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HistoriaPolíticaBiografía

Al-Hakam o Alhakem I (770-822).

Tercer omeya de al-Andalus (796-822) nacido en el año 770 en Córdoba y muerto el 21 de mayo del año 822 en la misma ciudad, a los cincuenta y dos años de edad, cuyo nombre completo era Abu al-Asir al-Hakam al-Rabadi. Hijo de Hisham I (788-796), fue un hombre austero, decidido y justo, y también un excelente poeta. Consciente de la tendencia a las revueltas que existía en la mayor parte de sus provincias, llevó a cabo un firme gobierno con el que pudo contrarrestar eficazmente las sublevaciones que se sucedieron bajo su reinado, sometidas por las armas y con los métodos más crueles y drásticos. Sin duda alguna, al-Hakam I fue un emir más temido que amado por su pueblo, pero a la larga el emirato salió beneficiado y sobre todo pacificado.

Subida al trono. reinicio de la guerra civil

Al morir Hisham I, en el año 796, el trono fue ocupado por el elegido de éste, su segundogénito al-Hakam I, circunstancia que reabrió los enfrentamientos fratricidas por el trono. El joven emir se tuvo que enfrentar con otros pretendientes y secesionistas en varios puntos del reino a la vez, incluyendo a sus dos peligrosos tíos, Sulayman y Abd Allah, quienes nunca habían renunciado a sus pretensiones al trono desde el exilio norteafricano. La sangrienta pugna duró alrededor de cuatro años, hasta que Sulayman cayó muerto y Abd Allah fue acorralado en la región valenciana, forzado a firmar una rendición total en la que reconocía a su sobrino como emir legítimo. Abd Allah tuvo suerte al serle concedida una amnistía total a cambio de permanecer para siempre en Valencia, en cuya región se mantuvo tranquilo hasta su muerte, pues ejerció una especie de gobierno de facto totalmente leal a Córdoba. Al finalizar la lucha por el trono, al-Hakam I nunca más utilizaría a familiares directos y cortesanos como consejeros ni gobernadores, utilizando para dichos cargos a hombres de su total confianza como eran los gobernadores que él mismo había colocado. Además, de entre los gobernadores, al-Hakam I se decantó entre el elemento indígena antes que el árabe, éste último mucho más proclive a las sublevaciones.

La lucha contra la disidencia

Toledo, capital de la Marca Media, fue el foco de rebelión más peligroso, ciudad poblada en su gran mayoría por indígenas, muladíes y mozárabes, todos ellos siempre dispuestos a rebelarse contra la autoridad de Córdoba. La sublevación comenzó en el año 797 por el muladí Ubayd ben Jamir. La ciudad fue pronto sometida por otro renegado, Amrus ibn Yusuf, jefe militar de Huesca y hombre tan despiadado como falso y ambicioso, del que al-Hakam I se sirvió para aplastar de una vez por todas la disidencia constante y amenazadora de la antigua capital visigoda. Amrus, en connivencia con al-Hakam I, ideó un expeditivo medio para deshacerse de los cabecillas de la revuelta. Amrus convenció a los toledanos para que le dejaran construir en la periferia de la ciudad un qasr (castillo defensivo) que sería luego inaugurado por el príncipe heredero en persona. Amrus y al-Hakam I invitaron a las principales personalidades de la ciudad a conmemorar la obra. Los más de setecientos invitados, según iban pasando a la recepción, iban siendo degollados sistemáticamente por las tropas del emir y arrojados sus cuerpos al foso. Todos perecieron en la tristemente conocida como la "Jornada del Foso".

La siguiente sublevación surgió en Zaragoza, capital de la Marca Superior, ciudad que siempre había gozado de una gran independencia respecto de Córdoba. El protagonista de la agitación fue otro muladí, Bahlul ibn Marzus, quien además de levantar en armas a Zaragoza, se atrevió a realizar un ataque devastador contra Huesca en el año 800. La calma en la zona se recuperó en el año 802, fecha en la que al-Hakam I envió a Amrus a la zona para imponer el orden y el respeto omeya. Nombrado gobernador, se deshizo rápidamente de Marzus, quien contaba con escasos apoyos, se apoderó de amplios territorios dominados por los Banu Qasi y recobró para Córdoba la plaza perdida de Huesca. Con intención de crear una punta de lanza desde donde preparar las incursiones hacia el norte peninsular y a la vez para vigilar una frontera tan dinámica como era la Marca Superior, Amrus levantó la ciudad de Tudela.

Por último, en el año 805 estalló otra intentona secesionista en la ciudad de Mérida, gobernada por el beréber Asbagh ibn Banus. Tras morir su cabecilla en uno de los numerosos escarceos militares en el año 817, la ciudad se rindió pacíficamente.

La revuelta del arrabal

Las revueltas promovidas por los alfaqíes se localizaron exclusivamente en la capital. Los alfaqíes demostraron ser una casta peligrosa por la gran ascendencia que ejercían sobre el conjunto de la población, como ya demostraron en el año 805 al descubrirse una conjura palaciega para derrocar a al-Hakam I e instalar en el trono a un primo suyo, Muhammad ben al-Qasid. La represalia del emir, que no se hizo esperar, consistió en cortar la cabeza a setenta notables cordobeses implicados en la trama.

El emir, sintiéndose en peligro, se rodeó de una guardia de cinco mil mercenarios, que no hablaban árabe (al-jurs), e introdujo un eficaz sistema de espionaje, manteniendo constantemente en la puerta del Alcázar mil caballos y espías dispuestos siempre a actuar ante el menor índice de revuelta. Tales medidas no fueron del agrado de la población capitalina y menos aún por parte de los alfaqíes, a los que el emir les había quitado prácticamente todas sus prerrogativas en la Corte. El resentimiento mutuo entre el emir y los alfaqíes estalló en el año 818, cuando un mercenario del emir mató a un niño cordobés en el barrio de Secunda, conocido como el barrio del Arrabal (rabad), situado en el margen izquierdo del Guadalquivir. La ciudad estalló en una sublevación contra el poder soberano del omeya, al que pidieron incluso que abdicase del trono. Al-Hakam I, demostrando su sangre fría, reaccionó con una represión mucho más dura que la de Toledo, y dio permiso a sus tropas mercenarias para que saquearan durante tres días seguidos todo el barrio, el cual estaba amurallado en todo su perímetro. Pasados los tres días, al-Hakam I ordenó la crucifixión pública de trescientas personas y el destierro de la ciudad de todos los habitantes del barrio, muchos de los cuales se establecieron en Fez (Marruecos).

La lucha contra los cristianos

Aunque los continuos problemas de índole interno impidieron a al-Hakam I mantener una acción bélica continuada contra los reinos cristianos del norte, emprendió cinco campañas de relativa importancia, principalmente contra el condado de Castilla, de entre las cuales destacaron la del año 796, con la que al-Hakam I consiguió tomar Calahorra, y la del año 816, en la que envió un fuerte contingente de tropas contra territorio vascón y la parte oriental del condado de Castilla. En esta última campaña, el general cordobés Abd al-Wahid infligió una severa derrota al rey astur Alfonso II en el curso de una batalla que tuvo que desarrollar no lejos del valle del Ebro.

Por contra, en las otras tres aceifas, las tropas cordobesas apenas lograron nada positivo y sí muchas bajas, En el año 798, Alfonso II ocupó transitoriamente Lisboa, mientras que los francos de Carlomagno se apoderaron en el 801 de Barcelona.

Otros aspectos de su reinado

Gran constructor y estilista, al-Hakam I mandó ampliar la Mezquita Aljama y levantó otras muchas en diversas ciudades del emirato (Jaén, Sevilla, etc). Reorganizó la administración según el modelo abassí, delegando algunas de sus funciones en visires fieles, pero siempre conservando todo el poder, tarea que luego sería perfeccionada por su hijo y sucesor, Abd al-Rahman II (822-852). Acuñó gran cantidad de moneda en su nombre e hizo venir mercancías y hombres desde Oriente, con lo que se convirtió en el primero de los emires en seguir las costumbres de los califas en cuanto a festividades, formas y configuración de los servicios de la Corte. Proporcionó una gran majestad al emirato, edificó palacios a los que dotó de hermosas fuentes de agua corriente y potable y, en su preocupación por fomentar los cultivos de regadío, fomentó la construcción de una presa para la capital. También llevó a cabo importantes reformas en el recinto amurallado de la capital para hacerla totalmente inexpugnable.

Su carácter tiránico y los crueles recursos de los que se valió sin pestañear para someter a sus súbditos al dominio de la dinastía omeya cordobesa, le hicieron odioso a los ojos de su pueblo, pero, sin embargo, dejó sometido y tranquilo a todo el país para que su heredero aplicase una reforma profunda del emirato a todos los niveles, situando a al-Andalus en la cabeza de los Estados más poderosos del occidente europeo medieval.

El 21 de mayo del 822 murió al-Hakam I; dejó el trono a su sucesor y primogénito Abd al-Rahman II, quien se hizo cargo del emirato en plena madurez intelectual y física, a la edad de treinta años.

Bibliografía

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  • VALLVÉ, J. Los omeyas. (Madrid: Ed. Grupo 16. 1985).

Carlos Herráiz García

Autor

  • Sagrario Arenas Dorado