensayo. Ya a finales del siglo XIX había escrito un drama, Saül (Saúl, 1898), que no fue llevado a las tablas hasta 1922, época en la que continuaba preparando su versión en francés de Hamlet, de William Shakespeare (1564-1616), en la que trabajó durante treinta años -fue estrenada en 1947 gracias a la insistencia de su amigo el actor Jean-Louis Barrault, coincidiendo en la cartelera francesa con otra adaptación teatral de Gide a su lengua materna de una obra universal: El proceso, de Franz Kafka (1883-1924)-. Gide, que no sabía una palabra de inglés hasta los cuarenta años de edad, se dedicó durante la I Guerra Mundial a realizar numerosas traducciones de este idioma, entre las que figuraba otra obra maestra de Shakespeare (Antonio y Cleopatra). Otras incursiones suyas en el género dramático son la pieza en verso Le Roi Candaule (1901), el drama OEdipe (Edipo, 1930) -estrenado en 1932 en el Palais de Beaux Arts de Bruselas-, y otras interpretaciones del teatro de la antigüedad clásica como Perséphone (Perséfone, 1934) y Thésée (Teseo, 1949).

Inmerso en una frenética actividad literaria, por aquellos primeros años de la década de los veinte Gide simultaneó la redacción y publicación de su autobiografía con algunos de estos estrenos teatrales, con la elaboración de un lúcido y brillante ensayo sobre uno de sus autores predilectos (Dostoievski, 1923), y con la escritura y edición de un par de obras narrativas llamadas a provocar nuevos escándalos no sólo en los cenáculos literarios, sino en todas las capas de la sociedad francesa. Sus lectores ya estaban acostumbrados a que cada nueva obra del escritor parisino supusiera un acontecimiento editorial seguido de una enconada polémica en la que los valores literarios eran los menos discutidos, pero pocos podían sospechar que se atreviera a publicar su relato Corydon (1924) -que ya había circulado confidencialmente entre sus íntimos desde 1911-, en el que no sólo confesaba públicamente su homosexualidad, sino que hacía una gozosa exaltación de las relaciones sexuales homoeróticas. Era la respuesta literaria de Gide a una acusación de haber corrompido la moral pública que cayó sobre él aquel mismo año de 1924, en un tiempo y un lugar que -por fortuna para él- no tenían nada que ver con la Inglaterra victoriana que había defenestrado a Oscar Wilde.

Lejos de arredrarse con el escándalo suscitado por la publicación de Corydon, al año siguiente André Gide dio a la imprenta la que tal vez sea su obra narrativa más compleja y elaborada, Les faux-monnayeurs (Los monederos falsos, 1925), el único de sus escritos calificados por él mismo como "novela" propiamente dicha (ya que sus anteriores narraciones no dejaban de ser reelaboraciones, más o menos ficticias, de su tortuosa peripecia vital). Plagada de rufianes, homosexuales y mujeres de dudosa reputación, esta historia está protagonizada por un novelista que está redactando una novela titulada "Los monederos falsos", en la que se ha propuesto reflejar "todo lo que veo, todo lo que sé, todo lo que las vidas de los demás y la mía propia me enseñan".

A raíz de un nuevo viaje a África y una prolongada estancia en el Congo (1925-1926), Gide tomó conciencia política y empezó a orientar sus pasos hacia el comunismo, ideología con la que comulgó más por los antecedentes cristianos de su formación que por las doctrinas marxistas, con las que nunca llegó a sentirse plenamente identificado. Fruto de dicho recorrido por el continente africano fueron sus libros de anotaciones titulados Voyage au Congo (Viaje al Congo, 1927) y Le retuor du Tchad (Regreso del Chad, 1928), dos obras en las que dejaba constancia de la ira y el malestar que le había provocado la contemplación in situ de la explotación colonialista. Poco después, Gide se enfrascó en la redacción de una trilogía narrativa compuesta por L'école de femmes (La escuela de las mujeres, 1929) -notable introspección psicológica de una mujer que, tras haberse casado locamente enamorada, pronto descubre la auténtica personalidad de su esposo-, Robert -continuación de dicha historia, ahora desde el punto de vista del marido- y Geneviève -relato de la vida y la evolución psicológica de la hija de ambos, quien, tras haber constatado el fracaso conyugal de sus progenitores, opta por despreciar las convenciones sociales y los prejuicios morales y entregarse a una vida libre ajena a cualquier imposición.

Durante el primer lustro de la década de los años treinta, esa notoria inclinación de Gide hacia el comunismo quedó bien plasmada en las páginas de su diario y en las numerosas declaraciones públicas que, en calidad de cabeza visible de la intelectualidad francesa, realizaba con frecuencia el autor parisino ("yo no he cambiado de dirección: continúo adelante, pero ahora dirijo mis pasos hacia un fin", le confesó por aquel tiempo al periodista Pierre Quint). Aunque nunca llegó a formalizar su ingreso en el Partido Comunista Francés, desempeñó una activa militancia al frente del movimiento antifascista de su nación, militancia que en 1935 le llevó a presidir, junto a su conciudadano André Malraux (1901-1976), el I Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, en el que tomaron parte los intelectuales de todo el mundo más comprometidos en la lucha contra el totalitarismo de la pujante derecha europea. Sin embargo, a raíz de un viaje a la Unión Soviética realizado en el verano de 1936 -en el que le acompañaron otros artistas e intelectuales franceses, como el pintor y novelista Eugène Dabit (1898-1936)-, renegó públicamente del comunismo marxista e hizo público su desencanto en el volumen titulado Retour de l'URSS (Retorno de la URSS, 1937), obra que, como no podía ser menos tratándose de un escrito de Gide, levantó una encendida polémica entre partidarios y detractores del comunismo. Consciente de que su airada pero honesta crítica al comunismo surtía, en contra de su voluntad, de abundantes argumentos a la derecha totalitaria (Emmanuel Berí declaró, a propósito de este libro, que había proporcionado una "gran alegría en las almas de los fariseos, que son precisamente aquellos a quienes Gide más odia"), el escritor parisino matizó su visión demoledora del comunismo soviético en un nuevo libro titulado Retouches a mon Voyage en l'URSS (Retoques a mi Viaje a la URSS, 1938), obra que no impidió que su anterior escrito siga siendo considerado como el ataque más virulento de un intelectual de izquierdas contra el régimen estalinista.

En 1938, Gide realizó un nuevo viaje a África, esta vez acompañado por su amigo Jean Ilerbart, y en transcurso de aquel mismo año perdió a su esposa Madeleine, con la que había tenido una hija (Catherine). El estallido de la Segunda Guerra Mundial le obligó a afincarse en la zona francesa no ocupada por el ejército alemán, donde escribió sus Interviews imaginaires (Entrevistas imaginarias, 1942). Acusado, por una parte considerable de la sociedad francesa, de haber sido uno de los principales forjadores de la moral derrotistas que había dado pie al sometimiento de la nación, decidió abandonar su país y dirigirse a Túnez, en donde residió desde la primavera de 1942 hasta después del desembarco en Normandía de las tropas aliadas.

De nuevo en París, Gide se entregó con ahínco a una frenética actividad literaria que, sostenida por la intuición de su cercana muerte, le permitió concluir gran parte de las obras que tenía a medio redactar, como el ya citado drama Thésée (1946) y algunos ensayos de notable interés, como Attendu que... (Esperando que...), Jeunesse (Juventud), Le retour (El retorno), Souvenirs littéraires et problems actuels (Recuerdos literarios y problemas actuales), Feuilles d'automne (Hojas de otoño, 1949), En decouvrant Henri Michaux (Descubriendo a Henri Michaux) y Paul Valéry. Su inclusión en la prestigiosa nómina de los escritores galardonados con el Premio Nobel, que le llegó a los setenta y ocho años de edad, vino a subrayar la importancia de su legado intelectual y artístico, siempre comprometido con una severa conciencia ética que ya era un puro anacronismo en la Europa de mediados del siglo XX. Uno de sus más apasionados seguidores, el narrador, ensayista y crítico de arte Marcel Arland (1899-1986), reconoció públicamente que "Gide es uno de esos raros espíritus de los cuales puede decirse que, después de ellos, la literatura y el pensamiento no son los mismos de antes"; sin embargo, su ancha y bien marcada estela dejó también a su paso un amplio número de detractores que, como el novelista y ensayista británico Arthur Koestler (1905-1983), continuaron achacándole esa negativa influencia en la juventud francesa que se la había imputado durante la conflagración bélica internacional: "Los escritos de Gide van siempre ungidos de una pincelada de esotérica arrogancia; en torno a sus libros flota como una fina, rarificada atmósfera. Su influencia sobre la generación juvenil francesa fue deplorable, y no precisamente por el retorcido erotismo que le reprocharon los fascistas de Vichy (no se convierte uno en invertido con sólo leer libros), sino a causa de la altanera presunción del espiritualismo que tal influjo transmitía, una peculiar actitud de hallarse iniciado, la ilusión de pertenecer a una especie de orden de exclusividad, de compartir algunos valores exquisitos, que, no obstante, cuando se trata de definirlos, se os escurren como la arena entre los dedos. El mensaje de Gide a la joven inteligencia hacía evocar la nueva túnica fabulosa del Emperador: nadie osaba confesar que no alcanzaba a verla" (El yogi y el comisario, de Arthur Koestler).

Bibliografía

  • BELBEL, Sergi. André Gide, Virginia Wolf: calidoscopis i fars d'avui (Barcelona: Millà. Llibreria Editorial Arxiu-Teatral, 1994).

  • BOISDEFFRE, Pierre de. Metamorfosis de la literatura. Tomo 1: Barres. Gide. Mauriac. Bern (Barcelona: Ediciones Guadarrama, 1969).

  • BORRAS DUNAND, Josette. El tiempo en André Gide (Salamanca: Ediciones de la Universidad de Salamanca, 1984).

  • VILA SELMA, José. André Gide y Paul Claudel frente a frente (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1952).

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.