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HistoriaBiografía

Fernández de Córdoba, Gonzalo. Duque de Sessa y de Terranova (1453-1515).

Aristócrata y militar español, más conocido por el apodo de El Gran Capitán. Nació en Montilla (Córdoba) el 1 de septiembre de 1453 y falleció en Granada el 2 de diciembre de 1515. Se trata de uno de los más famosos militares y estrategas españoles de todos los tiempos. Sus hazañas y conquistas fueron tan famosas en la Edad Moderna como lo fueron las del Cid en la Edad Media, como paradigma del genio militar que se impondría a partir del Quinientos. Su principal mérito militar estribó en saber aunar toda la tradición caballeresca medieval, principalmente en su excelente relación con la tropa, con las nuevas tendencias renacentistas, sobre todo en lo relacionado con asedios y maniobras de infantería. El triunfo de la infantería del Gran Capitán inauguró la forma de combatir con la que los tercios españoles dominarían la Europa del siglo XVI.

Primeros años

Gonzalo fue uno de los hijos habidos en el matrimonio entre Pedro Fernández de Córdoba, señor de Aguilar, Montilla y Priego (futura línea de los marqueses de Priego), y doña Elvira de Herrera, emparentada con la rama del linaje Enríquez establecida en tierras andaluzas. Al tener un hermano mayor que heredaría el mayorazgo del linaje, don Alonso de Aguilar, y tal como era frecuente en las familias nobiliarias, a Gonzalo no le quedaban más opciones que elegir entre la carrera eclesiástica o la militar para hacer fortuna. Su primer ayo, Diego de Cárcamo, debió de advertir en él cierta aptitud para el manejo de las armas, ya que su educación se basó en el tipo de ejercicios caballerescos inherentes a su estamento social. Con tan solo trece años, Gonzalo fue enviado como paje a la corte de Alfonso el Inocente, hermano de Enrique IV, que había sido elevado al trono por parte de la nobleza en el episodio denominado por la historiografía como Farsa de Ávila (1465). Es bastante posible que ya velara sus primeras armas en campo de batalla durante las escaramuzas que enfrentaron a las dos facciones, alfonsina y enriqueña, en aquellos turbulentos tiempos, pero lo más que se sabe es que, tras la muerte de Alfonso (1468), Gonzalo regresó a su Córdoba natal hasta que la propia Reina Católica le reclamó para que defendiese sus intereses en el conflicto iniciado después de que, tras la muerte de Enrique IV (1474), parte de la nobleza apoyase a Juana la Beltraneja, hija del fallecido monarca, en detrimento de Isabel.

Así pues, Gonzalo, con veintiún años, y convertido en uno de los principales capitanes de las tropas isabelinas, combatió principalmente en la frontera entre Extremadura y Portugal bajo las órdenes directas de Alonso de Cárdenas, maestre de Santiago. Gonzalo, que era comendador de Valencia del Ventoso en la citada orden de Santiago, dio muestras de su gran capacidad militar al dirigir con éxito un contingente de ciento veinte lanzas en la batalla de La Albuera, en febrero de 1479, donde las tropas portuguesas que, al mando del obispo de Évora, García de Meneses, habían penetrado en Badajoz para apoyar a la Beltraneja tuvieron que batirse en retirada. Este primer éxito hizo posible que, una vez pacificada Castilla y aceptados Isabel y Fernando como monarcas por toda la nobleza, Gonzalo se convirtiese en uno de los puntales de la conquista del reino nazarí de Granada. Para entonces, Gonzalo ya había contraído matrimonio con doña Leonor de Sotomayor, hija de Luis Méndez de Sotomayor, señor de El Carpio, aunque se quedó viudo a los pocos años. Antes de comenzar las campañas de Andalucía, contrajo nuevo matrimonio con María Manrique, hija de Fadrique Manrique, comendador de Azuaga, y de Beatriz de Figueroa, hija del conde de Feria, don Lorenzo Suárez de Figueroa. De este matrimonio tendría don Gonzalo sus dos únicas hijas, Elvira y Beatriz.

La guerra de Granada (1486-1492)

La primera empresa granadina en la que se tiene constancia de la participación de Gonzalo fue el asedio y posterior conquista de Loja (1486), y, poco después, de la toma de Illora, un importante enclave estratégico, por su situación montañosa, que el propio Rey Católico encomendó a Gonzalo Fernández de Córdoba. En los meses siguientes, el capitán cordobés tuvo que auxiliar desde Illora al entonces aliado de los Reyes Católicos, Muhammad Abdullah (el famoso Boabdil el Chico), que se hallaba enfrentado a su hermano Muhammad ibn Said (llamado el Zagal por los cristianos); la contienda, celebrada en las cercanías de Porcuna (Jaén), también fue favorable al noble cordobés, lo que acrecentó su fama como guerrero.

Véase Guerra de Granada.

En esta primera fase de la guerra granadina, Gonzalo desempeñó diversas embajadas, pues no sólo destacaba por su habilidad en el campo de batalla sino también en las negociaciones militares. Así, Fernando el Católico le utilizó muchas veces como interlocutor ante Boabdil, como ocurriese en 1487, cuando Gonzalo dio la noticia de la derrota definitiva de el Zagal, a pesar de que ello no significase el fin de la guerra. Desde 1488, Gonzalo pasó a la primera línea de fuego granadina y fue uno de los capitanes que con más ahínco trabajó para conseguir la ansiada capitulación granadina de 1492. Concluida la contienda, su destreza al mando de las tropas de infantería no había pasado inadvertida para Fernando el Católico, que apenas dejó al caballero descansar un par de años: cuando el monarca recibió la petición de ayuda de su sobrino, el rey de Nápoles Ferrante II, ante la invasión francesa del territorio italiano, Fernando no pensó en otra persona que en Gonzalo Fernández de Córdoba para comandar las tropas hispanas en Italia.

Primeras empresas italianas (1495-1496)

Desde 1494, Gonzalo se halló inmerso en los preparativos de un gran ejército, formado por unos cinco mil soldados de infantería y unos seiscientos de caballería, con los que desembarcó en Messina (Sicilia) el 24 de mayo de 1495. La situación de los intereses hispanos en el sur de Italia era complicada, puesto que el gran empuje de las tropas francesas de Carlos VIII, al mando de Gilbert de Auvernia, conde de Montpensier, y de Robert Stewart, señor d'Aubigny, había dado como resultado una completa dominación de Nápoles bajo bandera francesa. Como contrapartida, la diplomacia de Fernando el Católico había logrado, bajo cierta aquiescencia del Papado, la formación de una alianza (llamada Liga Santa) en la que, además de tropas romanas y del emperador alemán, los ducados de Milán y Venecia habían contribuido a formar el ejército puesto en manos de Ferrante II, quien había puesto sitio a Reggio como primera medida. Allí tuvo lugar la primera entrevista entre el rey y el capitán español, quienes acordaron proceder a la dominación de Calabria, enclave de importancia estratégica para el control de Nápoles y Sicilia. A pesar de un inicio esperanzador, las tropas francesas, al mando de d'Aubigny, derrotaron a las fuerzas hispano-italianas en la batalla de Gioia.

Tras el inesperado varapalo, Gonzalo reagrupó al grueso de sus tropas en Reggio, donde descansaron durante un par de meses antes de proceder a la contraofensiva, en la que derrotaron a todas las guarniciones francesas existentes en Calabria. Cuando el ejército francés sólo resistía en la Alta Calabria, el militar cordobés fue reclamado por Ferrante II para que le ayudase en el asedio de Atella, donde se encontraba el otro general francés, el conde de Montpensier, aunque Gonzalo tuvo que asistir a la muerte de su sobrino homónimo, que le había acompañado desde España a la aventura italiana. En el camino, todavía le dio tiempo a conquistar para la causa de Ferrante el importante enclave de Cosenza, así como a derrotar en Laino Borgo (cerca de la anterior) a varios destacamentos franceses que intentaron evitar su llegada a Atella. Allí, Gonzalo Fernández de Córdoba tomó el mando de las operaciones, lo que precipitó los acontecimientos a su favor: en julio de 1496, el conde de Montpensier rindió la plaza y entregó sus armas y sus soldados. Apenas transcurrido un año desde su llegada, la dominación francesa de Sicilia había sido puesta en entredicho, de manera que Ferrante II volvía a recuperar gran parte de su crédito. No obstante, la situación volvió a comprometerse debido a la repentina e inesperada muerte del monarca, supuestamente envenenado, que no dejaba descendencia. Su tío Federico de Aragón, conde de Altomara, ascendió al trono como Federico III de Nápoles, pero los franceses aprovecharon la cuestión para intentar recuperar su antiguo ascendente en la isla.

La leyenda del Gran Capitán (1496-1500)

Federico III contó, naturalmente, con el militar cordobés para dominar a los franceses, sobre todo las tropas que, al mando de d'Aubigny, resistían en la Alta Calabria. Durante todo el año 1496 el ejército de infantería dirigido por Fernández de Córdoba fue derrotando a los enemigos villa por villa, monte por monte y escaramuza tras escaramuza. A partir de esta campaña, los soldados de su ejército comenzaron a llamarle por el apodo con que ha pasado a la Historia: Gran Capitán. Un cronista de la época, Fernández de Oviedo, relata los motivos de este apodo (Batallas y Quinquagenas, ed. cit., p. 183):

"Todo quanto hazía paresçía que el çielo lo aprobaba e la tierra lo consentía, e los hombres lo açeptaban. Él nasçió para mandar, e súpolo tan bien hazer en paz e en guerra quanto todos los que le vieron lo sabemos, e los ausentes en la mayor e mejor parte del mundo no lo ygnoraron. Testigos son del valor de su perssona e gran ser suyo todos los christianos de Europa; no lo dexaron de saber los moros e turcos e persianos [...], e mejor que otros entendieron e con su daño lo experimentaron françeses [...] E así los que en sus exérçitos le seguían eran para más que otros hombres, e por tal costumbre e uso de las armas, menos temían la muerte..."

Para acrecentar aún más su fama, después de conquistar Calabria llegó el momento de que el propio pontífice Alejandro VI, solicitase su ayuda para liberar Roma de la tiranía de los franceses. Carlos VIII había dejado como alcaide del puerto de Ostia a un corsario llamado Menaldo Güerri, de origen vizcaíno; el importantísimo enclave portuario, básico en el abastecimiento de la capital romana, estaba dominado por Güerri a sus anchas, lo que motivó el llamamiento papal hacia el famoso capitán hispano. Éste obedeció, expulsó al corsario de Ostia en apenas un mes, y realizó una posterior entrada triunfal en Roma, con Güerri como prisionero, en una extraordinaria procesión que supuso el aldabonazo de fama al Gran Capitán, como ya le llamaban sus tropas. A partir de este triunfo romano, las hazañas del Gran Capitán se extendieron por todo el orbe mediterráneo.

En la primavera de 1497, regresó Gonzalo a tierras sicilianas, con motivo de hacer frente a una revuelta de ciudadanos calabreses como respuesta a los desmanes cometidos por Juan de Lanuza, virrey aragonés de Sicilia, sobre todo una desmedida subida de impuestos. Ante tal tesitura, el Gran Capitán optó por la negociación, y saldó pacíficamente una revuelta ante la que las previsiones de hostilidad eran desmedidas. A raíz de ello, Federico III le concedió los títulos de duque de Terranova y duque de Santángelo en otra de las fastuosas ceremonias celebradas en el Castilnuovo de Nápoles. Para completar esta fase de reconocimiento a su labor militar, fueron los propios Reyes Católicos quienes hicieron que Fernández de Córdoba regresase a la península ibérica, en agosto de 1498, después de que el Gran Capitán hubiese tomado el último reducto francés de Sicilia, Diano (cerca de Salerno). Los agasajos en la corte hispana, a pesar del luto por la muerte de la princesa Isabel, fueron también lo más destacado de su estancia, salvo en diciembre de 1499, cuando la sublevación de los moriscos de las Alpujarras hizo que el Gran Capitán abandonara el reposo del guerrero para volver a las armas, y contribuyera ampliamente a la formación de las tropas puestas en la dirección de Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla.

Véase Sublevación de las Alpujarras.

En cualquier caso, el destino del Gran Capitán estaba nuevamente en tierras italianas. En el año 1500, Fernando el Católico resolvió que Gonzalo encabezase la expedición de ayuda al ducado de Venecia, que se encontraba acosado por el poderío turco. Así pues, en mayo de 1500, cuando todavía las escaramuzas eran frecuentes en las Alpujarras, el Gran Capitán desembarcó en Sicilia.

Véase Imperio Otomano.

La reanudación de la guerra en Sicilia

En cuestiones de política internacional, esta segunda intervención de Gonzalo en asuntos italianos tuvo varios complejos detalles previos, muy significativos de la situación del Mediterráneo en la época. En realidad, Fernando el Católico y Venecia habían pactado el envío de un ejército conjunto hacia la isla de Cefalonia (Grecia), que había sido invadida por los turcos y que amenazaba tanto a los venecianos como al dominio que la Corona de Aragón tenía sobre el sur de Italia. Gonzalo Fernández de Córdoba unió sus fuerzas en Messina a las de Benedicto de Pésaro, almirante veneciano, y pusieron rumbo hacia Cefalonia, isla que conquistaron en apenas un par de meses, y de la que expulsaron a los turcos a pesar de la intromisión de Felipe de Cleves, duque de Ravestain, que reclamaba la isla para Génova y, de camino, para el domino francés. No obstante, entre Venecia, Francia y Aragón existía el convencimiento de que los turcos habían llegado a algún tipo de pacto con Federico III. Al menos, esa fue la excusa esgrimida para que el sucesor de Carlos VIII, el joven rey Luis XII, y el propio Fernando el Católico despachasen embajadores en Chambord para repartirse el reino de Nápoles y Sicilia en dos zonas de influencia. Bajo el pretexto de que Federico III había llamado a los turcos como aliados, Fernando el Católico le desposeyó de su corona, Luis XII le ofreció un título nobiliario en Francia y ambos monarcas, el 11 de noviembre de 1500, firmaron la división de la isla en el tratado de Granada.

Muy pronto comenzaron los problemas. Entre febrero y enero de 1501, el Gran Capitán intervino en Messina, pues los franceses se habían hecho fuertes en el castillo de San Jorge. Las técnicas de asedio del militar hispano, consistentes en vigilancia completa y en cortar los accesos de agua a los sitiados, dieron resultado dos meses más tarde, transcurridos los cuales recuperaron para la causa del Rey Católico tan importante enclave. No obstante, en el fondo de la cuestión subyacía la laxitud del tratado de Granada, en especial los límites pactados para la región siciliana de la Basilicata. Por este motivo, y también para frenar cierta reacción de los nobles italianos ante lo que consideraban un atropello hacia su rey, el Gran Capitán rodeó el golfo de Santa Eufemia y desembarcó en Tropea para controlar la sublevación de Calabria, encabezada por Fernando de Aragón, hijo del depuesto rey Federico III. Entre 1501 y la primavera de 1502 fueron cayendo Tarento, Manfredonia y Catanzaro, ciudad esta última en la que, el 1 de marzo, el Gran Capitán cautivó al propio Fernando de Aragón y le envió preso a España, con lo que acababa con el último estertor de oposición siciliana al gobierno del Rey Católico. A partir de entonces, la cuestión siciliana se convirtió en una nueva guerra entre Francia y Aragón.

Del asedio de Barletta a la toma de Nápoles (1502-1503)

Un gran ejército francés, dirigido por el hermano de Luis XII, el duque de Nemours, Gastón de Foix, se aprovechó del aparente cansancio de las tropas hispanas, cansancio que obligó al Gran Capitán a retirarse hacia Barletta dejando sin defensa diversas plazas fuertes. La primera gran victoria del duque de Nemours fue la toma de Canosa (la actual Canosa di Puglia) en julio de 1502, tras derrotar a la guarnición hispana al mando de uno de los más afamados colaboradores de Fernández de Córdoba: el marino Pedro Navarro, conde de Oliveto. Con posterioridad, el duque de Nemours puso sitio al cuartel general del Gran Capitán, en la ciudad de Barletta, donde el cordobés resistió lo indecible, sobre todo después de que las tropas de refuerzo francesas, comandadas por uno de sus antiguos enemigos, d'Aubigny, intensificasen el asedio de Barletta.

Cuando peor parecían ir las cosas para el Gran Capitán, la diplomacia fernandina logró cambiar la situación: en 1503, tras la victoria en Otranto de las tropas europeas sobre los turcos, el embajador del Rey Católico en Roma, Francisco de Rojas, consiguió que parte del ejército vencedor pasase al sur de Italia para levantar el sitio de Barletta. Gracias a la labor del capitán Fernán Pérez de Andrada, cuyas tropas (marzo de 1503) derrotaron a las de d'Aubigny en Gioia, e hicieron prisionero al propio militar francés, pudo Gonzalo Fernández de Córdoba hacer levantar el asedio de Barletta al duque de Nemours. Casi sin dejar tiempo de reacción a los franceses, el Gran Capitán despachó órdenes para juntar bajo su mando a las tropas de Andrada y de Pedro Navarro, que, en una maniobra envolvente de indudable capacidad estratégica, cercaron al duque de Nemours y le derrotaron en la batalla de Ceriñola, el 28 de abril de 1503. Tras ello, Gonzalo se dirigió hacia Nápoles, donde hizo una entrada triunfal el 16 de mayo. Por segunda vez, Gonzalo Fernández de Córdoba había afianzado el dominio hispano sobre el sur de Italia.

La campaña del Garigliano: Fernando el Católico, rey de Nápoles (1503-1506)

Todavía resistieron los franceses algunos años más; el inexpugnable Castilnuovo de Nápoles, donde se había refugiado el destacamento francés tras la entrada triunfal de mayo, fue rendido en junio por la acción combinada de tropas de infantería y la marina, dirigida de nuevo por Pedro Navarro. Tras ello, el propio Gonzalo dirigió la conquista de San Germán y Roca Guillerma, e intentó también la de Gaeta. Pero tuvo que detenerse y dirigirse hacia Castiglione debido a las noticias que llegaban desde la península: Felipe el Hermoso, como heredero del trono castellano, y Luis XII habían firmado el tratado de Lyon, con el que se detenían las hostilidades entre ambos reinos. Pero el Gran Capitán sólo obedecía órdenes del Rey Católico, y éstas fueron tajantes: había que continuar con la campaña, para lo cual el embajador Francisco de Rojas puso al servicio del capitán cordobés dos mil nuevos infantes y una flota catalana de guerra. Buena prueba de la endeblez del tratado lyonés fue que Luis XII también envió un nuevo ejército, al mando de Juan Francisco de Gonzaga, marqués de Mantua, para iniciar la conocida campaña del Garigliano (o Garellano, en las fuentes hispanas).

Desde su cuartel general de San Germán, en la orilla izquierda del Garigliano, la audacia del Gran Capitán fue minando poco a poco la resistencia de los franceses, que se veían impotentes para detener las diversas acometidas de la brava infantería hispana. Ponto Corvo, Montecassino, Sessa y, finalmente, Gaeta, el 30 de diciembre de 1503, fueron cayendo poco a poco a manos del militar cordobés, que consolidó no sólo su gobierno personal en Nápoles y Sicilia, sino también la obediencia del reino a Fernando el Católico. Para esta campaña del Garigliano, que constituyó la culminación del Gran Capitán como estratega militar, contó siempre con el apoyo de Francisco de Rojas, un diplomático al que tanto el cordobés como el monarca hispano deben gran parte de la victoria de esta guerra, pues gracias a sus gestiones pudo disponer el estratega andaluz de las tropas de Próspero Colonna, del capitán Andrada y de García de Paredes, otro de los destacados suboficiales del Gran Capitán. El colofón a este dominio se puso en noviembre de 1506, cuando Fernando el Católico, acompañado de su nueva esposa, Germana de Foix, llegó a Nápoles para ser coronado oficialmente como rey de ese territorio. A pesar de que el monarca también había puesto en juego su proverbial sagacidad política, no cabe duda de que la corona napolitana se la debía, principalmente, al despliegue militar del Gran Capitán.

Las famosas Cuentas del Gran Capitán

A partir de 1506 las noticias relacionadas con este personaje se vuelven demasiado difusas, razón por la cual son necesarias nuevas investigaciones que arrojen luz sobre tanta oscuridad. En principio, desde su triunfo de 1503, Gonzalo Fernández de Córdoba gobernó de facto, sin virreyes, Nápoles y Sicilia, y se ocupó de distribuir impuestos, tasas, prebendas y cargos a sus hombres más fieles y a la nobleza autóctona, en previsión de posibles problemas. Al parecer, una vez entronizado Fernando el Católico, sus auditores comenzaron a quejarse con grave escándalo de los elevados gastos en que había incurrido el militar hispano, lo que dio origen a la famosa frase "las cuentas del Gran Capitán". Efectivamente, se trataba de un militar, no de un político o un gobernador; por esto, tal vez los gastos habían sido demasiado dirigidos a calmar el ansia bélica de los nobles de la zona, algo en lo que Gonzalo Fernández de Córdoba no había reparado, sino sólo en mantener la paz y en guardar lo que tanto trabajo había costado conquistar. Por ello, tal vez los auditores se horrorizaron de partidas de gastos como los cincuenta mil ducados en aguardiente para las tropas, ocho mil en espías o ciento setenta mil en reparaciones de las campanas de Nápoles, que se habían gastado de tanto repicar para dar a conocer las victorias del Gran Capitán... y así hasta un total de cien millones de ducados (unos mil millones de pesetas actuales). Los famosos 38 folios de cuentas todavía son hoy día polémicos, pues hay quien niega que sean originales.

Tampoco puede afirmarse con total rotundidad que el asunto de las cuentas del Gran Capitán fuese el motivo principal de que la, hasta entonces, excelente relación mantenida entre Gonzalo y el Rey Católico se deteriorase, pero, a partir de 1506, la relación jamás recuperó la fluidez de antes. El militar, desde luego, parecía el más capacitado para acceder al puesto de virrey de Nápoles, por su conocimiento de las dificultades del territorio, por su fama, por las simpatías que despertaba y por sus buenas relaciones con todo el entramado de la oligarquía nobiliaria del reino; sin embargo, Fernando el Católico prefirió nombrar como virrey a Hugo de Cardona y recompensar al Gran Capitán con el título de duque de Sessa antes de llevárselo de regreso a España donde, supuestamente, también iba a nombrarle maestre de la Orden de Santiago. Era evidente que al Rey Católico, después de que tanto esfuerzo le costase arrancar de la Santa Sede la administración perpetua de las órdenes militares peninsulares, ni se le pasaba por la cabeza hacer tal cosa, por lo que tal vez prefirió apartar a Gonzalo Fernández de Córdoba de los cantos de sirenas franceses, italianos, pontificios... o los tres a la vez, que sin duda hubieran llegado de continuar el cordobés en Italia.

Últimos años

Gonzalo Fernández de Córdoba acompañó a Fernando y a Germana hacia Savona, donde en julio de 1507 tuvo lugar una reconciliación entre el Rey Católico y Luis XII, su anterior adversario. El acto fue, en esencia, una especie de retirada del Gran Capitán de la escena italiana, a pesar de que tanto el monarca francés como el papado le ofrecieron diversas prebendas, regalos y rentas para que pasase a su servicio. Al poco tiempo, regresó con su familia a España, desembarcó en Valencia y desde allí se dirigió hacia Burgos, donde en 1508 iban a tener lugar conversaciones para armar un gran ejército. Cuatro años esperó Gonzalo algún tipo de resolución sobre el maestrazgo prometido, pero desde su retiro en Loja, villa que le había concedido el Rey Católico, nada más se supo de aquella oferta. En 1512, cuando el conde de Nemours infligió a los españoles la derrota en la batalla de Rávena, diversos rumores se aprestaron a designarle como el nuevo comandante de las tropas que el Rey Católico iba a destinar a Italia. Casi al tiempo, otros rumores le involucraron en una conspiración con el antiguo séquito borgoñón de Felipe el Hermoso, destinada a acelerar la llegada de Carlos de Gante, futuro Carlos I, al trono castellano. Lo único cierto de todos estos rumores es que, desde su llegada a Andalucía, su salud se había deteriorado bastante. Durante algún tiempo estuvo viviendo en el monasterio cordobés de San Jerónimo, donde incluso llegó a pensar en retirarse y abrazar el estado eclesiástico, pero precisamente su estado de salud desaconsejó tal acción. En noviembre de 1515 sufrió un ataque de calenturas, por lo que fue trasladado a Granada, ciudad en la que falleció el 2 de diciembre del mismo año. Tras su muerte, su hija Elvira heredó sus títulos y posesiones, que pasaron a la casa de los condes de Cabra tras el enlace entre Elvira y su primo, Luis Fernández de Córdoba.

El Gran Capitán fue sepultado en la Iglesia de San Francisco (Granada), y desde el momento de su muerte se inició su ascenso al pedestal de la fama. Rápidamente, las loas sobre su figura comenzaron a ser uno de los temas preferentes de la literatura renacentista. En 1506, el poeta Giambatistta Cantalicio ya había redactado en latín su De bis recepta Parthenope, imitada diez años más tarde por el sevillano Alonso Hernández en su Historia Parthenopea. Ambas composiciones, además de resumir las heroicidades del caballero cordobés, fueron las culpables de otro de los apodos recurrentes del Gran Capitán, con una evidente reminiscencia cidiana: "el que ganó dos veces Nápoles". Con posterioridad, Lope de Vega le dedicó una de sus comedias menores, ampliada y refundida más tarde por el imitador oficial de Lope, el madrileño José de Cañizares, llamada Las cuentas del Gran Capitán (ca. 1720). Algunos años antes, el poeta Francisco de Trillo y Figueroa compuso su Neapolisea (1651), una composición épica de reminiscencias culteranas sobre la conquista de Nápoles por el Gran Capitán. Entre las obras que pueden ser consideradas puramente historiográficas, merece la pena destacar la Breve parte de las hazañas del excelente nombrado Gran Capitán (1527), de Hernán Pérez del Pulgar, y la Vita di Gonsalvo Fernando di Cordova, detto il Gran Capitano (1550), del italiano Paulo Giovio. A principios del siglo XX, el historiador y académico español Antonio Rodríguez Villa realizó una extraordinaria labor recopilatoria de las diversas fuentes cronísticas anónimas sobre la vida de Gonzalo Fernández de Córdoba, cita obligada para quien quiera ampliar referencias sobre un cordobés universal, un genio estratega a la altura de los más grandes de la Historia.

Bibliografía

  • FERNÁNDEZ PIRLA, J. M: Las cuentas del gran Capitán. (Madrid: 1983).

  • FERNÁNDEZ DE OVIEDO, G. Batallas y Quinquagenas. (Ed. J. B. de Avalle-Arce, Salamanca: 1989).

  • LOJENDIO, L. Mª: Gonzalo de Córdoba: el Gran Capitán. (Madrid: 1973).

  • RODRÍGUEZ VILLA, A. (ed.) Crónicas del Gran Capitán. (Madrid: 1910).

  • RUIZ-DOMÉNEC, J. E.: El Gran Capitán. Retrato de una época. (Barcelona, 2002).

Enlaces en Internet

http://www.montilla.com/montillanet/grancapitan/; Página dedicada a la obra y figura del Gran Capitán. Cuenta con diversos documentos originales, información bibliográfica sobre el caballero y un foro de opinión.

Autor

  • Óscar Perea Rodríguez