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ReligiónBiografía

Fonseca, Alonso I de (1418-1473).

Prelado español nacido en Toro (Zamora) en 1418 y muerto en Coca (Segovia) en 1473. Desde diversos altos oficios en la curia episcopal castellana, Alonso de Fonseca tuvo una destacada participación en los reinados de Juan II (1406-1454) y de Enrique IV (1454-1474), sobre todo en el de este último, de quien llegó a ser uno de los privados de su consejo. Su figura es uno de los más destacados ejemplos, dentro del siglo XV castellano, de la intervención política de los altos cargos eclesiásticos, por encima de sus labores religiosas inherentes a tal oficio.

Alonso fue hijo del doctor Juan Alfonso de Ulloay de Beatriz de Fonseca, originarios de Galicia; tal como era frecuente en la época para los hijos que no fuesen primogénitos, Alonso tomó el apellido materno. El doctor Ulloa fue consejero de Enrique III, así como corregidor de Sevilla en los primeros años del siglo XV, y debió de disponer una cuidada educación para su hijo, en especial versada en estudios religiosos. Hacia 1435 ya había completado su formación, pues obtuvo su primer beneficio eclesiástico como arcediano de Sanlés, en la catedral de Santiago de Compostela. Poco después entró al servicio del entonces príncipe de Asturias, el futuro Enrique IV, de quien fue nombrado capellán mayor. A partir de este momento, su carrera dentro de la jerarquía eclesiástica castellana fue notable: de arcediano de Sanlés pasó a ser abad de Valladolid (ca. 1440), deán de Zamora (ca. 1441) y, finalmente, obispo de Ávila, consagrado el 7 de abril de 1445. La diócesis abulense, una de las más codiciadas, fue la primera piedra en el camino de Alonso de Fonseca, de quien ya comenzaba a sospecharse una personalidad codiciosa y compleja, como la que describe Hernando del Pulgar en sus Claros varones de Castilla (ed. cit, pp. 122-123):

"Procurava mucho la honrra, e siempre quería tener especial logar cerca de los reyes e ser único con ellos en sus fablas e retraimientos: e como acaesce en las cortes de los reyes ser embidiados e odiosos aquellos que más cerca dellos están, este arçobispo, por esta singular acepción que procurava siempre tener cerca del rey don Juan e del rey don Enrrique, e por la gran confiança que en aquellos tiempos le fizieron de algunos arduos negocios que ocurrían, se le siguieron enemistades peligrosas con algunos grandes del reino."

La posición de Fonseca ya era muy destacada, en términos políticos, en la última época del reinado de Juan II. El propio monarca le había concedido en propiedad las villas de Coca (Segovia) y Alaejos (Valladolid), con todas sus rentas y sus vasallos, a lo que había que sumar todas las prebendas del arzobispado de Ávila. Los dos castillos que comenzó a edificar en Coca y Alaejos, así como la donación de 40.000 maravedíes para obras en la catedral de Ávila son buena prueba de la fortuna económica que poseía Fonseca, pero nada mejor para calibrar

Desde esta posición abulense, Fonseca participó notablemente en la caída en desgracia del hombre fuerte de la época, el condestable Álvaro de Luna. Como puede imaginarse, el omnímodo poder que detentaba el valido de Juan II constituía el mayor problema de la época, al rebelarse constantemente la nobleza contra la vulneración de sus privilegios. De hecho, hasta la caída del condestable, Alonso de Fonseca se había tenido que contentar con ejercer sus influencias en el seno de la Iglesia para promover en ella a algunos parientes suyos, como fue el caso de Andrés Rodríguez de Ulloa, bachiller en leyes por la Universidad de Salamanca, que fue promocionado al cargo de doctor.

La primera participación política de Alonso de Fonseca data de 1448, cuando comenzó su vinculación con el que habría de sustituir a Álvaro de Luna en la privanza regia: Juan Pacheco, marqués de Villena. Ambos personajes celebraron una reunión nobiliaria entre partidarios del rey Juan II y partidarios del príncipe, con la excusa de ponerse de acuerdo pero que, en realidad, sólo escondía la intención de Álvaro de Luna de apresar a los principales nobles en desacuerdo con su programa de gobierno, sobre todo al almirante de Castilla, Fadrique Enríquez, y al conde de Castro, Diego de Sandoval. Como los dos nobles sospecharon la encerrona y no acudieron, el condestable Luna se enemistó definitivamente con Alonso de Fonseca, pues le consideró culpable de que los nobles no acudieran.

La enemistad entre Fonseca y Luna fue de tal calado que, si no la certeza, sí al menos existe la sospecha fundada de que Fonseca participó activamente en la caída del condestable, ocurrida en Burgos durante el mes de junio de 1453. No parece casualidad que el alcaide de la fortaleza burgalense, que fue quien realizó todas las maniobras militares para apresar a Álvaro de Luna, fuera cuñado de Alonso de Fonseca. Tradicionalmente, se tiene por veraz el diálogo que mantuvieron ambos personajes, cuando el condestable ya había sido encarcelado y, a través de una de las ventanas del lugar donde estaba custodiado, vio llegar al rey Juan II y al obispo Fonseca. Así, el condestable dijo: "Para ésta, don obispillo, vos me lo paguéis", a lo que respondió Fonseca: "Señor, juro a Dios y a las órdenes que recibí que tan poco cargo os tengo en esto como el rey de Granada".

Una de las últimas acciones de gobierno de Juan II antes de su muerte fue la de promover al arzobispado de Sevilla al propio Alonso de Fonseca, con lo que la sospecha de la participación de aquel en la encerrona al condestable cobra más vigor. Sin embargo, su suerte pareció declinar con la llegada al trono de Enrique IV en 1454, ya que éste se opuso firmemente al traslado de Fonseca a la sede diocesana hispalense. El motivo no era otro sino la tensa relación que el arzobispo Fonseca mantuvo con el marqués de Villena, Juan Pachecho, el principal consejero de Enrique IV y el hombre que adoptó el papel preponderante en lo político que el condestable Luna había detentado en el reinado anterior. A pesar de ello, el voluble carácter del monarca hizo posible que las épocas de simpatía y antipatía hacia el prelado se fuesen sucediendo sin orden ni concierto; de esta forma, Fonseca acompañó a Enrique IV en 1455 hacia las campañas militares contra los musulmanes de Granada, lo que también sirvió para que en Córdoba, Fonseca bendijese el segundo matrimonio de Enrique IV con Juana de Portugal(18-V-1455). A partir de esta fecha, Fonseca se convirtió en una especie de protector de la reina, acompañándola durante todo el año de 1456 mientras el rey estaba en la campaña granadina. Al hacerse con la confianza de la reina, sus intrigas políticas siempre fueron contrarias a las encabezadas por el marqués de Villena, como es el caso del despojo a que sometió a Juan de Somoza, prior de Somoza, o que acaudillase el bando cortesano favorable a Guiomar de Castro, posterior condesa de Treviño, dama portuguesa favorita de Enrique IV (y se rumorea que amante).

Por otro lado, su participación en la política sevillana irritó a los nobles andaluces, especialmente por las exportaciones de trigo decretadas, que dejaron a la ciudad sumida en el hambre mientras el arzobispo se enriquecía. Del mismo modo, el nepotismo de Fonseca, que siempre trataba de favorecer con cargos, rentas y dignidades a miembros de su familia, le granjearon la enemistad de muchos nobles sevillanos. No obstante, las luchas políticas en el concejo de Sevilla no eran sino una extensión del conflicto global entre el marqués de Villena y el prelado Fonseca, luchas que tuvieron su punto álgido en 1460, con la formación de una liga nobiliaria entre Juan II de Aragón y algunos nobles castellanos, en contra de la política de Enrique IV. Como uno de los nobles firmantes era Pedro Girón, maestre de Calatrava y hermano del marqués de Villena, Fonseca acusó gravemente al marqués ante Enrique IV, contribuyendo a cierto debilitamiento de su posición. El enconamiento entre ambos hombres, como puede entreverse, supuso una merma en el ya de por sí precario equilibrio político del reino.

Siguiendo con su política nepotista, Fonseca el Viejo había nombrado canónigo de Ávila a su sobrino homónimo, conocido como Fonseca el Joven. Pero en 1460, aprovechando la vacante del arzobispado de Santiago, quiso promoverle hacia la silla compostelana, para lo cual entró en conflicto con el conde de Trastámara, Pedro Álvarez Osorio, que había nombrado a su hijo, Luis de Osorio, como arzobispo de Santiago. Haciendo valer sus influencias con la Santa Sede, Fonseca el Viejo logró la permuta de las sedes, pasando su sobrino a figurar como arzobispo de Sevilla y él como arzobispo de Santiago, no sin antes haber hecho firmar a su sobrino que cuando la situación estuviese calmada, volverían a intercambiarse las sedes. De esta forma, en 1461 Fonseca el Viejo tomó posesión de Santiago y del señorío arzobispal, a pesar de que las tropas del conde de Trastámara intentaron impedírselo. En 1462, Alonso de Fonseca enfermó y pasó casi todo el año en su villa de Coca, desde donde regía los destinos compostelanos con su séquito de colaboradores. En 1463, una vez fallecido el conde de Trastámara y pacificada la situación, Fonseca el Viejo instó a su sobrino a cumplir lo pactado y permutar las diócesis, pero éste se negó: el marqués de Villena no había desaprovechado la ocasión de atraerse al joven prelado hacia su bando.

La negativa enfureció al veterano obispo, que cabalgó hacia Coca donde iba a celebrarse una reunión nobiliaria con la presencia de ambos, Villena y Fonseca el Joven. Las amenazas de Fonseca el Viejo provocaron una auténtica revuelta civil en Sevilla: los prelados más jóvenes, el concejo y la burguesía, hartos de los manejos de Alonso de Fonseca, preferían que al Fonseca Joven, mientras que los grandes nobles y el clero veterano apoyaban al Viejo. Finalmente, la cuestión se complicó tanto que fue el propio rey quien tuvo que intervenir en el asunto, y lo hizo a la veleidosa manera acostumbrada: primero, en octubre de 1463, redactó un mandato para que la sede fuera restituida a favor del arzobispo viejo... y en seis meses cambió de idea y dejó al arzobispo joven con su sede. La situación se volvió realmente esperpéntica: Fonseca el Viejo acampó en el arrabal de Sevilla junto a unos cuantos partidarios suyos, donde esperaba pacientemente que le fuese devuelta su posesión. En el interior de Sevilla, los detractores de Fonseca el Joven instaban a la revuelta, mientras que el arzobispo se atrincheraba con los suyos en la catedral. El esperpento no podía finalizar de otra forma: Enrique IV envió a uno de sus capitanes, Juan Fernández Galindo, para hacer prisioneros tanto al tío como al sobrino. Pero Fonseca el Viejo, avisado por el marqués de Villena (que quería hacer el doble juego a ambos, tío y sobrino), consiguió escapar a Béjar ayudado por el conde de Plasencia, Álvaro de Estúñiga. La colérica reacción de Enrique IV ante la huida del prelado fue solicitar la destitución del arzobispo a la Santa Sede. Entre 1464 y 1465, Suero de Solís (en nombre del rey) y el cronista Alfonso de Palencia (en nombre de Fonseca el Viejo) dirimieron la cuestión ante la corte. Finalmente, los delegados pontificios, el cardenal Besarión y Guillermo de Ostia, acabaron por ordenar la restitución arzobispal tal como estaba planteada de antemano: Fonseca el Viejo sería arzobispo de Sevilla y Fonseca el Joven lo sería de Santiago.

El propio Alonso de Palencia también fue el encargado, a su regreso a Castilla, de concertar una cita entre tío y sobrino para apaciguar los ánimos y llegar a un reparto equitativo de rentas y cargos entre ambos. Así acabó la época de asedios en Sevilla, de desórdenes y de desacuerdo entre todos los notables, de tal forma que, a partir de 1462, el marqués de Villena, el maestre de Calatrava y los dos prelados Fonseca coincidieron en aplicar toda su fuerza política en contra de Enrique IV. Así, desde la junta nobiliaria celebrada en Burgos en la primavera de 1462, los movimientos en la corte pretendían cercenar el poder del rey. No obstante, Alonso de Fonseca, aunque presente en todas las grandes reuniones y conspiraciones de la época, mantuvo una actitud ambigua ante la acusación de tiranía efectuada a Enrique IV. De esta forma, cuando algunos nobles elevaron como rey al infante Alfonso, en el acto comúnmente conocido como Farsa de Ávila (5 de junio de 1465), Fonseca el Viejo ordenó a sus villas de Coca y Alaejos que no se mostrasen partidarias de ninguno de los dos y esperasen acontecimientos.

De hecho, el apoyo a Alfonso de Ávila no le pareció nunca al arzobispo Fonseca la mejor opción política. En cambio, sí apoyó con todas sus fuerzas uno de los más inverosímiles planes de la época, fruto de su recién nacida buena amistad con Juan Pacheco, marqués de Villena: trabajar a favor del matrimonio entre la entonces heredera princesa Isabel, futura Reina Católica, y el hermano del marqués de Villena, el maestre de Calatrava, Pedro Girón. De hecho, fue Fonseca el elegido para promover el acuerdo con Enrique IV, a lo que el monarca accedió. La sorpredente muerte del maestre frustó esta boda, pero fue la primera muestra de la nueva y aparentemente inquebrantable unidad política entre los antaño enemigos, Fonseca y Villena. Durante los confusos años de la bicefalia monárquica castellana, Fonseca intentó siempre personificar la concordia entre ambos bandos, a pesar de que su apoyo a Enrique IV fue más que evidente: de hecho, en la segunda batalla de Olmedo (1467), sus tropas defendieron la causa enriqueña. Con posterioridad, volvió Fonseca a convertirse en garante de la reina Juana: en Madrid o en Plasencia, Enrique IV le entregó su custodia, y con ello un arma política de primer orden.

A partir de 1468, Fonseca el Viejo volvió a recuperar su antigua enemistad contra el marqués de Villena, pues ambos pugnaban por conseguir la custodia de la reina Juana para utilizarla en favor de sus intereses. Así, Fonseca intentó persuadir al rey de que prendiese al marqués, el principal apoyo de Alfonso de Ávila, a la vez que cercenó cualquier intento de reconciliación entre ambos. La negativa de Enrique IV a actuar en contra de su valido supuso que, en los últimos años, Fonseca volviese a militar en el bando alfonsino, a pesar de que la muerte de éste (1468) hiciese efímera tal militancia. Hacia esta misma época, la liviandad de la reina Juana y el protectorado que sobre ella había tenido el arzobispo disparó los rumores: Fonseca y la reina eran amantes. Consciente de que este bulo popular podía dar al traste con su situación, el prelado se reconcilió con Enrique IV, ya que sus devaneos políticos con la princesa Isabel (e intentos de devaneos amorosos con una de sus damas, Beatriz de Bobadilla, futura marquesa de Moya), no habían dado los resultados apetecidos. De esta forma, durante sus últimos días, Fonseca volvió a colaborar con la causa de Enrique IV, especialmente para intentar abortar el matrimonio entre Isabel y Fernando de Aragón, y favorecer la causa de Juana la Beltraneja, la discutida hija de Enrique IV y la reina Juana. El prelado sevillano formó parte del séquito que, en 1470, acompañó a la princesa Juana hacia su frustrado enlace con Carlos de Guyena.

Decidido Enrique IV a expulsar de Castilla a Fernando y a Isabel, contó con el arzobispo para llevar a cabo el plan. Junto con el conde de Alba, García Álvarez de Toledo, Fonseca fue comisionado para controlar las villas de Medina del Campo, Olmedo y Madrigal, que eran afines a la princesa Isabel. No obstante, en 1472 la delicada salud del prelado le obligó a retirarse, enfermo de una angina de pecho, a su villa de Coca, donde falleció en 1473, dejando atrás una vida azarosa y metida de lleno en el fragor de la política castellana. Todavía hoy puede verse, en la iglesia de Santa María de Coca, su espectacular sepulcro yacente, obra de Bartolomé Ordóñez, que ilustra bien a las claras el poder que gozó uno de los religiosos más concupiscentes de su época.

Bibliografía

  • CALVO ALAGUERÓ, G. Historia de la ciudad de Toro, con noticias biográficas de sus más ilustres hijos. (Valladolid, 1909).

  • PALENCIA, A. DE. Crónica de Enrique IV. (Madrid, 1976-1977, 3 vols.)

  • PULGAR, H. DEL Claros varones de Castilla. (Ed. J. Domínguez Bordona, Madrid, Espasa-Calpe, 1954).

Autor

  • Óscar Perea Rodríguez