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Felipe IV, Rey de Francia, El Hermoso (1268-1314).

Rey de Francia, llamado el Hermoso, hijo de Felipe III el Atrevido y de su primera esposa Isabel de Aragón, hija de Jaime I. Nacido en 1268 y muerto en Fontainebleau el 29 de noviembre de 1314. Sucedió a su padre en 1285, pero no fue hasta el 6 de enero de 1286 cuando fue consagrado en Reims, junto con su esposa Juana, hija de Enrique I de Navarra, con la cual se había casado anteriormente.

Nada más subir al trono dedicó todos sus esfuerzos a poner fin a la guerra contra Aragón que había iniciado su padre en 1283. De este modo, el 19 de febrero de 1291 se firmó el Tratado de Tarascón con Alfonso III de Aragón por el que se daba por concluido la guerra. En 1294, con motivo de un conflicto local entre marineros normandos e ingleses, Felipe IV le declaró la guerra a Eduardo I de Inglaterra, pese a que este hizo todo lo posible por reconciliarse con el rey francés, e incluso llegó a enviar a su propio hermano, Edmundo, conde de Lancaster, el cual dio toda suerte de explicaciones a Felipe IV con el fin de evitar una guerra que en nada convenía al monarca de Inglaterra, sumido en una rebelión nobiliaria. Felipe IV aprovechó la negativa del rey inglés a comparecer ante el Tribunal de los Pares para declarar confiscados sus bienes de Francia, que reunió para la corona (varias fortalezas y los territorios de Guyena y Gascuña), esto obligaba a Eduardo a declarar la guerra.

Eduardo I era un brillante militar, que había logrado dominar Gales y Escocia, y que estaba a punto de someter a los nobles del reino, revueltos como consecuencia de la Carta Magna, pero Inglaterra estaba agotada tras tantos combates y gran parte de la nobleza se negó a acudir en ayuda de su rey. Por su parte, Felipe era mucho peor militar, pero su país poseía la riqueza que le faltaba a Inglaterra. Tras las escaramuzas iniciales Eduardo I admitió, en 1297, a los nobles los privilegios de la Carta Magna, con lo que se los ganó para su causa; por otro lado, intentó atraerse a su bando al conde de Flandes. Debido a que el conflicto no se decantaba a favor de ninguna de las parte, en octubre de 1297 por el Tratado de Vyre-Saint-Bavon, se puso fin al mismo. Pero no fue hasta 1303 cuando se firmó la paz oficialmente por el Tratado de París. En algún momento entre 1299 y 1303, el caballero escocés William Wallace, viajó a Francia para tratar de obtener, si éxito, la ayuda de Felipe IV en su guerra contra Eduardo I. El resultado más importante de este conflicto fue la boda entre Eduardo II, heredero al trono inglés, y la hija de Felipe IV, Isabel de Francia, que se celebró en 1309.

Uno de los aspectos más importantes del reinado de Felipe IV fueron sus continuos enfrentamientos con el papado, que se iniciaron en 1296 con Bonifacio VIII con motivo de la célebre bula Clericis laicos, que suponía la reafirmación del poder religioso sobre el temporal, con lo que se retomaba el conflicto de la antigua querella de las Investiduras. La Clericis laicos fue duramente contestada por el rey francés, por lo que Bonifacio tuvo que rectificar en julio de 1297, con la publicación de la bula Etsi de statu, en la que se comprometía a renunciar a las pretensiones papistas de la Clericis laicos. Felipe IV estaba dedicado por entero a consolidar la unidad de su reino y a aumentar su poder dentro de él, por lo que no podía admitir el intervencionismo papal. Bonifacio, último exponente de la monarquía teocrática papal, accedió a esta rectificación debido a que necesitaba la ayuda francesa para contrarrestar el poder de los aragoneses, que se extendía por el Mediterráneo y sobre todo por Italia, tras la toma de Sicilia. Pero la alianza entre Felipe IV y Alberto I, duque de Austria, al cual Bonifacio consideraba como un usurpador del trono imperial; unido a las quejas que los obispos franceses vertían constantemente contra su rey; el jubileo que se celebró en Roma, y la elección de Bernardo Saisset como obispo de Pamiers, efectuada directamente por el papa, sin consultar al monarca, hicieron que la situación entre ambos magnatarios se deteriorase rápidamente.

En 1301 Bonifacio dirigió a Felipe IV la denominada Asculta fili, que este mandó quemar públicamente. En 1302 el papa publicó su famosa bula Unam sanctam, lo que desencadenó que al año siguiente, mientras Bonifacio había mandado al cardenal Lemoine para negociar, Felipe IV encargase a Guillaume de Nogaret nada menos que la deposición del papa. Antes de esto, Felipe IV convocó una solemne reunión en París, que fue meticulosamente preparada y montada por Guillaume de Nogaret, quien condenó públicamente, con acusaciones amañadas, a Bonifacio, acusándolo de hereje y libertino, además de enemigo de la Iglesia. Bonifacio se hizo fuerte en su castillo de Agnani, pero al final fue asaltado por los mercenarios de Guillaume. El Papa, abandonado por todos capituló y fue encarcelado en su castillo. Al tercer día de su secuestro estalló un motín popular que logró liberar al cautivo papa, mientras Guillaume huía malherido hacia París. Bonifacio quedó gravemente enfermo y murió un mes después. A Bonifacio VIII le sucedió un papa de transición, Benedicto XI que falleció al año siguiente, en 1304. Entonces se hizo cargo del papado Clemente V, de origen francés, residente en Avignon y claro títere del monarca.

Con Clemente V en el solio pontifico se produjo uno de los hechos más relevantes del reinado de Felipe IV, la supresión de la poderosísima Orden del Temple. Debido al carácter religioso de la Orden, se prohibía disfrutar a sus miembros de fortunas personales, pero no así a la propia Orden, que se hacía cargo de las riquezas de los miembros una vez que éstos ingresaban. Por este motivo la Orden fue creciendo gracias a las aportaciones de sus miembros, y a las diversas donaciones y castillos que fueron consiguiendo por toda Europa, y sobre todo en Francia, donde llegó a formar un poder paralelo al de la monarquía. Pero en el año 1290 se produjo un hecho trascendental, los musulmanes recuperaron San Juan de Acre, último bastión cristiano en Tierra Santa, por lo que la Orden perdió su razón de ser. Ante esto, Felipe IV vio la posibilidad de deshacerse de un poderoso obstáculo a sus planes unitarios de Francia. Por un lado, la Corona estaba profundamente endeudada con los Templarios, con lo que su disolución acabaría con la deuda, además de enriquecer a la Corona al incautar sus propiedades; por otro, el ideal de un Estado centralizado y autoritario no podía soportar la existencia de un Estado dentro del Estado, que es lo que suponía la Orden del Temple, debido a que era totalmente independiente de la monarquía.

Para deshacerse de los Templarios, Felipe IV volvió a recurrir a Guillaume de Nogaret, el cual fabricó de nuevo pruebas falsas y obligó a Clemente V proscribir a los miembros de la Orden. La orden papal llegó el 14 de septiembre de 1307 y en ella se acusaba a sus miembros de todo tipo de actos aberrantes y de herejías, que justificaban la medida y la posterior represión contra los templarios. El Papa no hizo nada, en los siete años que duró el proceso, por detener las indiscriminadas persecuciones contra los Templarios. A instancias suyas y de Clemente V se convocó el Concilio de Vienne en 1311. Los motivos aparentes de la convocatoria conciliar fueron dos: la reforma de la iglesia y la recuperación de Tierra Santa. Estos dos temas de debate sirvieron de señuelo para dirimir otros dos temas de especial interés para el rey francés: el intento de condenar póstumamente al anterior papa, Bonifacio VIII, y la definitiva supresión de la Orden del Temple.

El reinado de Felipe IV estuvo marcado, aún, por otro proceso escandaloso, el juicio y prisión contra sus tres nueras, Margarita de Borgoña (mujer de Luis X el Obstinado), Juana de Borgoña (mujer de Felipe V) y Blanca de Borgoña (mujer de Carlos IV), que fueron acusadas de adulterio en 1314 por el marido de Margarita, Luis el Obstinado. Protagonizó una serie de persecuciones contra los lombardos y los judíos, así como contra algunos miembros de la nobleza.

La política interior de Felipe IV se caracterizó por la búsqueda incesante de recursos con los que hacer frente a la desastrosa situación de la Hacienda Pública. Para ello, realizó una política impositiva rigurosa que obligó al pago de altos impuestos hasta al mismísimo clero, lo que como ya hemos visto motivó su enfrentamiento con el papado. Felipe IV fue el primer monarca en establecer un impuesto único que se hacía efectivo en proporción a los bienes que se poseyeran. Las alteraciones hechas por orden suya en la moneda, produjeron en París una sedición, que fue inmediatamente reprimida en 1312.

Se preocupó por la opinión de sus súbditos, y con el fin de conocerla, creó una serie de asambleas en las que se reunían los nobles y los burgueses para elegir a unos representantes que tendrían el derecho de elevar sus quejas ante el rey. Claro antecedente de los Estados Generales.

En política exterior, destacaron una serie de sublevaciones en Flandes, a las que el monarca tuvo que hacer frente. En mayo de 1302 estalló un violento levantamiento en Brujas que a duras penas pudo ser controlado. Flandes contó continuamente con el apoyo de Inglaterra, que veía en la sediciosa región la mejor manera de debilitar a Francia. Por el tratado de Athis-sur-Orge de junio de 1305 se puso fin, al menos durante su reinado, a las sublevaciones flamencas. Intervino también en los asuntos del Imperio Germánico, al cual arrebató varias ciudades bien por conquista, bien por rendición voluntaria.

Felipe IV estuvo casado con Juana de Navarra, con la que tuvo un total de siete hijos, cuatro de ellos varones, de los cuales tres fueron los reyes: Luis X, Felipe V y Carlos IV; de las hijas, Isabel contrajo matrimonio con Eduardo IIde Inglaterra, como ya dijimos. El 29 de noviembre de 1314 falleció Felipe IV, uno de los reyes más importantes de Francia debido a los acontecimientos que protagonizó.

Autor

  • Juan Antonio Castro Jiménez