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PolíticaHistoriaBiografía

Álvarez de Toledo y Figueroa, Francisco (1515-1582)

Noble y administrador español nacido en el castillo de Oropesa (Toledo) el 10 de julio de 1515 y muerto en Escalona (Toledo) el 21 de abril de 1582.

Hijo del III Conde de Oropesa y de doña María de Figueroa, nació en el castillo de Oropesa al tiempo que fallecía su madre, lo que influyó en el talante serio y taciturno del mozalbete solitario, al que criaron sus tías doña María y doña Isabel.

Al cumplir ocho años se trasladó a la Corte del emperador Carlos V, para servir como paje de las reinas doña Leonor y doña Isabel. Aprendió latín, historia, retórica y teología además de esgrima, música, baile y modales cortesanos. Tenía 15 años cuando en 1530 Carlos V lo aceptó en su casa, por lo que le acompañó en sus desplazamientos por África y Europa.

En marzo de 1535, a punto de cumplir veinte años, recibió el hábito de Alcántara, que tenía un significado muy especial: abolengo, distinción moral, favor regio y vocación monástica, jurando los votos de pobreza, castidad y obediencia. Este hecho fundamentó su caracter y su trayectoria, primero como caballero, luego profeso y más tarde comendador y clavero aunque no lograse alcanzar, a pesar de su insistencia ante el rey, la distinción de comendador mayor.
La primera acción militar en la que intervino fue la expedición a Túnez, formando parte de la escuadra que salió de Cagliari rumbo a La Goleta, tomada el 14 de julio de 1535. Siguió al emperador en sus desplazamientos por Europa, pasando por Roma, donde Carlos V desafió al rey de Francia, lo que desencadenó la invasión de la Provenza. Fracasada esta intervención, regresó a España y marchó mas tarde a Gante, participando en la arriesgada travesía desde Génova a Argel, para ser testigo de la desastrosa batalla de este nombre.

Las décadas siguientes fueron de enfrentamiento militar generalizado, pero también en las universidades e iglesias del continente. Se oponían los monarcas, se dividieron los nobles y los sacerdotes y resultaron irreconciliables las posturas de fe y las congregaciones religiosas. Desde el campo imperial el joven Francisco Álvarez de Toledo pudo contemplar la experiencia de una cristiandad militante, que combatía el embate de los turcos pero también la fuerza expansiva de las nuevas doctrinas, enemigas de la Iglesia. Al servicio de Carlos V le acompañó a España, conoció las negociaciones diplomáticas con Inglaterra y la nueva guerra contra Francia, estuvo en Valladolid cuando Las Casas presentó ante una junta de teólogos el texto de la Destrucción de las Indias, supo de la redacción de las Nuevas Leyes de Indias y partió de Barcelona en 1543 con el emperador, rumbo a Italia y Alemania, para tomar parte en las batallas de Gueldres y Duren. En 1555 en Siena, Toledo firmó en nombre del emperador la capitulación del rendimiento de las tropas francesas con el duque de Florencia.

En 1556 se produjo la abdicación del emperador y su retiro a España y el 12 de noviembre, camino de Yuste, hizo su entrada en el castillo de Jarandilla, donde fue recibido por Francisco de Toledo y su hermano mayor, el IV Conde de Oropesa. Según escribió más tarde "después que Su Majestad dejó los reinos y se retiró, le servimos mi hermano y yo en su tierra y en su casa, donde estuvo, todo lo que nos fue posible…".

Los diez años siguientes los consumió en actividades relacionadas con la Orden de Alcántara. Es dudosa su presencia en el Concilio de Trento, existe gran confusión respecto de la identidad del Francisco Toledo que participó en alguna de sus sesiones, pero en cambio está probada su presencia en el Concilio de Toledo, celebrado en 1565. Entre los años 1558 y 1565 permaneció en Roma, donde participó en las discusiones y la definición de los Estatutos de la Orden, como procurador general.

De regreso a España se quejó repetidamente de la falta de atención hacia su persona por parte de Felipe II, insistiendo en solicitar la Encomienda Mayor de Alcántara. Esto explica su sorpresa al recibir la carta del rey en febrero de 1568, en la que le ofrecía el cargo de Virrey de Perú (véase Virreinato del Perú). Regresó de inmediato a Madrid y en mayo visitó el palacio de Aranjuez para agradecer la merced recibida. La redacción de unas Instrucciones exigió un largo y laborioso proceso, que se prolongó hasta el mes de diciembre, ya que tanto el rey como sus consejeros, presididos por el cardenal Sigüenza, aprovecharon la designación de Toledo para intentar resolver la grave crisis institucional que se padecía en el virreinato.

A lo largo de estos trabajos, la correspondencia del nuevo virrey "descubre un espíritu elevado, de larga experiencia, lúcido, sagaz, difícil, quejoso y de duro hablar; pero recto y de una vivacidad tal que en tres meses juzgaba de los puntos débiles de la organización, por los papeles del Consejo, como si hubiese vivido años en Perú", dice uno de sus biógrafos. Durante varios meses no cesó de plantear preguntas y de suscitar cuestiones, que exigían respuestas nada fáciles de formular.

En el conjunto de mandatos y recomendaciones de las Instrucciones destaca la de que su principal cometido consistía en la conversión de los indios a la fe católica. Tenía que cuidar su formación y catequesis, lograr que los sacerdotes cumplieran sus obligaciones y que los monjes y frailes se dedicaran a la enseñanza de la religión, castigando la inmoralidad. Tenía que impedir su conocida dedicación al comercio, así como la multiplicación de los monasterios construídos sin licencia del virrey o del arzobispo. Una de las medidas generales más importante sería la de implantar la Inquisición.

Se le entregaron recomendaciones específicas sobre la manera de resolver el problema de la rebelión, tanto de españoles como de indios, así como permiso para perdonar a los rebeldes si de esta manera se garantizaba la paz, pero reduciendo de inmediato a cuantos trataran de mantenerse en rebeldía. Tenía que expulsar a los españoles vagabundos o que no tuviesen licencia para vivir en Perú y obligar a que regresaran a la península los casados cuyas mujeres siguieran en España. Llevaría un registro de recién llegados y se reforzarían las leyes contra los usureros, adúlteros y brujas. Por otra parte, en la aplicación de estas medidas, se exigiría la colaboración de todos los gobernadores, corregidores y clero en general.. Se le dieron poderes sin límite y se le concedieron favores especiales.

A finales de diciembre de 1568 salió Toledo de Madrid y tras visitar a sus familiares llegó a Sevilla el 23 de febrero del año siguiente, embarcando en San Lúcar de Barrameda el 19 de marzo. El primer contacto con las inmensas posesiones que integraban el virrreinato, desde Panamá hasta el extremo sur de Chile, incluyendo las Audiencias de Panamá, Santa Fé, Quito, Lima, Chile y Charcas, se produjo en el puerto de Cartagena de Indias, en donde desembarcó el 8 de mayo. Su figura, algunos cronistas lo describen vestido de negro riguroso, espada al cinto y con una gran cruz verde de Alcántara en el pecho, debió impresionar a cuantos encontró, no sólo por el ascetismo y rigor de su presencia física, sino por los modales y manera de hablar, cargado de seriedad y de firmeza. A punto de cumplir 54 años, el virrey Toledo era de convicciones firmes, exagerada sobriedad, sentimiento reformador, audacia ilimitada, perfeccionismo a ultranza y de talante altivo.

Su eficacia en el mando quedó demostrada de inmediato: Nada más desembarcar estableció los derechos de aduanas, levantó un hospital, artilló la plaza y expulsó a algunos franceses allí asentados. Tres semanas más tarde llegaba a Nombre de Dios, en Panamá, continuando su obra organizadora y exigente: Instaló un hospital para marineros enfermos, cambió la localización de la ciudad y el puerto, que trasladó a un lugar llamado Porto Bello, envió a España los españoles casados y encerró a los soldados y marineros en actitud de rebeldía. Se trasladó por tierra a la ciudad de Panamá, ordenó la construcción de caminos y vías, resolvió los conflictos de intereses enfrentados, estableció el derecho de almojarifazgo, reunió a los indios en nuevas reducciones y persiguió a los negros cimarrones que asolaban la comarca.

Desde Panamá avisó su llegada y envió una embajada a Lima, explicando el sentido de su misión gobernadora. Navegó hasta Manta, en la Audiencia de Quito y ya por tierra alcanzó Piura a principios de septiembre. El día 15 de octubre fue recibido con toda solemnidad en Trujillo y el último día de noviembre, tras efectuar la jura de rigor, penetró bajo los arcos de triunfo que se habían levantado en su honor en Lima, la ciudad de Los Reyes.

Permaneció en ella durante un año, aplicándose de inmediato a mejorar una situación catastrófica, caracterizada por el enfrentamiento con la Audiencia, los abusos generalizados, el incumplimiento de las normas, la falta de respeto a cualquier autoridad, la inaplicación de las leyes, la miseria de las comunidades indígenas, el abandono de las minas y los levantamientos de españoles y de indios. En este tiempo, supo rodearse de los mejores conocedores de la situación y con su apoyo inició de inmediato una formidable obra de legislador y reformador, por lo que mereció el título de "Solón del Perú", que le otorgara Antonio de León Pinelo.

Inició su mandato nombrando corrregidores en las ciudades más importantes, creó el cargo de protomédico encargado de la supervisión del ejercicio de la medicina, restableció el servicio de las armas, reordenó los libros de leyes y la actividad de los funcionarios reales revisando su sistema salarial, reorganizó la hacienda real, exigió de los sacerdotes y prelados el estricto cumplimiento de las normas emanadas del Concilio de Trento, creó los llamados "obispos de anillo" o auxiliares, e instaló el Tribunal de la Inquisición. Su correspondencia con el rey, a lo largo de estos meses, demuestra el alcance y la amplitud de la labor emprendida en estos campos.

Tenía por delante una inmensa tarea, dedicada a la administración civil. En primer lugar, para resolver el problema de los indios estaba obligado a reunirlos en poblados o reducciones, que estableció en lugares atractivos, pero al mismo tiempo tuvo que recomponer la caótica situación de los repartimientos y reordenar el funcionamiento de las encomiendas, pervertidos con el paso del tiempo. Quedaban muchas vacantes y su asignación provocó protestas y enfrentamientos con quienes reclamaban un supuesto favoritismo y discriminación. Fue una tarea interminable, que le ocupó a lo largo de todos los años de mandato.

Pero seguía pendiente otra de las recomendaciones del rey: la necesidad, confirmada cada día, de llevar a cabo la visita de los territorios a su cargo, algo que nunca se había producido y que exigiría evidentes sacrificios. Salió de la ciudad de Lima el 22 de octubre de 1570, acompañado de los hombres más sabios y conocedores del medio, entre los que se encontraban Pedro Sarmiento autor de una Historia de los incas, Juan Matienzo que escribió Gobierno del Perú y José Acosta que publicó más tarde la Historia Natural de las Indias.

En los cinco años que duró su visita de inspección, el virrey Toledo realizó un extraordinario recorrido que le llevó primero a Jauja, a la que llegó el 20 de noviembre y donde estableció las nuevas reducciones, levantando una hoguera con los papeles de los pleiteantes como demostración de su inutilidad. A continuación, contruyó iglesias y resolvió injusticias, mientras ordenaba recuperar las tradiciones y costumbres de los antiguos incas. El 15 de diciembre entró en Guamanga, la actual Ayacucho, ocupándose de algunas obras pero centrando su atención en las famosas minas de Huancavélica, productoras de plata, mercurio y sulfuro. También ordenó la construcción de una nueva ciudad, Villarica de Oropesa y el reagrupamiento de los poblados de indios.

Llegó a Cuzco a mediados de febrero de 1570 para permanecer en la antigua capital hasta el 5 de octubre de 1572, una larga estadía llena de acontecimientos y de fecunda actividad ordenancista. Impresionado por la grandeza del imperio, sus instituciones y sus leyes, trató de recuperar cuanto pudo, reconoció su indudable valor y procuró adaptarlas al gobierno de las comunidades de indios. Amplió y mejoró las reducciones, cuyas tierras entregó en propiedad, proyectó la construcción de iglesias, escuelas y hospitales y aprobó la institución de los cabildos de Indios, lo que permitió su autogobierno. También se preocupó por la situación de los encomenderos, perceptores de los tributos de los indios que tenían asignados, lo que obligaba a su cuidado y catequización, así como a levantar escuelas y hospitales e incluso el pago de sus servicios en caso de necesitarlos.

De este modo, se iba dotando el virreinato de un marco jurídico estable, que permaneció inalterable hasta su extinción en el siglo XVIII. Desde Cuzco, gobernó, administró y transformó la difícil realidad que había encontrado en todas partes, con un tesón y una paciencia admirables. Sus ordenanzas, las leyes y reglamentos que cubrían todos los aspectos de la vida social y de la actividad administrativa, quedaron desde entonces como un soberbio monumento a la concordia y a la convivencia entre nativos y conquistadores.

En esta trayectoria reformadora y legisladora se interpuso, sin embargo, el espectro de la guerra y una decisión controvertida y criticada: la prisión, enjuiciamiento y ejecución de Tupac Amaru, el último descendiente de los reyes incas, enfrentado a las tropas reales. Se le acusó de rechazar las ofertas de paz, matar a los españoles enviados para negociarla y de ser rebelde y traidor, además de preparar una insurrección general. Su condena provocó numerosas peticiones de clemencia, tanto de notables indios como de españoles, civiles y religiosos, a las que el virrey no quiso atender. Ejecutado con cierta precipitación, los enemigos del virrey extendieron el mito de un gobernante sanguinario, cruel y detestable, frente a la juventud, inocencia y timidez del último descenciente de los reyes incas. Garcilaso de la Vega, más tarde, se encargó de amplificar y difundir esta imagen.

Esta decisión, entre otras, atizaron el crecimiento de una fuerte animosidad en contra suya de funcionarios, sacerdotes y encomenderos, insatisfechos y quejosos de las disposiciones del virrey. En el curso de su posterior visita a la audiencia de Charcas, en la que permaneció dos años más, realizó numerosos desplazamientos entre Potosí y Chuquisaca, tuvo tiempo para escribir a Felipe II en defensa de su gestión y trató de rebatir los argumentos de sus enemigos.

Desde Potosí, donde promulgó una serie de decretos relativos a la producción minera y al trabajo de los indios, recuperando la antigua "mita" como sistema de producción, envió misiones de inspección y reconocimiento a Santa Cruz de la Sierra y al territorio de los chiriguanos, a los que se enfrentó, enfermando en el curso de estas acciones, lo que le obligó a retirarse al hospital de Chuquisaca. Tras una corta estancia en La Paz, en su camino de regreso a Lima visitó Arequipa, a la que tituló "noble y leal", continuando su incansable tarea de legislador, con el propósito de corregir los abusos que seguía encontrando en su camino. Navegó desde Quilca al Callao y el 20 de noviembre de 1575 estaba de regreso en la capital.

Los cinco años siguientes, sin descuidar la gobernación del virreinato, pero reconociendo la escasa atención que había prestado a la Audiencia de Santa Fé de Bogotá, se realizaron abundantes obras públicas, traídas de agua, construcción de diques y puentes sobre el río Rimac, hospitales y escuelas en la zona de Lima y sus alrededores, además de la reconversión de la Universidad de San Marcos y el deslinde de poderes con la Audiencia y con la Inquisición. Tuvo que hacer frente a las correrías de piratas y en especial a las de Francis Drake, que asoló las costas entre 1577 y 1579.

Sus contínuos enfrentamientos con funcionarios, eclesiásticos y civiles, le obligaron a solicitar varias veces su cese, siempre rechazado, hasta que acuciado por las repetidas denuncias que llegaban a la corte, Felipe II designó en mayo de 1580 a Martín Enríquez de Almansa para sucederle. Toledo permaneció en el cargo hasta la llegada del nuevo virrey y el 15 de abril de 1581 salió de Callao rumbo a España, desembarcando en Lisboa cinco meses más tarde. Tras constatar la escasa atención y evidente frialdad del rey, cuando intentó rendirle cuentas de su gestión, se trasladó muy enfermo a su tierra natal, falleciendo el 21 de abril de 1582 en la ciudad de Escalona.

Bibliografía

  • Roberto Levillier. Don Francisco de Toledo, supremo organizador del Perú. Espasa Calpe S.A. Madrid, 1935

  • Arthur Franklin Zimmerman. Francisco de Toledo, Fifth Viceroy of Peru. The Caxton Printers Ltd. Caldwell, Idaho, 1938

  • José Antonio del Busto Duthurburu. Francisco de Toledo. "Biblioteca Hombres del Perú". Editorial Universitaria. Lima, 1964

  • Lewis Hanke. Virreyes españoles en América durante el gobierno de la Casa de Austria. Perú I. B.A.E. nº 280. Atlas. Madrid, 1978

Manuel Ortuño

Autor

  • 0211 Manuel Ortuño