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HistoriaEconomíaBiografía

Fugger, Familia (1376-1650).

Familia de comerciantes y banqueros alemanes que, desde sus orígenes en el siglo XIV como negociadores relacionados con el sector textil, se convirtieron en los siglos XV-XVI en uno de los mayores entramados empresariales de Europa. A través de ese entramado, los Fugger demostraron la capacidad de extender sus intereses económicos a múltiples campos de actividad y, también, de asumir un carácter transnacional, puesto que sus compañías operaron en todo el continente europeo y mantuvieron a la vez representantes tanto en la América española como en la India. Además, hasta el siglo XVII, sus miembros estuvieron estrechamente vinculados a los movimientos financieros de la Monarquía Hispánica, con lo que su poder económico les permitió ejercer una influencia notable sobre la política efectiva de gobernantes como Carlos V o Felipe II.

Por todo ello, los Fugger representaron el mejor modelo de un nuevo género de empresarios muy habitual en una época como la suya, que transcurría entre el final de la Edad Media y el inicio de la Edad Moderna: empresarios plenamente calificables de capitalistas, y cuya trayectoria se nutrió del uso circunstancial de recursos como los de la formación de monopolios, la obtención de la protección estatal, el perfeccionamiento de las técnicas económicas, la búsqueda de la productividad, la diversificación de riesgos, la confusión de las redes mercantiles, financieras y diplomáticas e, incluso, la fundación de obras caritativas y de inversión social. Un aspecto, éste último, muy significativo, por cuanto los Fugger trataron a través de él de disipar los temores que el tamaño enorme de su organización causaba entre otros mercaderes y la opinión pública de los países donde estaba implantada, sobre todo en Alemania.

Obviamente, los distintos recursos que acaban de señalarse no se desplegaron con rapidez, sino que fueron el resultado de una evolución que facilitó que la familia, arrancando desde la modestia, escalara sucesivamente posiciones más elevadas. En esta escalada se verificaron diferentes fases, de las cuales quizá las más importantes y complicadas sean las desarrolladas hasta los años 1490-1500, porque en ellas se decidieron muchos de los rasgos que iban a caracterizar a la dinastía en períodos posteriores.

Los orígenes de la expansión familiar (1367-1469)

La primera fecha clave en la biografía de los Fugger se produjo en septiembre de 1367, cuando Hans Fugger abandonó su pueblo natal de Graben (en Suabia) para marcharse a la cercana Augsburgo. Allí se instaló junto a su familia como tejedor de fustanes y, también, como mercader. Con este traslado, y con el paulatino paso de la manufactura al comercio, el linaje inició su progresión. En ella influyó asimismo positivamente la estrategia sociopolítica que desarrolló Hans a partir de entonces y que le llevó, primero, a casarse por dos veces con las hijas de los dirigentes del gremio de tejedores de la ciudad. Y, después, gracias a tales matrimonios, a obtener los privilegios de la ciudadanía augsburguesa, así como el derecho a participar en los órganos de representación corporativa y urbana. Como síntoma de su éxito, y al morir en 1408, Hans dejó una fortuna de 3.000 florines, cifra ya considerable para la época.

Dos hijos suyos (Andreas y Jakob I el Viejo) heredaron no sólo este patrimonio, sino también algunas de las líneas de actuación marcadas por su padre. Por un lado, desde el punto de vista económico, ambos continuaron el impulso dado a los negocios comerciales, interviniendo en el tráfico de productos como especias, sederías, paños u objetos preciosos. Por el otro, desde la perspectiva social, Jakob en particular prolongó estrategias ya conocidas, y que le permitieron casarse con la hija del jefe de la ceca de Augsburgo (1441) y ser elegido miembro del gremio de comerciantes de la ciudad (1463). Sin embargo, partiendo de estas bases, el destino de los dos hermanos y de sus descendientes respectivos fue muy diferente, sobre todo desde 1454, instante en que se disolvió la sociedad familiar conjunta que mantenían.

En principio fue Andreas quien alcanzó mayor notoriedad y de una forma más inmediata. Casado con una mujer perteneciente al patriciado urbano, él y sus hijos ampliaron pronto su riqueza y actividades con inversiones en los Países Bajos, Leipzig e, incluso, Dinamarca. Pero la sobrevaloración de las posibilidades de sus negocios, la pérdida de algunos préstamos concedidos imprudentemente y ciertos reveses judiciales provocaron el hundimiento de su empresa hacia 1495. A partir de ese momento, esta rama familiar, llamada de los Fugger vom Reh ('Fugger del Ciervo') por la imagen que figuraba en su escudo, cayó en decadencia y sus sucesores se convirtieron en artesanos o en operadores empleados por cuenta ajena.

Por el contrario, la carrera seguida por Jakob I dibujó un camino más lento, pero, a la vez, de cimientos más firmes. La bancarrota en 1444 del negocio monetario de su suegro le hizo aconsejable conservar la prudencia en los tratos mercantiles y financieros que él mismo pudiera acometer en el futuro. Dichos tratos fueron incrementando poco a poco el nivel de los beneficios económicos logrados por Jakob y facilitaron que, a su muerte en 1469, pudiera legar a sus hijos una compañía consolidada y en vías de crecimiento. Un hecho que dependió de la habilidad y capacidad personales de este Fugger, pero al que, sin duda, no fue ajeno el propio auge de la ciudad donde residía la familia (Augsburgo) y, en general, del territorio donde ésta se hallaba (la Alemania meridional o Alta Alemania).

Y es que, justo a mediados del siglo XV, hacia toda esta zona comenzó a desplazarse buena parte del liderazgo del temprano capitalismo que hasta ese período había mantenido Italia en exclusiva. El florecimiento de la minería y de las industrias textiles y metalúrgicas centroeuropeas, la situación ventajosa del área en los circuitos del comercio continental, el control de sus ciudades por parte de un patriciado abierto y dinámico, y el creciente papel consumidor de un estado que, como el de los Habsburgo, extendía sus dominios por la región, fueron condiciones que contribuyeron al desarrollo en ella de las aptitudes empresariales. De dicho desarrollo no sólo se aprovecharon Augsburgo y los Fugger, sino también otros focos urbanos (primero Nuremberg y, después, lugares como Ulm, Memmingen, Munich y Estrasburgo) y otros grupos familiares de relieve y de vocación económica cosmopolita (los Welser, Hewart o Hoechstetter, por ejemplo). Así pues, fue en este contexto de expansión global donde realizaron sus actividades tanto Jakob I como, muy en especial, sus primeros descendientes.

El período de Jakob II el Rico y sus hermanos (1469-1525)

Cinco varones sobrevivieron a Jakob I: Ulrich, Georg y Peter continuaron en seguida las labores de su padre, mientras Markus y Jakob II (el más joven de todos) se vieron destinados a la vida eclesiástica. En 1473 murió Peter y, ese mismo año, el emperador Federico III concedió a los cinco hermanos un escudo de armas con la representación de unos lirios, por lo que esta línea dinástica comenzó a ser llamada de los Fugger von der Lilie ('Fugger de los Lirios'). También entonces Jakob II abandonó la iglesia, se convirtió en mercader y se incorporó a la sociedad familiar, revelándose más tarde como un hombre de negocios genial y a quien el apellido Fugger debe realmente su trascendencia histórica. No en balde, el sobrenombre de el Rico ('der Reiche') con el que se conoce a este segundo Jakob subraya tal importancia.

En principio, el hermano mayor (Ulrich) asumió junto a su madre la dirección y titularidad de los asuntos del linaje y, de manera exitosa, entabló relaciones con Amberes, Polonia, Hungría e Italia. Concretamente en Venecia, en el Fondaco dei Tedeschi, los Fugger dispusieron de una agencia de su propiedad, donde Jakob II aprendió contabilidad y partida doble al menos desde 1478. En aquellos momentos, los hermanos gestionaban todos sus negocios en común y llegaron a estipular que sus herederos y sucesores masculinos deberían mantener indivisos los bienes de la empresa, mientras que las hijas quedarían indemnizadas a través de las dotes para que la casa Fugger permaneciera unida en cualquier circunstancia.

Confirmando esta orientación conjunta de las actividades económicas, Ulrich, Georg y Jakob II cerraron en 1494 un primer contrato oficial de compañía en el que Ulrich seguía dando título a la firma, como hasta entonces. El capital de partida de la institución se fijó en 54.385 florines. En 1502 se renovó este contrato, mientras Jakob iba consiguiendo paulatinamente mayor protagonismo dentro de la empresa. Georg murió en 1506 y Ulrich le siguió en 1510, con lo que el hermano superviviente pasó a convertirse en el dueño absoluto de la sociedad. Y ello también desde la perspectiva nominal, puesto que, tras una segunda renovación contractual en 1512, Jakob II, que no tenía descendencia propia, se unió a los hijos de Ulrich (Ulrich y Hieronymus) y de Georg (Raymund y Anton) para constituir la razón social denominada Jakob Fugger y sobrinos. No obstante, esta asociación se realizó en condiciones desiguales para las partes, puesto que los sobrinos tuvieron que dejar en el negocio su participación en las ganancias y las pérdidas del mismo, sin que pudieran contar con ellas.

Alrededor de estas últimas fechas, exactamente en 1511 y según Ehrenberg, la fortuna líquida de la empresa alcanzaba ya los 196.791 florines, que pasaron a 2.021.202 florines en 1527, dos años después del fallecimiento de Jakob II. Es decir, en diecisiete años, un incremento de beneficios del 927 % total, a una media anual del 54’5 %. Magnitudes que aún serían mayores si se iniciaran las cuentas desde los poco más de 54.000 florines de 1494. Esto, en definitiva, demuestra hasta qué punto los años finales del siglo XV e iniciales del XVI determinaron la conversión de la firma en una entidad de dimensiones gigantescas. Varios factores motivaron este gran crecimiento, cuya caracterización debe analizarse con más detalle.

Las relaciones financieras con los Habsburgo

Durante el período que se acaba de mencionar, los Fugger se vincularon a diversos estados europeos como banqueros, lo que les proporcionó una excelente posición desde la que consolidar y extender su dominio económico. En primer lugar, esa vinculación afectó al imperio germánico de los Habsburgo, con el que los contactos de la sociedad se remontaban ya a 1473 (con el citado Federico III), aunque sólo se reforzaron con la subida al poder de Maximiliano I, primero como rey de romanos y archiduque de Tirol y, desde 1493, como emperador.

A partir de 1491, y con un préstamo inicial de 120.000 florines, los Fugger se convirtieron en financiadores habituales de las acciones de este gobernante. En 1496 le adelantaron 121.600 florines para subvencionar una expedición suya a Italia, mientras que en 1507 volvieron a darle otros 50.000 florines para favorecer un nuevo viaje a Roma. Evidentemente, éstos son sólo algunos ejemplos aislados de una estrategia de negocios muy constante en el tiempo y que llevó a que, hacia 1515, la deuda en gran parte no reembolsada de Maximiliano con los Fugger se acercara a los 300.000 florines. Sea como fuere, muchos de estos fondos se avanzaban teniendo como garantía a favor de la empresa augsburguesa la entrega de plata o cobre obtenidos en las minas de Europa central, aunque no faltaron los empréstitos que implicaban avales inmuebles. Así ocurrió en el caso descrito de 1507, en el que la cantidad cedida se otorgó a cambio de una hipoteca sobre el condado de Kirchberg y el señorío de Weissenhorn. Finalmente, ambas propiedades pasaron a manos de los Fugger y fueron sus primeras adquisiciones territoriales importantes, tras las posesiones familiares más antiguas que ellos mismos administraban en Graben o Augsburgo. En las décadas siguientes, esta tendencia a la incorporación de bienes raíces al patrimonio empresarial no hizo más que incrementarse.

El Papado y la venta de las indulgencias

Muy significativas fueron también las conexiones establecidas por la dinastía con el Papado. La estancia en Roma de Markus Fugger (recuérdese su condición eclesiástica) sirvió de apoyo a la compañía para abrir allí una factoría propia en 1495, y para manejar grandes sumas de dinero en relación tanto con la curia pontificia como con cada uno de los príncipes de la iglesia en particular. En 1507, el papa Julio II tenía guardados 100.000 ducados en la empresa, que actuaba así como verdadera banca de depósito, y dos años después, en 1509, el mismo pontífice mandó ingresar en ella el dinero de un año jubilar. De 1508 a 1515, los Fugger arrendaron la ceca papal. Y en 1514 prestaron 21.000 ducados a Alberto de Brandeburgo, ya arzobispo de Magdeburgo, para ayudarle a pagar lo que éste debía al Papado como derechos de acceso a la sede de Colonia, para la que había sido designado recientemente.

Con todo ello, los Fugger se convirtieron en los primeros hombres de negocios alemanes, aparte de los Welser, capaces de ostentar la categoría de mercatores Romanam Curiam sequentes y, en consecuencia, de ocupar un lugar privilegiado como abastecedores financieros del poder pontificio. En esa función llegaron a relegar incluso a los mercaderes italianos que la habían asumido tradicionalmente. Por tales razones no es extraño que, como resultado del asunto citado de 1514 y previo pago de otros 10.000 ducados, la sociedad obtuviera del papa León X el cobro de la mitad de las limosnas de las indulgencias que se recaudaran en Sajonia y otras partes de Alemania. Seguramente, los Fugger buscaban con ello recuperar lo más rápido posible el préstamo dado a Alberto de Brandeburgo, pero el acuerdo con el Papado les hizo promover esa venta de las indulgencias que estuvo en la base del estallido de la reforma luterana. De hecho, un representante de la empresa viajaba junto al predicador de tales indulgencias y poseía una llave de la caja de recaudación.

La elección imperial de Carlos V y los intereses españoles

Pero, sin duda, de todas las redes económicas puestas en marcha por la saga augsburguesa en los años de transición entre los siglos XV-XVI, la de mayor proyección futura fue la establecida con el monarca español que sucedió a Maximiliano I en el trono imperial alemán: Carlos V. Mientras éste gobernaba todavía en los Países Bajos, el agente de los Fugger en Amberes (Wolff Haller) gozó ya de un gran favor en las cercanías del joven gobernante y de sus consejeros. Y el propio Haller se trasladó a España para conducir en 1519 las negociaciones que iban a permitir publicitar y financiar entre los príncipes electores alemanes el nombramiento de Carlos como emperador, frente a la candidatura rival del rey francés Francisco I.

El coste global de la elección ese año fue de más de 850.000 florines, de los cuales los Welser aportaron 143.000; los italianos Gualterotti, Fornari y Vivaldi, 55.000 cada uno; y los Fugger, ellos solos, 543.000, es decir, prácticamente los 2/3 del total. Por ello no ha de sorprender que, en 1523, Jakob II Fugger se dirigiera al nuevo emperador recordándole que era bien conocido que, sin su ayuda, Carlos “no hubiera podido conseguir jamás la corona romana”. La devolución de este enorme préstamo se estipuló mediante la enajenación de diversas propiedades españolas, lo que fue la base utilizada por los Fugger en lo sucesivo para desembarcar en la economía castellana con sus intereses y estructuras asociativas.

Los principales bienes cedidos por la corona hispánica fueron las rentas procedentes de los maestrazgos de las órdenes militares de Alcántara, Santiago y Calatrava, cuyo disfrute en manos alemanas a través de la fórmula del arriendo se prolongó, con interrupciones, entre 1525-1645. Los maestrazgos eran las superficies de las que obtenían recursos los grandes maestres de cada orden, y estaban distribuidas mayoritariamente en Extremadura y Castilla-La Mancha. Comprendían grandes extensiones de cereales y pastos, derechos de peaje y arriendos agrícolas. Asimismo, en su interior, se incluían las minas de mercurio de Almadén (Ciudad Real), que eran vitales en la época para la producción de oro y plata por el procedimiento de la amalgama. Si a todo ello unimos diversas concesiones mineras conseguidas también por los Fugger a mediados del XVI en Sierra Morena, Cartagena y Lorca, se dibuja una imagen global de los intereses que mantenía la empresa en España.

Para su gestión, los Fugger dispusieron de representantes permanentes en la corte real, Toledo, Almadén o Sevilla, pero todos ellos se movían bajo las órdenes de un agente general de la compañía que residía en Almagro. Así, los alemanes dotaron a sus acciones en España de una organización racional, consiguiendo que los beneficios derivados de ellas aumentaran progresivamente: ya en 1527, las ganancias de los alemanes en la Península Ibérica se cifraban en 200.000 florines, buena parte de las cuales procedía de Almadén, donde el índice de beneficio neto alcanzaba niveles cercanos al 40 %.

Las inversiones mineras

Lo anterior significa que, al lado de las acciones propiamente bancarias, e indisolublemente unidos a ellas, los Fugger diversificaron el balance de sus inversiones con la intervención en otras series de tratos, básicamente de carácter industrial. Pero éstos últimos no se limitaron a las inversiones efectuadas en España, sino que se ampliaron extraordinariamente con negocios que se firmaron también ahora sobre las minas centroeuropeas de plata y cobre.

Aunque ya Jakob I había hecho algunos intentos al respecto, las fechas que decidieron la entrada de la empresa en este sector fueron las de los años ochenta del siglo XV. En 1485, Ulrich, Georg y Jakob II avanzaron una primera cantidad de dinero a Segismundo, archiduque de Tirol, a cambio de mineral de plata de la zona. En 1487, Jakob II y el genovés Antonio di Cavallis le prestaron otros 23.627 florines, logrando en contrapartida los derechos de disfrute de las sociedades mineras de toda el área tirolesa. En 1488, los Fugger estuvieron ya en situación de anticipar 150.000 florines a Segismundo quien, para su reintegro, les cedió en condiciones ventajosas la renta de plata de las minas de Schwaz. Y desde 1494 se incorporaron a la explotación del cobre eslovaco o norhungárico, asociándose para ello con el ingeniero Johann Thurzo, de Cracovia, con quien se comprometieron a construir en Hungría una fundición que debía producir 15 toneladas de cobre por semana.

De esta manera, las factorías y fábricas metalúrgicas de los augsburgueses se fueron extendiendo hacia la Carintia, Breslau, Leipzig, Thüringen, Ofen, Preßburg e incluso más al este continental, lo que les convirtió rápidamente en un poder financiero-industrial internacional y les permitió contar con numerosas reservas metalíferas: en 1492, cuando ya Maximiliano I ocupaba el gobierno de Tirol, los Fugger disponían sólo allí de cerca de medio millón de florines de plata, buena parte de los cuales salió al extranjero. Esto último demuestra cuál era el verdadero objetivo de los Fugger al introducirse en este negocio: controlar el comercio europeo de minerales e incrementar con ello las posibilidades de enriquecimiento de la compañía. Y es que, a partir de los mismos años de finales del siglo XV, los adelantos técnicos verificados en el campo minero y el aumento de la demanda hicieron que en torno a la plata (metal precioso empleado en la acuñación monetaria) y al cobre (material más usado para la guerra y para la vida ordinaria) pudieran cerrarse contratos muy lucrativos. Sobre estas bases, la apertura de nuevos mercados oceánicos en África y la India estimuló aún más desde el XVI el ritmo de los tráficos, al ser allí los metales europeos casi tan estimados como el oro.

Con el fin de asegurar el beneficio de este comercio, los Fugger idearon diferentes fórmulas asociativas y monopolísticas. Entre 1498-1499 fundaron con otras familias de Augsburgo un potente consorcio empresarial para dominar en Venecia el mercado del cobre, al mismo tiempo que expedían cargamentos de este tipo a los Países Bajos a través de Dantzig. En 1502-1503, ya el 24 % del cobre húngaro exportado por los Fugger llegaba a Amberes, cifra que se repartió en 1508-1509 entre un 49 % para Amberes y un 13 % para Venecia. Por entonces, la sociedad había conseguido eliminar a varios competidores y se adjudicó en exclusiva durante algunos años la producción de plata tirolesa (1506) y de cobre (1514). Sin embargo, tales intentos no siempre se vieron coronados por el éxito y, todavía en 1515, Jakob II Fugger tuvo que compartir con los Hoechstetter la explotación de las minas. Así queda subrayado lo difícil que era, incluso para una empresa del tamaño de los Fugger, que un único comerciante pudiera encargarse del conjunto de una mina ante la importancia de los capitales a invertir.

La difusión mundial de los negocios

En cualquier caso, este último matiz no debe rebajar en absoluto el extraordinario impulso que experimentó la saga Fugger durante el período de Jakob II y sus hermanos. Impulso que, como se habrá visto, ocasionó una auténtica implantación de la familia a lo largo y ancho de todo el continente europeo: en la Alemania meridional, en el resto de la Europa central y en parte de la oriental, en los Países Bajos, en Italia y en España. En este amplio espacio, las redes internacionales de negocios se entremezclaban con redes regionales de menor alcance, aunque la actuación directa en todas ellas de los Fugger se fue restringiendo geográficamente: por ejemplo, a inicios del siglo XVI, Jakob cedió a los hijos de Johann Thurzo el comercio común húngaro y la representación mercantil en Hungría y Polonia, conservando para sí tan sólo el tráfico de metales hacia Alemania y el resto de Occidente. En lo sucesivo, la empresa concentró su atención en Augsburgo y Nuremberg y, también, en Amberes, donde la oficina de la sociedad (que databa de 1494) consiguió en 1508 una gran casa propia.

En palabras de Braudel, Amberes era al principio del XVI el “centro viviente del mundo”. Los mercaderes de la Alta Alemania residían en la ciudad de forma masiva y comerciaban en ella con el vino del Rin, con los metales centroeuropeos y, asimismo, con la pimienta que llegaba allí desde Portugal. La atracción económica de esta especia, de origen oriental, provocó incluso que los Fugger participaran en 1505 en la financiación de las flotas portuguesas a la India y que, durante un tiempo, hicieran de Lisboa un centro clave de contactos. Con ello, los augsburgueses se inmiscuyeron en la trayectoria que tomaba el orbe y que estaba llevando a Europa a salir de sus fronteras. Así, su presencia en los países más dinámicos y precoces en aquella orientación (Portugal y España) no es casual y, de hecho, también desde España obtuvieron los Fugger tras 1519 el derecho a intervenir en América y a enviar, con escasa fortuna, a sus propios factores en las primeras expediciones castellanas a las Molucas.

Las dificultades de una etapa decisiva

Sin abandonar nunca del todo sus actividades comerciales, lo cierto es que el decantamiento de la empresa hacia funciones bancario-financieras, su ingreso a gran escala en el negocio industrial y la dimensión mundial de sus intereses convirtieron a los Fugger en el poder económico más importante de la Europa de la época. Sin embargo, este auge no estuvo exento de riesgos tanto materiales como políticos y hasta de orden ético o moral.

Por un lado, el deslizamiento de la firma hacia la banca la dejó cada vez más expuesta a la liquidez de la que pudieran disponer sus deudores o depositantes, y ello conllevaba peligros obvios. En 1509 murió Melchor de Meckau, cardenal y príncipe-obispo de Brixen, que tenía invertidas en la sociedad sumas significativas, supuestamente cercanas a los 300.000 florines. De inmediato, y según el derecho canónico, el papa Julio II reclamó toda la herencia de Meckau y, por tanto, también el dinero que poseían los Fugger, que se vieron abocados así a una quiebra inminente. La crisis se evitó después de hábiles negociaciones, pero sirvió para que Jakob II contemplara la división jurídica de los activos de la empresa en sectores equivalentes (inversiones crediticias, agencias de producción y comercio, propiedades territoriales y reservas preciosas), con el fin de que la posible caída de uno de ellos no arrastrara al resto.

Por el otro, la misma fuerza económica de la que gozaba la compañía, unida a sus intentos de control del mercado, la hicieron objeto tanto de los deseos fiscalizadores de los estados como del odio de una población que hacía culpables a los poderosos de sus problemas. En Nuremberg, las autoridades imperiales instaron acciones contra ella para frenar sus tendencias monopolistas. En Augsburgo, el propio Jakob II se vio amenazado por un levantamiento artesanal. Pero las dificultades más importantes se produjeron en Hungría entre 1524-1525. La incompetencia de uno de los Thurzo en la gestión allí del negocio metalífero y monetario despertó tumultos entre los mineros y, también, entre la nobleza y el resto de estamentos sociales. La depreciación entonces de la moneda fue achacada a los Fugger, y el rey húngaro, poniéndose del lado de los insurrectos, ordenó confiscar las minas y las propiedades de los augsburgueses y encarcelar a sus representantes. Aunque los alemanes lograrían recuperar después sus bienes, estos sucesos les ocasionaron una pérdida de más de 200.000 florines.

Por último, los mismos elementos que llenaban de sentido a una empresa como la de los Fugger sirvieron para proporcionar argumentos de rechazo contra ella a intelectuales como el humanista Ulrich von Hutten y, sobre todo, como Martin Lutero. El aprovechamiento usurario de las inversiones realizadas y su posición protagonista en la venta de indulgencias eclesiásticas fueron los aspectos que más se criticaron a los miembros de la familia. Quizá para tranquilizar su conciencia, Jakob II defendió activamente al Papado frente a la reforma luterana y, además, instituyó múltiples obras de beneficiencia, la más famosa de las cuales es el Fuggerei, un grupo de casas en Augsburgo que debía servir como refugio a los ciudadanos más pobres. Con ello se completa el retrato de un período que, pese a todo, observó la definitiva consolidación económica del linaje Fugger, uno de cuyos componentes (Jakob II) fue calificado por el cronista contemporáneo Clemens Sender como “la gloria de toda Alemania”. Con la muerte de este personaje en 1525 desapareció no sólo el mejor exponente de la dinastía, sino también uno de los mayores empresarios vistos hasta entonces en la historia europea.

Anton Fugger y sus sucesores (1525-1650)

El fallecimiento de este Jakob no implicó, por razones prácticas, una modificación inmediata ni de las estructuras ni del nombre de la empresa, que siguió denominándose como era habitual desde 1512, es decir, Jakob Fugger y sobrinos. También en 1525 murió uno de estos sobrinos (Ulrich), pero sólo siete años después, en 1532, los parientes supervivientes acordaron un nuevo marco de relaciones entre ellos, organizado bajo la compañía Raymund, Anton y Hieronymus, los Fugger, hermanos y primos. De los tres titulares, el más capaz mantuvo una dirección asociativa jerárquica y, como tal, Jakob II había designado ya en 1517 a Anton Fugger. Anton era el más joven de sus sobrinos (había nacido en 1493), aunque, sin duda, era asimismo el más ambicioso y el dotado de un mayor talento para los negocios.

Así comenzó una nueva fase en la biografía de la familia, durante la cual ésta alcanzó su máximo apogeo, prolongando las líneas de actuación instauradas en momentos precedentes. Pero, en esta etapa, no faltó la manifestación de signos preocupantes de agotamiento económico, que anunciaban la decadencia posterior del linaje ya a fines del XVI. Tal contraste de caracteres generó una alternancia de situaciones en el devenir de la firma, que quedan bien ilustradas por las cifras de diversos balances ofrecidas siempre por Ehrenberg.

Unas estructuras empresariales variables e inestables

Ya entre 1534-1536, los beneficios de la empresa sumaron 120.000 florines, lo que significaba sólo poco más del 2 % de incremento anual. Una magnitud mucho menor que la lograda con Jakob II y, lo que es peor, que escondía una tendencia al aumento del pasivo, que prácticamente se dobló de 1527 a 1536, llegando entonces a 1.770.000 florines. Diez años más tarde, en 1546, la deuda no había descendido (suponía casi dos millones de florines), pero las ganancias habían acelerado su ritmo hasta conseguir el 19 % anual. En esta última fecha, la compañía poseía un capital social valorado en 5.111.883 florines, el más alto alcanzado jamás por el entramado de los Fugger. Finalmente, en 1553, el nivel de los beneficios se había vuelto a reducir hasta el 5’6 % por año. En este tiempo, Anton ya estaba proponiéndose limitar sus intereses y se esforzaba no tanto por concluir nuevas iniciativas, como por conservar lo emprendido en décadas anteriores. Y las novedades que se introdujeron ahora en ciertas ocasiones únicamente buscaban compensar las incipientes pérdidas de otros negocios.

En medio de esta evolución, la casa Fugger transformó su organigrama interno. Dos de los titulares de la empresa murieron en 1535 (Raymund) y 1538 (Hieronymus). Anton se alió entonces con los hijos de éstos, y la compañía pasó a llamarse Anton Fugger y sobrinos. Esta nueva disposición societaria, sin embargo, no resultó muy provechosa: con un control absoluto de la firma y sin tener que rendir cuentas a nadie, Anton llevó a cabo operaciones arriesgadas y comenzó a manifestar, además, poca confianza en unos sobrinos de los que no esperaba nada en el campo de los negocios. Quizá por ello, entre 1548-1550, el mismo Anton proyectó una partición de capitales entre los socios, que hubiera significado la desaparición efectiva de la empresa. Sólo circunstancias coyunturales de la época evitaron esta fragmentación.

Las iniciativas económicas de Anton

¿Qué asuntos económicos marcaron en este período la actuación empresarial de los Fugger? Básicamente, y como se ha apuntado, fueron los mismos que los desarrollados hasta 1525.

Por un lado, el mantenimiento de la extensión multinacional y sectorial de los tratos comerciales, industriales y financieros. A la presencia tradicional de los augsburgueses en la Alemania del sur, en el Tirol, en parte de la Europa oriental, en Italia, en España y en los Países Bajos, se añadieron implantaciones más o menos esporádicas en Chile (1531), Dubrovnik (1559) y, por las mismas fechas, en las regiones escandinavas. Y ello, sin olvidar la participación de la familia en tráficos coloniales como el de los esclavos africanos o las especias asiáticas. De todas formas, más sintomática de los nuevos horizontes de la saga fue la progresiva concentración de actividades en Alemania, lo que exigió a los Fugger una atención preferente por los clientes de esta zona que se hallaban bajo el gobierno de los príncipes locales. Sirvan como ejemplo las grandes inversiones efectuadas hasta 1555 en una fábrica de fustanes situada en Weissenhorn, desde donde salían corrientes de distribución hacia casi toda Europa.

Por el otro, la recuperación de los intereses mineros. Tras el sobresalto de la confiscación de 1524-1525, Anton renovó en 1526 el contrato de explotación minera en Hungría por quince años, mientras entre ese año y el siguiente estableció en el Tirol otras tres industrias metalúrgicas. La quiebra de su competidor Hoechstetter le dejó el campo libre para fundar en este ámbito un dominio que se prolongó, al menos, hasta 1546. Entonces, la agencia de Amberes de los Fugger almacenaba cobre cuantificado en medio millón de florines y, quizá a causa de esta sobreacumulación, Anton decidió anular el arriendo húngaro. Simultáneamente, sin embargo, intentó conseguir el monopolio del comercio del estaño para Europa central y oriental, constituyendo un verdadero cartel de empresas en Bohemia y Sajonia. Pero esta iniciativa no fue completada con éxito, y de ello se derivaron cuantiosas pérdidas.

Este fracaso explica algunas de las dificultades por las que comenzó a atravesar la compañía al final de la vida de Anton. Con todo, la base auténtica de esos problemas radicó en otra parte: en el reforzamiento de la función de los Fugger como financiadores de diversos estados europeos. No sólo de los Habsburgo, de España o de varios países centroeuropeos, sino también de Inglaterra y Portugal. Esta labor bancaria intensificó las transacciones monetarias de la empresa en detrimento del transporte de mercancías, lo que, como es natural, fue uno de los fundamentos que ocasionó el fuerte aumento de pasivos del que ya se ha hablado.

Al respecto, especialmente grave fue la situación creada en España, donde las obligaciones crediticias de los Fugger no cesaron de crecer. Entre 1522-1525, Jakob II, preocupado por recuperar sus cuantiosas inversiones anteriores, no había concertado nuevos empréstitos con la monarquía hispánica. Pero, desde 1527, Anton cambió radicalmente de estrategia y llegó a conceder a la corona hasta 1532 una suma global de 1.181.470 ducados, lo que le convirtió en el principal sostén económico de Carlos V. Y en 1546, los compromisos financieros de los Fugger en España ascendían ya a más de la mitad (unos 2 millones de florines) del total de intereses bancarios de la firma.

Para dar abasto a esta amplia demanda de capitales, Anton se vio forzado cada vez más a emplear fondos extranjeros y a compartir negocios con otras sociedades. Ello generó una espiral de endeudamiento que minó los cimientos de la casa. Si a esto unimos, primero, el incremento de exigencias dinerarias estatales que conllevó el desencadenamiento a mediados del XVI de las guerras de religión europeas entre protestantes y católicos (con el claro posicionamiento de los Fugger a favor de los segundos) y, después, las suspensiones de pagos de algunos países (como la España de Felipe II en 1557, que debía a los alemanes 1.660.809 ducados), surge un cuadro global hipotético del porqué del agotamiento de la empresa.

Pero de la evidente conexión con el poder político en estos momentos, los Fugger no sólo extrajeron sinsabores económicos, sino también obvias ventajas y buenas oportunidades de promoción social. Ya en 1530, el emperador Carlos V ennobleció a Anton, Raymund y Hieronymus Fugger concediéndoles un condado hereditario. Y entre 1534-1535, los tres primos volvieron a beneficiarse de ciertos privilegios, consistentes ahora en el derecho de acuñar moneda para los señoríos de Kirchberg, Weissenhorn y Biberbach, y en la reafirmación de la posesión de títulos condales y señoriales tanto en Alemania como en Hungría.

Tras toda la serie de vicisitudes expuestas, Anton Fugger falleció en 1560. Pero, antes, dejó por escrito en varios codicilos testamentarios sus instrucciones sobre cuál debía ser el futuro de la compañía. Ante las escasas aptitudes empresariales de sus sobrinos (que eran también socios de Anton desde 1538, recuérdese este hecho), confió a su hijo primogénito (Markus) y al mayor de dichos sobrinos (Hans Jakob) la liquidación rápida de los negocios, la conservación de la firma durante seis años sin introducir en ella ningún tipo de cambio, la prohibición de alienar los bienes inmuebles del linaje, y la custodia de los archivos familiares más importantes. Semejantes disposiciones muestran que Anton ya manifestaba síntomas de inquietud por el porvenir de su dinastía. Y esta preocupación no era baladí.

El declinar de la casa desde 1560

De hecho, con la siguiente generación de los Fugger, estalló el auténtico proceso de decadencia de la familia. Un proceso que llevó a los augsburgueses a retirarse de las corrientes de tráfico más modernas, a perder casi cualquier espíritu de iniciativa empresarial, y a ser superados claramente a nivel europeo por otros grupos competidores como los genoveses.

Como ya había temido Anton, Hans Jakob no era la persona más apropiada para regir los destinos económicos de los Fugger. Éste tenía una concepción caballeresca de los negocios y, por ello, solía entretenerse más actuando de mecenas, de rico coleccionista o de individuo que gozaba de relaciones privilegiadas con los príncipes alemanes, que adoptando medidas adecuadas a los problemas contemporáneos de su compañía. Así, aunque la sociedad se mantuvo unida durante más tiempo del prescrito por Anton, su crédito y prestigio se alteraron con rapidez. De nuevo, las cifras de Ehrenberg son muy trascendentes al respecto.

En 1563, el activo de la casa se elevaba a 5.661.493 florines, mientras que el pasivo era de 5.399.188 florines. El precario equilibrio entre ambas magnitudes era ya de por sí alarmante, pero es que, además, tales números reflejaban un balance en el que los bienes inmuebles habían desaparecido como propiedades conjuntas de la dinastía, el comercio de mercancías había cesado, muchas conexiones internacionales vegetaban, y el saneamiento financiero era más que dudoso. Las operaciones de España seguían siendo decisivas a la hora de hacer comprensibles estas difíciles circunstancias: en 1562, la monarquía hispánica reconoció deber a Markus Fugger 1.116 millones de maravedís. Y en 1577, la situación global no había mejorado, con un activo asegurado de la empresa de 6.558.059 florines y un pasivo de 6.537.355 florines. Aunque todavía hubo períodos afortunados en el devenir de la firma (por ejemplo: el de 1594-1600, en el que los Fugger ganaron 575.397 florines), éstos acostumbraban a venir seguidos de fases en las que casi se perdía todo lo logrado en los años buenos.

En este contexto, algunos intentos de expansión llevados a cabo por entonces (como el que propició la participación de los Fugger en un consorcio internacional de la pimienta en Lisboa, o la posesión por su parte de un representante en la India en 1587) parecen ser más los últimos estertores de una organización moribunda, que los símbolos de una acción empresarial coherente. Y el golpe de gracia a la crisis familiar vino dado por las sucesivas bancarrotas del estado español. En 1575, Felipe II excluyó a los alemanes de los efectos de la suspensión de pagos realizada ese año por la corona, a cambio de varios préstamos. Pero no ocurrió lo mismo con las quiebras de 1596 y 1607, la última de las cuales supuso a los augsburgueses pérdidas de más de 3 millones de ducados. Y si los Fugger no acabaron dilapidando todo su capital en estas coyunturas, fue porque habían logrado retirar de los negocios una parte de su hacienda, invirtiéndola en inmuebles. Así, terminaron por convertirse en latifundistas sin ninguna influencia política o económica. Ante tales sucesos, no es extraño que el italiano Octavio Centurione osara afirmar en 1630 que la riqueza de los Fugger era ya imaginaria.

Pero los desastres económicos de esta época no vinieron solos, sino que se combinaron con desavenencias personales entre los miembros de la saga y con una aceleración del ritmo de relevo generacional entre ellos, que trajo lógicos problemas de inestabilidad. Hacia 1565-1570, Hans Jakob Fugger tuvo que dejar la dirección de la empresa a causa de ciertas operaciones arriesgadas que emprendió y, desde 1572, fue Markus Fugger el que asumió en solitario la jefatura de la misma, sin obtener ninguna ayuda inicial ni de sus primos supervivientes (los sobrinos de Anton) ni de sus otros hermanos (los hijos de Anton). Y ello, pese a que la compañía pasó a titularse Markus Fugger y hermanos. En 1591, un Markus muy viejo abandonó la gestión del negocio en manos, ahora sí, de su hermano Hans, quien la transmitió a su vez a su hijo Markus en 1597. De todas formas, poco importaba ya el nombre del administrador principal de la empresa Fugger, una entidad que perdía día a día su protagonismo.

A partir de 1598, la familia se dividió en dos: la rama de los Fugger viejos, muy presentes en España, en la gestión tanto de los maestrazgos de las órdenes militares como de las minas de Almadén, negocios ambos cada vez menos rentables y en clara decadencia; y la de los Fugger nuevos, liderada por los hermanos Hieronymus, Hans y Maximilian, menos activa que la anterior. En cualquier caso, el futuro de los augsburgueses como dinámicos mercaderes y banqueros estaba sentenciado, y ya desde mediados del siglo XVII, con la completa disolución de la compañía, los personajes de la dinastía se limitaron a sobrevivir como terratenientes y como nobles rentistas. De esta manera acabó la brillante historia empresarial del apellido Fugger, en cuya evolución se cumplió puntualmente esa trayectoria trazada por Braudel por la que las familias de comerciantes duraban poco, dos o tres generaciones como mucho, tras las cuales abandonaban esa profesión para ocuparse de tareas menos arriesgadas y más honoríficas como las relativas a la posesión de tierras, rentas y señoríos.

Bibliografía comentada

  • Dos son las bases de las informaciones resumidas en la biografía. Por un lado, los estudios directamente referidos a los Fugger de EHRENBERG, R. Le Siècle des Fugger. París, SEVPEN, 1955 (ed. original alemana de 1896), sobre todo en las pp. 35-86; y de KELLENBENZ, H. Los Fugger en España y Portugal hasta 1560. Salamanca, Junta de Castilla y León, 2000 (ed. original alemana de 1990), especialmente en las pp. XIII-XVIII (“Prefacio” del libro, firmado por F. RUIZ MARTÍN), 7-57 y 627-658. Y, por el otro, las referencias más contextualizadas que constan dispersas en obras generales como las de BRAUDEL, F. Civilización material, economía y capitalismo, siglos XV-XVIII, 3 vols. Madrid, Ed. Alianza, 1984; WALLERSTEIN, I. El moderno sistema mundial, vol. I. Madrid, Ed. Siglo XXI, 1979, sobre todo el capítulo 4; CONTAMINE, P. et alii. La economía medieval. Madrid, Ed. Akal, 2000, pp. 367-371; y CUVILLIER, J.-P. Histoire de l’Europe occidentale au Moyen Âge (IVe siècle – début du XVIe siècle). París, Ellipses, 1998, pp. 321-333. Lógicamente, estas dos últimas citas son válidas para consultar datos de los comienzos del linaje durante los siglos XIV-XV.

Aparte, cualquier visión de los Fugger necesita recurrir a los trabajos de G. F. von PÖLNITZ, tanto su libro general sobre la familia (Die Fugger. Frankfurt, 1960), como sus obras sobre personajes destacados de la misma (Jakob Fugger, Kaiser, Kirche und Kapital in der oberdeutschen Renaissance, 2 vols. Tübingen, J. C. Möhr, 1949-1952; y Anton Fugger, 5 vols. Tübingen, J. C. Möhr, 1958-1986). Al respecto, véase también SCHICK, L. Jacobo Fúcar. Un gran hombre de negocios del siglo XVI. Madrid, Ed. Aguilar, 1961.

Mientras, el conocimiento de sus actividades españolas desde el XVI surge fundamentalmente de la obra de Kellenbenz ya citada, y de CARANDE, R. Carlos V y sus banqueros, 2 vols., edición abreviada. Barcelona, Ed. Crítica, 19832. Pero también de los trabajos incluidos en El oro y la plata de las Indias en la época de los Austrias. Catálogo de la exposición. Madrid, Fundación ICO, 1999; del artículo de FRANCISCO OLMOS, J. Mª. DE – PRESA GARCÍA, Mª. Á. “Los Fugger y el arrendamiento de los Maestrazgos. El último contrato. 1635-1645”, en LÓPEZ-SALAZAR PÉREZ, J. (coordinador). Las órdenes militares en la Península Ibérica, vol. II: Edad Moderna. Ed. de la Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 2000, pp. 1759-1776; y de las obras generales de DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. El Antiguo Régimen: Los Reyes Católicos y los Austrias. Madrid, Ed. Alianza, 1973, y MARCOS MARTÍN, A. España en los siglos XVI, XVII y XVIII. Economía y sociedad. Barcelona, Ed. Crítica, 2000.

David Igual Luis (Universidad de Castilla-La Mancha)

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  • 0205 David Igual Luis