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HistoriaReligiónBiografía

Aragón, Alonso de, Arzobispo de Zaragoza (1470-1520).

Religioso español, arzobispo de Zaragoza entre 1478 y 1520, nacido en Cervera (Lérida) hacia 1470 y fallecido en Lécera (Zaragoza) el 23 de febrero de 1520. Fue el primer hijo varón (aunque ilegítimo) de Fernando el Católico y de una dama de la nobleza catalana, Aldonza Roig de Iborra y Alemany. Doña Aldonza, posteriormente, contrajo matrimonio con Francesc Galcerán de Castro y de Pinòs, vizconde de Ébol, y se alejó de la órbita aragonesa. En principio, el Rey Católico mantuvo relaciones con la dama supuestamente antes de casarse con Isabel de Castilla, hecho éste muy difícil de determinar con objetividad, pues el propio entorno regio aragonés silenció en su época cuándo se produjo exactamente el nacimiento de don Alonso.

Un bastardo en la línea de sucesión al trono

Aunque sea un asunto cuya importancia tal vez se observe únicamente a posteriori, lo cierto es que la complejidad de la sucesión futura de los Reyes Católicos deparó a don Alonso de Aragón cierto halo de incertidumbre, por una cuestión muy sencilla: si los Reyes Católicos sólo engendraron legítimamente un varón, el príncipe don Juan, el propio Alonso era el único varón ilegítimo en línea de sucesión directa de la dinastía Trastámara. El rey Fernando tuvo, aun en vida de su mujer, otras cuatro hijas ilegítimas: doña Juana de Aragón, casada con Bernardino Fernández de Velasco, conde de Haro y condestable de Castilla; María de Aragón (hija de una dama bilbaína llamada Toda); María Pereira (hija de Beatriz Pereira, dama portuguesa); y Juana de Aragón, princesa de Tagliacozzo. Para comprender la posición insólita de don Alonso, cabe recordar que, en la Edad Media, los hijos ilegítimos solían primar en cuestiones de herencia a pesar de su bastardía si, como fue el caso de la dinastía Trastámara, se corría el riesgo de extinción del linaje. Por ello, después de la muerte del príncipe Juan (1497) y, en especial, tras la muerte de Felipe el Hermoso y la definitiva enajenación mental de la reina Juana (1506), Alonso de Aragón hubiera tenido serias opciones de heredar ambos tronos peninsulares.

Pero su condición clerical se lo impedía. Cuando Alonso no era más que un niño, el rey Fernando, quién sabe si por precaución ante el futuro, o quizá presionado por la nobleza castellana y por la propia Reina Católica, había elegido para su primer hijo la carrera eclesiástica. Y fue esta condición la que, a la postre, impidió que cualquier argumento utilizado por el aragonés hacia su capacidad de herencia política siquiera fuese esgrimido. A pesar de ello, como se verá a continuación, el devenir político del arzobispo en el difícil tránsito entre la decimoquinta y la decimosexta centuria tuvo gran importancia.

El nombramiento arzobispal y el patrimonio

La política intervencionista de los reyes Trastámara en la península, sobre todo en cuestiones relacionadas con la provisión de dignidades eclesiásticas, tuvo en el arzobispado de Zaragoza, el más importante sin duda del reino de Aragón, uno de sus puntos culminantes. Así, el propio rey Juan II había elevado a la silla cesaraugustana a uno de sus hijos ilegítimos, llamado también Juan de Aragón. Tras la muerte de éste, en 1476, el monarca aragonés y el futuro Rey Católico habían acordado enderezar a don Alonso, que contaba seis años de edad, hacia la carrera eclesiástica, por lo que ambos solicitaron al papa Sixto IV que proveyese el arzobispado vacante en favor del personaje. El pontífice, tras algunas dudas por la corta edad del candidato, aceptó finalmente que el sobrino sucediese al tío, a sabiendas de que, en realidad, la dirección religiosa de la capital maña quedaría de facto en manos de la monarquía aragonesa, y también teniendo plena conciencia de que las elevadas rentas que conllevaba aparejada tal concesión servirían para formar un amplio patrimonio al bastardo aragonés.

A la renta de la archidiócesis zaragozana, Alonso de Aragón fue sumando poco a poco otras muchas, entre ellas la rica prebenda de la Camarería de la Seo y un cuento (un millón, en la moneda de la época) procedente de las hierbas del maestrazgo de Alcántara. También hay que sumar los beneficios económicos de todos los cargos y oficios eclesiásticos que obtuvo en vida, si bien algunos de manera honorífica: abad de Montearagón, de Rueda, de San Victorián, de San Cugat y del monasterio de la Valdigna; Prior de Santa Ana (Barcelona), archimandrita de Sicilia, patriarca de Jerusalén, y también otros dos arzobispados, el de Monreal (Sicilia) y el de Valencia (1512-1520), obtenidos a lo largo de su prolífica carrera eclesiástica. A toda esta sucesión de prebendas hay que unir un cierto detalle: según el erudito aragonés Latassa y Ortín, don Alonso no se ordenó como sacerdote hasta 1501, en una ceremonia celebrada en el cenobio zaragozano de Bernardos de Santafé. De hecho, fue la única misa de la que se tiene constancia que el prelado oficiase, tras la cual fue inmediatamente consagrado como arzobispo, tal vez para paliar la legalidad eclesiástica que llevaba más de 25 años vulnerando. En esencia, todo ello no hace sino aseverar, en primer término, que la intervención regia en la concesión de beneficios vacantes era una útil política de la monarquía; y, en segundo lugar, la especial idiosincrasia en lo político que conllevaba un puesto como el de arzobispo. Así pues, desdeñando el anhelo puramente religioso, Alonso de Aragón fue, vivió y se comportó durante toda su vida como lo que era: un noble, miembro de la casa real aragonesa, y centró en el gobierno, en la política y en la guerra prácticamente todo su devenir vital. Si el famoso César Borja, duque de Valentinois, tuvo un alter ego coetáneo en la península, fue, desde luego, Alonso de Aragón, aunque éste no lograse tanta trascendencia.

Su actuación política

En pocas palabras, Alonso de Aragón fue un bastión de apoyo incondicional del gobierno de su padre, el Rey Católico, durante las muchas ausencias que éste hubo de sufrir por diferentes circunstancias de su reinado. Por ello, en 1484 apoyó sin reservas el establecimiento de la Santa Inquisición en Aragón, hecho que vulneraba flagrantemente los Fueros del Reino (y por el que tan mal visto ha sido don Alonso en la historiografía más reciente), pero que, en connivencia con su padre, se trataba de una necesidad política. Al año siguiente, mostró su sagacidad política cuando, tras el asesinato del inquisidor general de Aragón, mosén Pedro de Arbúes, la ciudad de Zaragoza amenazaba con la sedición. Alonso tomó las riendas de su caballo y paseó por la villa, tranquilizando a quienes amedrentaban a los conversos (supuestos culpables) y ofreciendo una imagen de control y de astucia con tan sólo 15 años de edad. De hecho, y a pesar de los estigmas de colaboracionista con la monarquía y de fervoroso inquisidor que se le han colocado, sí parecía estar preocupado por el devenir de la Iglesia, si bien en un plano absolutamente temporal, no espiritual. A pesar de su oficio, la rigidez eclesiástica no casaba con su carácter.

Buena prueba de ello es que, desde aproximadamente 1490, convivió amancebado (una boda legal ya hubiera sido demasiado escándalo incluso para la época) con doña Ana de Gurrea, hija de un noble aragonés, Martín de Gurrea, señor de Argavieso. En ella tendría a cuatro de sus cinco hijos, dos de los cuales le sucederían en el arzobispado: Juan (obispo desde 1520 hasta 1530), Hernando (obispo desde 1530 hasta 1598?), Juana de Aragón (futura duquesa de Gandía, madre de San Francisco de Borja) y Ana de Aragón (futura duquesa de Medina Sidonia, casada con Juan Alonso de Guzmán). El quinto hijo, Alonso de Aragón, abad de Montearagón, fue fruto de otra relación, mantenida con una dama barcelonesa.

El devenir político de Alonso de Aragón se caracterizó, en principio, por la total confianza que su padre depositó en él. Cuando el Rey Católico se ausentaba de Aragón, el nombramiento del arzobispo como virrey del reino era automático; en este sentido, las decisiones del prelado fueron consecuentes con su puesto: no dudaba, como en el caso de Arbúes, en tomar la iniciativa gubernamental cuando las cosas venían mal dadas, pero sabía, en todo caso, contener las diversas materias del gobierno en espera de la llegada del Rey Católico, como se puso de relieve no en pocas ocasiones.

Para aseverar más esta confianza, en 1506, y por orden de su padre, Alonso de Aragón encabezó el séquito que, junto al conde de Cifuentes, viajó hacia Francia para recoger a doña Germana de Foix, con quien el Rey Católico iba a contraer nuevo matrimonio. Aunque tras los fastos regresó a su mansión palaciega de Zaragoza, de nuevo volvió a tomar las armas en 1512, con motivo de la guerra de anexión de Navarra iniciada por su padre. El arzobispo, junto a un imponente ejército de 7.000 hombres, quedó en Sangüesa a modo de tropas de refresco, esperando las órdenes del Rey Católico para destinar destacamentos a aquellos puntos donde fuese necesario el socorro militar. Como en anteriores ocasiones, Alonso de Aragón fue un excelente colaborador en las empresas bélicas del rey. Al año siguiente, 1513, don Alonso acudió a Sevilla, donde firmó por poder los esponsales de su hija, Ana de Aragón, con el duque de Medina Sidonia, Juan Alonso de Guzmán, al ser los cónyuges menores de edad.

Regente de Aragón

Tras el fallecimiento del Rey Católico, el 23 de enero de 1516, el testamento otorgaba a su hijo ilegítimo la mayor responsabilidad posible en tales circunstancias: ser gobernador de los reinos de Aragón y Sicilia hasta la llegada del heredero, el nieto del rey y sobrino del arzobispo, Carlos de Gante. Así pues, entre 1516 y 1517 Aragón estuvo en manos de don Alonso, aunque en tan poco lapso temporal, como es lógico, no hubo demasiadas ocasiones ni problemas para que aquel mostrase sus dotes de gobernación. De hecho, la expectativa ante la llegada del heredero de Castilla y Aragón colapsaba cualquier asunto, tanto personal como político. Uno de los últimos servicios de Alonso a Carlos V fue el de organizar la defensa de las tropas imperiales en Italia, puestas bajo el mando de Próspero Colonna. La reunión tuvo lugar en Barcelona durante 1519, y en ella don Alonso dio las pertinentes instrucciones al capitán italiano. Al año siguiente, durante una visita pastoral a la comunidad de Lécera, don Alonso se sintió enfermo y falleció a los pocos días. Fue sepultado en el monasterio de Santa Engracia, aunque su cuerpo fue posteriormente objeto de exhumación para ser trasladado a la Seo de Zaragoza, donde reposa hasta nuestros días en una capilla propia.

Mecenazgo artístico y literario

Tal como era costumbre en la época, y mucho más por las modas del Renacimiento visibles en el reino de Aragón, don Alonso dedicó muchísima atención a las letras y al arte. Su residencia episcopal era centro de residencia habitual de pintores, músicos y poetas, a quienes dotaba con capellanías procedentes de su diverso patrimonio para contribuir a la manutención. El propio arzobispo mantuvo una estimulante correspondencia literaria con personajes de la talla de Lucio Marineo Sículo o el cardenal Cisneros, además de publicar diversos escritos, la mayoría de ellos relacionados con su cargo. Así, por ejemplo, hay que destacar el los Sínodos Diocesanos celebrados en Zaragoza durante 1479, 1488, 1495, 1500 y 1515. También se atribuyen a su mecenazgo, o incluso a su composición directa, el bellísimo Misal Cesaraugustano (Zaragoza: Paulo Hurus de Constanza, 1485) y las Ordinaciones de la Diputación del Reino de Aragón (Zaragoza, 1495). Otra versión del misal se editó como Breviario de Zaragoza (Venecia, 1496), y lo mismo puede decirse del Breviario de Valencia (Valencia, 1533). Los dos hijos de Alonso de Aragón que le sucederían en la silla arzobispal de Zaragoza, Juan y Hernando, continuarían durante todo el siglo XVI incrementando esta vinculación con las artes y las letras de la archidiócesis aragonesa.

Bibliografía

  • SESMA MUÑOZ, J. A.: Fernando de Aragón. Hispaniarum rex. (Zaragoza: Gobierno de Aragón, 1992).

  • LATASSA Y ORTÍN, F.: Bibliotecas antigua y nueva de escritores aragoneses de Latassa aumentadas y refundidas en forma de diccionario bibliográfico-biográfico por don Miguel Gómez Uriel. (Zaragoza: Imprenta de Calisto Ariño, 1884-1886, 3 vols.).

  • ZURITA, J. de: Anales de la Corona de Aragón. (Ed. A. Canellas, Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 1967, 10 vols.

Autor

  • Óscar Perea Rodríguez