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Feijoo y Montenegro, Fray Benito Jerónimo (1676-1764).

Estatua de Fray Benito Jerónimo Feijoo en Oviedo.

Nació en Casdemiro (Orense) el 8 de octubre de 1676 en el seno de una familia de un antiguo linaje de hidalgos. Sus padres fueron Antonio Feijoo y María de Puga, personas de amplia cultura, que debieron de influir en la formación del futuro escritor. Realizó sus primeros estudios en el Real Colegio de San Esteban de Rivas de Sil. Con catorce años tomó el hábito de San Benito en el monasterio de San Julián de Samos, renunciando al mayorazgo al que tenía derecho como primogénito. Profesó a los dieciséis años y siguió sus estudios en otros centros de la orden: el colegio de San Salvador de Lerez, el de San Vicente (Salamanca), y el de San Pedro de Eslonza (León). En 1709 enseñó Teología en el monasterio de San Vicente de Oviedo, ciudad en la que residió a partir de esta fecha. Ese mismo año se licenció y doctoró en Teología por la universidad de Oviedo, donde, entre 1710 y 1721, ocupó la cátedra de Teología de santo Tomás. Para Feijoo este lugar estaba menos dominado por la ideología que la corte, y se sentía más libre para expresar sus ideas. El ambiente de la montaña y el mar le resultaba agradable ya que era un hombre amigo del aire puro y de la vida sencilla. Aunque la personalidad de Feijoo se realizaba más dentro del ambiente académico universitario, también en su orden gozaba de prestigio. Así fue nombrado en 1721 abad de su monasterio durante dos años, y más tarde, entre 1729 y 1737, ejerció también este cargo. En 1724 pasó a la cátedra teológica superior de Vísperas, y en 1739 se le honró con la de Prima de la misma Facultad. Se retiró por razones de salud en 1739 y desde entonces se dedicó a su tarea de escritor. Murió en Oviedo el 26 de septiembre de 1764.

Físicamente se le describe así: “Fue de estatura prócer, como de ocho palmos o algo más, y sus miembros muy proporcionados, su cara algo más larga que lo justo, el color medianamente blanco y los ojos vivos y penetrantes”. En cuanto a sus aspectos psicológicos, dice uno de sus biógrafos: “Era ameno y cortesano en su trato como lo es comúnmente el de estos monjes escogidos por su corto número de familias honradas y decentes, salado en la conversación, como lo acredita su afición a la poesía, sin salir de la decencia. Esto le hacía agradable a la sociedad, además de lo apacible de su aspecto. Su estatura alta y bien dispuesta y de una facilidad de explicarse de palabra con la propiedad misma que por escrito. La viveza de sus ojos era un índice de la de su alma”.

Su trayectoria vital es muy equilibrada. Cumple fielmente sus obligaciones con la orden benedictina al tiempo que se dedica a su profesión docente, aunque ante todo es un hombre de estudio, que encuentra el mayor placer en la soledad de su celda. Exceptuando dos o tres visitas a Madrid con motivo de la publicación de sus libros, su vida transcurre en su retiro provinciano. Es curioso que, viviendo en este ambiente recogido del claustro conventual, se convierta en el primer divulgador de las "Luces" en el ámbito de la lengua castellana.

Era gran amante de la lectura y de la conversación. Afirma en el Teatro crítico universal: “¿Qué cosa más dulce hay que estar tratando todos los días con los hombres más racionales y sabios que tuvieron los siglos todos, como se logra en el manejo de los libros? Si un hombre muy discreto y de algo singulares noticias nos da tanto placer con su conversación, ¿cuánto mayor le darán tantos como se encuentran en una biblioteca?” (“Desagravios de la profesión literaria”, I, 7). Al mismo tiempo, tenía en su convento reuniones con personas doctas de la ciudad. Un coetáneo afirma: “Los que tratamos al P. Maestro nos parece que, cuando habla, oímos declamar a un Cicerón. Habla con notable discreción, con exacta naturalidad y con igual propiedad; persuade lo que dice con tanta eficacia que todos asienten a lo que propone: es tal su gracia en el decir, que suspende y embelesa a quienes le oyen”. No rehuía, sin embargo, las controversias y disfrutaba con el enfrentamiento dialéctico, aunque sin ensañarse con el adversario. Tuvo muchos admiradores en vida, pero también numerosos detractores, hasta tal punto que Fernando VI, en 1750, prohibió a los demás españoles molestarlo y atacarlo públicamente.

Feijoo es fundamentalmente un ensayista. Su contribución a la formación del ensayo como género literario ha sido reconocida por toda la crítica. El género, nacido en los Essais (1580) de Montaigne, a pesar de algunas experiencias anteriores, se confirma en la literatura española con el Teatro crítico (1726) de Feijoo, por más que nuestro autor no utilizara esta denominación. Para Giordano este género discursivo sólo podía extenderse y desarrollarse bajo el signo de la Ilustración, entre intelectuales con seguridad en sí mismos, con capacidad de pensamiento independiente de cualquier autoridad o dogma y con un criterio de verdad basado en la razón apoyada en la experiencia. Así, la obra de Feijoo es una “épica de la inteligencia” contra el enemigo de la ignorancia, de la superstición y de los errores vulgares. Refleja con claridad los objetivos que se propone el género ensayístico: proponer la verdad, luchar contra el error, explicar las cosas basándose en la experiencia, la razón y la autoridad de los escritores que trataron el tema y tener una voluntad de estilo. Quizá falte en Feijoo una conciencia plena del género si tomamos esta palabra en el sentido moderno. Su discurso ideológico no sistemático encaja en los presupuestos de lo que era entonces el ensayo en Europa. El autor habla de una “literatura mixta”, miscelánea. Por ello se han buscado antecedentes en la Silva de varia lección (1540) de Pedro Mexía, las Cartas Filológicas (1634) de Cascales, los Errores celebrados (1653) de Juan de Zabaleta, las Epístolas varias (1675) de Félix Lucio Espinosa y Malo, junto a algunas otras producciones de escritores extranjeros.

La primera publicación de Feijoo es de 1725. Se trata de un folleto en defensa de la Medicina Scéptica, del doctor don Martín Martínez, que había provocado una reacción negativa en los medios médicos y universitarios. El escrito de Feijoo, titulado Aprobación apologética del Scepticismo médico, intenta detener los ataques a la personalidad de su autor y al mismo tiempo explica lo que se ha de entender bajo ese saber “escéptico” en el que Martínez basa su medicina distinguiéndola de la que entonces se estudiaba en España. Al año siguiente, 1726, inició Feijoo la publicación del Teatro crítico universal o Discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores comunes (1726-1739) en ocho tomos, con otro tomo de Suplemento al mismo (1740). Se continuó con los cinco tomos de Cartas eruditas y curiosas en que, por la mayor parte, se continúa el designio del Teatro crítico universal (1742-1760), además de algunos otros escritos polémicos entre los que destacan la Ilustración apologética al primero y segundo tomo del Teatro crítico (1729) y la Justa repulsa de inicuas acusaciones (1749).

Las formas literarias empleadas por Feijoo fueron dos: el discurso, denominación que ya se utilizaba en el siglo anterior para este tipo escrito, fórmula empleada en el Teatro crítico; y la forma epistolar, más familiar y sencilla, que es la que usa en las Cartas eruditas. Ambos, discursos y cartas, llevan título, y se dividen en párrafos señalados con números romanos y en incisos numerados en arábigo para facilitar su consulta como si fuera un diccionario. Cada tomo lleva un prólogo y un índice detallado de materias. Respondiendo a la tradición de la “literatura mixta” o miscelánea, en cada capítulo encontramos elementos variados: narraciones, descripciones, consideraciones filosóficas, discusiones, elogios, citas, censuras... Feijoo se muestra siempre como polemista rebelde, intransigente en ocasiones, pero sincero, valiente, bien intencionado y con deseo de originalidad. Si tenemos en cuenta la evolución interna de la producción de Feijoo y los moldes formales que utiliza, podemos decir que su obra configura un todo compacto y homogéneo. Cuando el escritor publicó en 1742 el primer tomo de sus Cartas eruditas insistió en este carácter de continuidad, que puso de manifiesto en el breve prólogo: “Preséntote, Lector mío, nuevo Escrito, y con nuevo nombre; pero sin variar el género ni el designio, pues todo es Crítica, todo Instrucción en varias materias, con muchos desengaños de opiniones vulgares o errores comunes. Si te agradaron mis anteriores producciones, no puede desagradarte ésta, que es en todo semejante a aquéllas, sin otra discrepancia que ser en ésta mayor la variedad; y no pienso que tengas por defecto lo que, sobre extender a más dilatada esfera de objetos la enseñanza, te aleja más del riesgo del fastidio”. Con estas palabras Feijoo quería que su público estuviese tranquilo y no se preocupase por el cambio de título. Sin embargo, se perciben algunas diferencias formales entre el Teatro crítico y las Cartas eruditas: las Cartas son más breves, menos solemnes, y su estructura es más ligera y flexible.

El Teatro crítico universal se compone de ocho volúmenes en los que se incluyen ciento dieciocho discursos. El término teatro debe tomarse en su sentido etimológico griego de escenario, incluso en el de mirar. Esto nos indica que estamos ante una obra que supone una mirada crítica a todo tipo de materias. Es un escenario amplio en el que se desarrolla la actividad crítica de la razón fuera de las escuelas filosóficas tradicionales y sin una sistematización científica. El subtítulo de la obra, “Discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores comunes” manifiesta con claridad la finalidad que persigue Feijoo con la obra: combatir todo tipo de errores científicos o populares. Las Cartas eruditas están formadas por ciento sesenta y cuatro escritos reunidos en cinco volúmenes. Su fin es similar al del Teatro. Aparecen al comienzo y al final de cada carta las fórmulas propias del género epistolar, es decir la salutación y la despedida. El texto se dirige casi siempre a una segunda persona (Vuestra merced, Vuestra señoría o Vuestra excelencia). Algunas cartas, pocas, llevan fecha, aunque Feijoo procura eliminar los detalles personales. Es imposible realizar una clasificación temática, pues ambas obras tratan de Astronomía, Geografía, Filosofía, Literatura, Derecho, Música, Matemáticas, Arte, Medicina... Pretendía el autor ofrecer información y nuevas ideas de todo lo que podía ser objeto de curiosidad y cultura y, al mismo tiempo, combatir los errores, especialmente la superstición. Lo más destacable de Feijoo es que inicia en España una comunicación intelectual diferente a la que se había utilizado a partir de Trento, superando el autoritarismo. El escritor une en sus escritos una información científica moderna, erudición humanística, genio pedagógico y humor personal. Sus interlocutores no son hombres incultos sino personas bien informadas que desean leer entre líneas y comprender más allá de lo que dice.

El pensamiento filosófico de Feijoo es en gran parte antiaristotélico y antiescolástico, aunque su formación estaba basada tanto en Aristóteles como en santo Tomás. Admiraba a Bacon. Sin embargo, su espíritu integrador le llevó a aceptar y a tolerar todo lo que le parecía válido, de aquí que le surgieran tantos detractores. Vivió en un momento de crisis, de paso del escolasticismo al enciclopedismo francés y a una nueva filosofía europea. Estos cambios los fue aceptando según venían, sin pretensiones de presentar un proyecto filosófico definitivo. Resume así su postura en el Teatro crítico: “Es menester huir de dos extremos que igualmente estorban el hallazgo de la verdad. El uno es la tenaz adherencia a las máximas antiguas; el otro la indiscreta inclinación a las doctrinas nuevas. El verdadero filósofo no debe ser parcial, ni de este ni de aquel siglo. En las naciones extranjeras pecan muchos en el segundo extremo; en España casi todos en el primero” (II, d.1). Feijoo no sigue un sistema predeterminado, sino que es un escéptico y un ecléctico. Su filosofía es la natural y cosmológica, con un pensamiento extravertido y atento al mundo moderno.

La crítica religiosa se dirige, sobre todo, a censurar los milagros supuestos, abusos de peregrinaciones, anuncios del fin del mundo, apariciones... Teme tanto a la impiedad como a la credulidad supersticiosa. La actitud de Feijoo está en consonancia con la de otros escritores de su siglo que rechazan lo popular y lo inculto, despreciando al vulgo crédulo. Como el propósito de sus escritos es desterrar los errores comunes, ciertamente hay muchos referidos a la religión que el escritor, haciendo gala de un nuevo espíritu erasmista, ataca (devociones, leyendas, tradiciones, milagrerías...). Solamente excluye de sus estudios aquellos temas que eran entonces objeto de controversia. Aparte de lo que concernía al dogma del que nunca se aleja, se guiaba por los criterios de la razón y de la experiencia, buscando constantemente el bien de los ciudadanos. En alguna ocasión tocó problemas un poco resbaladizos, como el del milagro, difícil de razonar con argumentos científicos, pero salió adelante con su buen criterio a pesar de que la Inquisición estaba atenta para velar por la ortodoxia.

En el campo de la ciencia y de la instrucción, Feijoo trata de iluminar a la gente. Escribió varios discursos y cartas sobre materias de enseñanza. Propugna la reforma de las disciplinas universitarias, especialmente las referidas al campo de la filosofía. Feijoo no era un científico, pero poseía una información amplia y actualizada de lo que ocurría en las academias europeas, y estaba por encima de la consideración de la ciencia como algo peligroso, producto de herejes. El nuevo espíritu científico que aparece en la obra del benedictino conecta con el empirismo de Bacon y se aleja del racionalismo de Descartes.

Sobre la medicina, censura a los médicos de su tiempo, que aplicaban siempre los mismos remedios sin consideraciones individuales. Se inclina por la medicina natural, por la terapéutica individual. Defiende los remedios baratos y caseros. En la política también realiza reflexiones, aunque en este terreno sigue las ideas de los moralistas católicos. No es un revolucionario, sino que preconiza reformas que corrijan los defectos. Predominan las ideas pacifistas, y de condena de todas las guerras.

Las ideas estéticas son abundantes en la obra de Feijoo. No aparecen de forma sistemática sino diluidas en sus escritos. Destacan tres aspectos en su teoría: opúsculos sobre principios generales, crítica literaria y crítica musical. Sobre ellos discurrió con conocimiento y libertad, con espíritu amplio, aunque no siempre acertase en las cosas concretas. Sigue la línea estética barroca española, de antipreceptismo e independencia en desacuerdo con las nuevas tendencias neoclásicas. Es partidario de la naturalidad del estilo, y parte de que éste es algo innato, que no se realiza aprendiendo las reglas de la retórica sino que se basa en la intuición. Estilo natural y personal son para él una misma cosa. Pero no puede existir un ensayo como literatura artística sin que haya voluntad de estilo. Deben utilizarse las locuciones más naturales y más inmediatamente representativas de los objetivos. Feijoo crea un tipo de prosa sencilla y directa. Su estilo es funcional. Es una prosa paralelística y antitética, con abundancia de imágenes, como la de Guevara en el XVI o Saavedra Fajardo y Gracián en el XVII. La formación de Feijoo tuvo poco contacto con la cultura artística de su tiempo (desde la soledad de su celda resultaba difícil enjuiciar la estética del momento). Por otra parte, le sobraba genio y originalidad.

La obra de Feijoo es enciclopédica por su carácter y por su función. Pero para ser una obra de consulta le faltaba el orden alfabético. De aquí que empezasen a surgir en el mercado editorial algunos índices alfabéticos de los temas tratados en sus escritos para que se vendieran junto con éstos. Así salieron: Índice general alfabético de las cosas más notables de todo el Teatro crítico universal (1752), a cargo de don Diego de Faro y Vasconcelos, Índice general alfabético de las cosas notables que contienen todas las obras del muy ilustre señor D. Fr. Benito Gerónimo Feijoo (1754) de José Santos, Diccionario Feijoniano o Compendio metódico de varios conocimientos críticos, eruditos y curiosos, utilísimos al pueblo, para quien le dispuso por orden alfabético el Doctor don Antonio Marqués y Espejo (1802), etc.

El éxito editorial de Feijoo fue enorme en el siglo XVIII. Sus obras fueron apareciendo entre 1726 y 1760 con regularidad. Se agotaban pronto y se reimprimían. Tras la muerte del autor en 1764 se inicia la publicación de sus obras completas (“ediciones conjuntas”, según el profesor Caso) que ven la luz en 1765 en 14 tomos. Se suceden otras hasta la de Pamplona de 1784-1787, después de la cual el éxito de Feijoo decae. Hasta 1787 se vendieron en España entre cuatrocientos mil y medio millón de ejemplares, lo que quiere decir que el escritor llegó a toda la población española que era capaz de leer sus obras. Las protestas fueron también muy numerosas. Ya en 1726, año en que se inició la publicación de su Teatro crítico, salieron a la luz 29 escritos contra varios discursos del primer tomo, que continuaron hasta la muerte de Feijoo. En total fueron unos 190 escritos en contra. Esta reacción ante los textos feijonianos tiene una gran importancia ya que el escritor gallego se convirtió en un gran animador de la cultura española de su tiempo y patrocinador del pensamiento ilustrado. En el siglo XIX no se debió de comprender bien al escritor o se despreciaron sus intenciones reformistas, pues sólo se realizaron tres ediciones de obras escogidas en toda la centuria.

Algunos textos se tradujeron tempranamente al francés, inglés, alemán, italiano y portugués.
Hasta hace poco se consideraba que Feijoo era el único autor representante de la Ilustración en la primera mitad del siglo XVIII, que con su esfuerzo individual había introducido la nueva filosofía, el método experimental, la crítica de las supersticiones... Esto es un poco exagerado, ya que existen otros grupos reformistas (novatores, Luzán...) pero debemos reconocerle dos méritos: contribuir decisivamente a la incorporación del ensayo como género literario en nuestra literatura, y difundir las nuevas ideas entre amplias capas de público.

Fray Benito Jerónimo Feijoo: Teatro crítico universal.

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EMILIO PALACIOS FERNÁNDEZ

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  • EMILIO PALACIOS FERNÁNDEZ